Capítulo 27

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Ha pasado una semana desde la última vez que vi a Harry Stevens. Una semana desde la última vez que me permití llorar por él y, a pesar de eso, no puedo dejar de pensarlo. No puedo apartar de mi memoria su expresión torturada y la súplica que vi en sus ojos. No puedo dejar de revivir el sabor a desesperación y angustia de su beso, ni el tono urgente y asustado de su voz.

Se siente como si hubiese sido hace mil años y, al mismo tiempo, duele como si acabara de ocurrir hace apenas unos instantes.

Jamás me había sentido tan perdida. Nunca había experimentado la sensación de desasosiego que hoy me invade y que no me deja tranquila. Jamás había experimentado la pérdida que ahora siento, ya que nunca había tenido nada que me perteneciera del todo.

De algún modo, sentía que Harry me pertenecía. Que mi destino era estar a su lado y que había encontrado mi lugar en el mundo... pero me equivoqué.

La rutina ha hecho que la sensación de vacío sea un poco más llevadera. El trabajo duro en el restaurante y las cenas amenas en compañía de Kim y Will, han hecho que mi existencia sea un poco más relajada y menos martirizante.

Durante el día, apenas si pienso en Harry. Sin embargo, por las noches, los recuerdos me torturan y no me dan tregua. Me gritan que la herida está abierta, y que no ha dejado de supurar la horrible congoja provocada por la traición.

Kim, por otra parte, no ha abordado el tema de Harry desde el día en que llegué con mis maletas hecha un manojo de nervios y le conté lo que había sucedido. Se limitó a escucharme con atención y a abrazarme sin decir una palabra al respecto.

Ella y Will se han mostrado muy amables y relajados conmigo. No parece molestarles en lo absoluto mi presencia en su apartamento. Sin embargo, lo único que deseo es tener el dinero suficiente para alquilar un lugar lo más pronto posible.

Dejé mis ahorros en casa de Harry para saldar la deuda tan grande que tengo con él. No olvido que pagó la cuenta del hospital aquella noche que me sacó de casa de mi papá, tampoco olvido el pijama que compró para mí, y la hospitalidad que siempre mostró hacia mi persona; es por eso por lo que decidí dejar todo ese dinero para él. Es lo menos que pude hacer.

Mi amiga y su novio hablaron conmigo hace un par de noches. Me ofrecieron abiertamente la habitación que Will ha acondicionado como sala de juegos —la cual consiste en una pequeña sala y una consola de videojuegos— y argumentaron que podía pagarles una renta mensual si eso me hacía sentir más cómoda. Han tratado de convencerme de todas las maneras habidas y por haber, de instalarme en su apartamento, pero no quiero hacerlo.

Ellos van a casarse y van a necesitar su espacio cuando lo hagan. No quiero ser una molestia cuando eso ocurra. He estado buscando en el periódico por apartamentos, pero no he encontrado nada que se adapte a mis posibilidades económicas. Las rentas en San Francisco siempre han sido elevadas, y no quiero volver a sufrir la angustia de no saber si voy a tener qué comer el día de mañana; eso por eso que estoy aquí, siendo un completo estorbo en la vida de la única amiga que tengo.

A veces, desearía haber sido otra persona. Una que hubiese podido seguir estudiando y hubiese tenido un empleo de medio turno para comprar ropa, maquillaje y libros. Una chica común y corriente de diecinueve años que solo tiene que preocuparse por sacar buenas notas y no morir en el intento de sobrevivir a la universidad.


—No puedo creer que no te guste la pizza —la voz de Will me saca de mis cavilaciones.

Mi vista se alza para mirarlo, y me toma un par de segundos espabilarme. Entonces, observo cómo toma tres pedazos enormes de masa horneada con queso y salsa que humea sobre la mesa. Mi estómago se revuelve solo de mirar su alimento, pero me las arreglo para regalarle una sonrisa.

BESTIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora