13. La pista oculta

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Chuuya se secó con el papel del baño de empleados la cara después de habérsela mojado por tercera vez. Tras esto se volvió a mirar al espejo y, aunque sus ojos seguían irritados tras haber llorado, su semblante volvía a tener su color natural, habiendo desaparecido la rojez por el torbellino, que tras ver el retrato, había sacudido su mente y su espíritu.

La causa era muy sencilla: en aquel dibujo suyo no estaba el sexy detective Nakahara, ni el profesional condecorado, ni siquiera el primo atento, ni el amigo siempre dispuesto a dar consejos. Quien estaba en ese retrato esa sencillamente Chuuya, „su verdadero yo", como había escrito el artista. Ese Chuuya que él veía en ese instante en el espejo.

¿Cómo podía alguien haber dibujado su alma?

Allí estaba su tristeza, su soledad, su falta de amor propio, su inseguridad deseando la aceptación de los demás. Aún así era una composición hermosa y él salía muy bello, pero con una hermosura melancólica.

Sintió que tenía de nuevo ganas de llorar.

Debía contenerse. No podía seguir comportándose así por el regalo de un admirador.

Respiró hondo.

Tendría que centrarse.

Pero no podía mientras no averiguase quién le había enviado ese retrato.

Cerró los ojos y trató de escuchar ese zumbido que desde que había encontrado el sobre en su mesa había sonado dentro de su mente, avisándole que allí había algo más de lo que uno podía percibir la primera vez.

Sí, ese sentimiento seguía ahí.

Supo entonces como actuar.

Volvería al despacho y revisaría a fondo el sobre y el dibujo tratando de encontrar la pista oculta.

Con una sonrisa resuelta en su rostro abandonó el baño pero no fue más allá, pues delante de la puerta de su propio despacho Akutagawa se despedía del misterioso chico de cabello albino.

Chuuya intentó ni fijarse mucho en los dos pero la cara de felicidad extrema del chico desconocido captó toda su atención. Era como si un aura rosa con corazones y rosas le rodeasen.

Cuando con cierta diversión esperó encontrar algo parecido en Akutagawa quedó impactado por la soberbia y arrogancia en sus ojos oscuros, que desmentían la sonrisa amable de sus labios.

¿Quizá el joven era un admirador? ¿Akutagawa se estaba aprovechando de eso para tomar provecho carnal? Chuuya lo descartaba desde ya. Aunque ellos dos no tenían una relación buena, no le creía capaz de tal bajeza. Esto le replanteó de nuevo la posibilidad de que el moreno fuese asexual tal como siempre le había considerado desde que le tomó como ejemplo en su carrera como detective. En cuanto al joven misterioso albino no cabía duda de que era tan gay como el propio Chuuya.

Chuuya no quería nada con él pues enseguida le calificó como tierno e iluso. Desde luego no era su tipo.

Tal embelesados estaban Akutagawa y el joven, por lo que pudo escuchar al pasar con disimulo por su lado estaban intercambiándose los teléfonos, que no repararon en él; así que pudo llegar sin más contratiempo a su despacho, que había cerrado con llave antes de abandonarlo.

Allí se sentó con un suspiro en la silla de su escritorio y sacó de nuevo el dibujo del sobre.

Lo volvió a contemplar intentando que la belleza de su retrato no le volviese a conmover como la primera vez.

Fue complicado.

Tuvo que beber dos vasos de agua y pellizcarse los mofletes hasta hacerse daño para poder centrarse.

Debía buscar algo que le diese información, de porqué ese zumbido seguía en su cerebro avisándole que buscase.

No era capaz de ver nada más que su cruda hermosura.

¿Quién le había enviado eso?

Volvió a tomar el sobre.

Solamente estaba lo de „El bello detective Chuuya Nakahara" y el corazón con la misteriosa O y la C.

Los trazos eran muy masculinos, así que era un hombre el remitente, pero alguien desde luego muy inmaduro. ¿Quizá un niño o alguien que se comportaban como tal? Pero no, el retrato era demasiado profesional para haber sido realizado por un niño de ocho años.

Chuuya soltó una carcajada a su pesar. Estaba tan sobrepasado por la emoción de aquel regalo anónimo que empezaba a desvariar. Como Akutagawa con los haikus de los ladrones.

Entonces se encendió una luz en su cerebro.

Con el zumbido en su cabeza sonando bien fuerte buscó las fotos en su móvil que había realizado del escenario del robo del Picasso.

Buscó el haiku que habían colgado en la pared en el lugar anteriormente ocupado por el cuadro.

„ Akutagawa, no me muestres más tu cara de perro rabioso.

Deseo ver esos ojos zafiro, esos labios de coral, ese cabello de fuego.

Esa seguridad en que me va a poner sus esposas, que cortará mis alas ladronas.

Solo deseo una cárcel, bello detective Nakahara, y es la cárcel de tu corazón. „

A punto estuvo de caérsele el móvil.

¿Cómo podía haber sido tan tonto de no haberse dado cuenta antes?

El destinatario „ El bello detective Nakahara" no era una cursilada sin más, sino que era las mismas palabras con las que se habían dirigido a él el autor de los haikus. ¡Y la caligrafía! ¡Oh, sí, no había duda! ¡Era la misma!

Chuuya tuvo que dejar al fin al móvil sobre la mesa, echar la cabeza hacia atrás, mover los hombros, aspirar e inspirar varias veces, hasta que el zumbido dejó de escucharse.

La estrategia de la intervención en directo en la televisión había funcionado. Chuuya debía convertirse en el cebo que haría caer en la trampa al ladrón que creaba los haikus y esté había picado el anzuelo. Solo quedaba que tirar de la caña y acabaría sus días de nadar en las aguas del crimen.

—Imbécil ladronzuelo sinvergüenza, te pasaste de incauto. Tu temeridad te va a llevar a la cárcel. Yo te voy a cortar las alas, tontuelo, y no habrá segunda oportunidad.

Riéndose feliz se levantó del asiento para ir a compartir la información recién descubierta con Akutagawa, pero algo le paró.

El gran detective recelaba de él y no iba a dejarle que tuviese su momento de gloria. Era altamente posible que tomase aquel logro de Chuuya como propio y así lo presentaría a Mori.

¿Y si se lo callaba? Y si investigaba por su cuenta?

Tenía la corazonada que el ladrón había utilizado el dibujo para algo más que llamar su atención. Solo debía observar y deducir. Si allí había un mensaje oculto lo encontraría. Lo detendría, a él y a los otros dos miembros de la banda.

Lo haría.

No tenía nada que perder pues Akutagawa se había encargado de dejar su profesional a la altura del betún convirtiéndolo solo en un reclamo sexual a ojos de todo Japón.

Volvería a salir en televisión pero con los tres ladrones a sus espaldas esposados, humillados y derrotados y él presumiendo de que había podido estar por delante del gran Akutagawa.

Sí, eso haría.

Pero cuando, resuelto, iba a ponerse en serio a estudiar cada detalle del dibujo, la angustia volvió a su corazón.

Sino lo conseguía, el comisario le despediría por ocultar pruebas e información vital entorpeciendo la investigación.

¿Qué debía hacer? ¿Qué decisión era la correcta?

Gracias por leer

Este capítulo ha sido más corto pero en el próximo lo compensaré.

A ver si acertáis  lo que va a pasar al fin.

Próximo capítulo: ¿Por qué robo? Adivínalo.

Ahora me ves, ahora no me ves. BSD. Soukoku , Shinsoukoku. OC.Where stories live. Discover now