Interludio IV

1.6K 282 161
                                    

En aquella mañana soleada de abril, Ryuro Hirotsu, había encargado un desayuno francés en la terraza de la cafetería del hotel Ritz en Tokio. Croissants de mantequilla calientes, café recién molido con leche fresca, zumo de naranja recién exprimido, diversas mermeladas caseras, una porción de tarta de chocolate y un té verde.

Si algo que le gustaba de pernoctar en ese hotel eran sus desayunos y las vistas aéreas de la capital. Encontraba paz y sosiego. Por unos minutos podía entregarse a disfrutar de aquello manjares, en soledad, olvidando quién era y a qué se dedicaba. Solo un huésped más.

Se disponía a seguir leyendo el libro con aquel dramón que había empezado la noche anterior antes de entregarse al sueño en la cama King Size entre multitud de almohadas de pluma, cuando la silla de delante suyo fue ocupada de pronto.

Hirotsu levantó su vista del libro para hacerle a notar a quien fuera que fuese su inesperado compañero de mesa que se había confundido, cuando se quedó sorprendido por la intensidad con que un par de ojos castaños enormes le observaban llenos de algo que no podía ser más que admiración.

—¡Buenos días, sensei!

¿Sensei? Sin duda el joven se había equivocado. No tendría más de dieciocho, por sus ropas y su forma de hablar parecía de buena familia.

Hirotsu se fijó en como entreabría los labios, con cierta ansiedad, y en mitad de sus pupilas pudo apreciar el brillo de aquellos que viven en una realidad distinta. El pobre chico debía de tener algún cable fundido. Con cierta lástima, decidió seguirle un poco el juego.

—¡Buenos días! ¿Y tú eres?

—Dazai, Osamu Dazai. Tu nuevo alumno.

Dazai. No le sonaba ese apellido de nada. No pretendía a ninguna familia de bien que él conociese.

—Dazai, no es de muy buena educación tutear a los mayores —no le recriminaba, solo quería comprobar lo inestable que era el muchacho.

Los ojos de Dazai brillaron de gozo. Sin duda porque le hubiese llamado por su nombre.

—Los ladrones nos tuteamos entre nosotros.

Hirotsu dio la vuelta al libro y entre sus hojas adelantó el cuchillo del pan, intimidando con su punta al joven.

—¿Quién te envía? —le preguntó amenazante en voz baja dejando de lado todo miramiento.

Dazai negó con la cabeza.

—Nadie. Lo hemos decidido así. Queremos pedirte que nos tomes como alumnos.

—¿ Tú y quienes?

Dazai señaló con su cabeza a la mesa más cercana a la izquierda. Sin dejar de apuntar con el cuchillo a Dazai miró de reojo hacia esa dirección.

Dos jóvenes más o menos de la edad de Dazai ocupaban esa mesa, un chico y una chica. La melena oscura lisa hasta los hombros de ella estaba recogida de lado por un pasador con forma de mariposa. El rostro del chico apenas lo podía ver, porque un gran flequillo ocultaba sus ojos y el resto de su cara un croissant relleno de nata lo escondía.

—Ranpo averiguó que estabas alojado a aquí, así que reservamos una habitación.

—¿Una para los tres?

No es que él fuese alguien que mirase el decoro, pero era sorprendente ver ese tipo de relaciones en gente tan joven.

—¡Oh, no, sensei, no te preocupes! Entre nosotros tres solo hay una amistad. Es cierto que Ranpo y yo somos gays, pero solo nos admiramos por nuestro intelecto.

—Me da igual lo que hagáis o no. ¿Qué queréis de mi?

—Ya te lo he dicho. Ser tus alumnos. Eres el mejor de Japón y queremos aprender del mejor.

No podía negar que le gustaba ser admirado por las generaciones jóvenes.

—Vale, Dazai. ¿Y por qué debería aceptaros de alumnos? A ti, a Ranpo y a la chica—quiso saber más por curiosidad que por interés.

—La reina Yosano —le aclaró Dazai.

—¿Reina?

—De los ladrones —precisó Dazai.

Hirotsu suspiró. Realmente estaba muy mal ese chico.

Dazai no parecía afectarle lo claro que Hirotsu demostraba que no lo tomaba en serio, pues abrió los brazos explicando con sinceridad.

—Para empezar, que te cobres con nuestros botines, la factura de la suite y del desayuno que se está tomando Ranpo.

Hirotsu al principio no entendió, pero enseguida se le hizo la luz.

—¿No habréis...? —la sola idea le dejaba pasmado.

—Somos menores, no podemos poner una suite a nuestro nombre, así que para este hotel somos tus queridos sobrinos. Así que todo lo van a cobrar a tu cuenta.

Hirotsu abrió tanto los ojos asombrado que se le cayó el monóculo.

—Esto es parte del primer pago por tus enseñanzas —le anunció Dazai poniendo encima de la mesa, entre las mermeladas y la tetera, una bolsita de terciopelo negra.

Hirotsu miró la bolsita con desconfianza.

Dazai mostraba una sonrisa de oreja a oreja con total seguridad que aquello que contuviese la bolsita iba a gustar a Hirotsu.

Este dejó el libro y el cuchillo a su lado derecho de la mesa, se puso bien de nuevo el monóculo, tomó la bolsita y la abrió tirando del lazo de seda negro que lo cerraba. En sus manos cayó una piedra de jade.

Cualquier otro la hubiese tomado por una piedra sin más, pero los ojos expertos de Hirotsu reconocieron enseguida su procedencia.

—¿Esta es...? —no quiero decirlo en alto porque su nombre circulaba en los periódicos y en las noticias por su desaparición de la subasta que se tendría que haber efectuado ese fin de semana.

Dazai no respondió, solo siguió sonriendo.

Diez años más tarde, un muy enfermo Hirotsu acababa de escuchar el plan suicida que había trazado Dazai junto con Ranpo para convertirles en leyenda.

—¿Qué opinas, sensei? —le pidió su validación Dazai.

Hirotsu suspiró.

—Es un plan idiota, como todos los vuestros y si fuera otro quien me lo hubiese contado, pediría a la reina que le lanzasen a un pozo y le dejasen allí toda una noche hasta que aclarase sus ideas, pero eres tú. Tengo fé en ti y sé que no solo no acabarás en la cárcel, sino que conseguirás recuperar a tu detective.

—Lo traeré aquí y le conocerás, Hirotsu. Necesito de tu bendición antes de que le pida que se case conmigo.

Hirotsu soltó una carcajada débil.

—Le has arruinado la carrera y crees que te aceptará como esposo.

—¡Nos amamos!

Hirotsu le revolvió el cabello de forma cariñosa.

—Estás igual de loco que el día que te conocí, pero no hay ni un solo día que no me alegre de que me eligieras de maestro.

—¡Y no hay un solo día que no me enorgullezca de ser tu alumno, sensei!

———

Gracias por leer.

Vuelvo con nuestros queridos y locos ladrones y detectives.

Empezamos la recta final de la historia tras este último interludio.

¿ Preparados a sufrir y a soñar ?

Adelante, Chuuya, te cedo el testigo en el próximo capítulo.

Ahora me ves, ahora no me ves. BSD. Soukoku , Shinsoukoku. OC.Where stories live. Discover now