No había razón para que perdiera la compostura, siendo como era, reconocida por su perfecta actitud en sociedad; no podía dejar que la señora Fleming, que miraba desde un costado la escena, se diera cuenta que la flor de la sociedad capitalina había sucumbido ante la presencia de una simple chiquilla ilegítima.

No era, bajo ningún concepto, aceptable y supe que lo entendió cuando me devolvió la mirada y sonrió apenada por su desliz. Hizo sonar la pequeña campana plateada apoyada en el alfeizar de la ventana y esperó con una sonrisa impenetrable a que se presentara la criada a limpiar el desastre en el piso.

—Supongo que usted debe ser la señorita Clarice. —Escuché como la señora Fleming hablaba al mismo tiempo que la evaluaba con la mirada. Mi media hermana se había quedado estática en las puertas del salón luego de que la taza se rompiera y solo entonces pareció volver a sus sentidos.

—Sí, u-un gusto señora. —La voz le falló en cuanto se encontró con los oscuros ojos de la profesora y yo no pude menos que contener la sonrisa ante la mueca ante la mueca desaprobatoria que se había asentado sobre las severas facciones. Aunque Justine Fleming era una mujer bonita y que no llegaba a los treinta, su aura era atemorizante.

—Tarde señorita, ¿es que nadie le enseñó a usted el valor de la puntualidad?

—Yo...

—Profesora, mi hermana es nueva y aún no está familiarizada con las reglas —dije alejando la mano que me retenía junto a la ventana y dando pequeños pasos, me posicioné junto a la que me parecía la niña más tonta del mundo. Claro que mi mundo y el de ella eran muy distintos, en el mío, ella no era mejor que una piedra.

—La señorita Fleur es demasiado blanda aún y se permite cubrir tus errores, pero la sociedad no es condescendiente con sus integrantes. Debería empezar a ser consiente de ellos si es que pretende sobrevivir en ella.

Los ojos de Clarice me miraron con un sentimiento indescifrable cuando no volví a abrir la boca en su defensa; la verdad es que, si había hablado en un primer momento, había sido solo por empezar a cimentar una imagen.

No me importaba en lo más mínimo lo que pudiera padecer ella, suficiente estaba haciendo con ignorarla y dejarla ser a su gusto en la mansión.

Antes, mis acciones contra ella no habían superado nunca lo verbal, un acoso infantil que no dudo fue perjudicial para Clarice; sin embargo, no había durado más que un tiempo muy ínfimo porque él estaba allí para protegerla y yo dejé de sentirle propósito a molestarla cuando ella sola parecía decaer.

Dos por tres aparecía sucia de los pies a la cabeza, llena de ceniza, polvo y tierra, con los vestidos de seda y puntilla que parecían desbordar de su armario hechos girones. No había propósito ni tiempo para prestarle atención cuando las clases se multiplicarnos y mi vida se redujo a las paredes polvosas de la biblioteca. Cuando nos encontrábamos, no le escatimaba ni siquiera una mirada y cuando lo hacía, me llenaba de desprecio y mi boca se volvía ácida.

Era quizás, un sentimiento inevitable.

—Tome, póngase estos libros sobre la cabeza y comience a andar, quiero ver qué tanto trabajo tenemos por delante. —Parada con las manos juntas en el regazo, miré desinteresa cómo la mujer le entregaba dos pesados volúmenes de Costumbres, modales y etiqueta para señoritas a una niña que la miraba con cierto recelo.

Sí, por supuesto, todavía no había encontrado ningún aliado dentro de la casa y la señora Fleming, sin duda, no sería uno.

—Vamos, vamos, apresúrese —instó—. Y usted, señorita Fleur, pase a sentarse en la mesa, su andar no necesita más práctica por hoy, así que evaluaremos sus modales en la comida —dijo y no ignoré la mirada satisfecha que le dedicó a mamá cuando pasé por su lado.

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