Día 48

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11 de Noviembre de 2014

Fui duro con Sallie, pero así era como debía ser para que ella dejara de romperme el corazón.

Le había muchas oportunidades, porque tenía la esperanza de que seriamos felices juntos, porque ella me “quería” y yo a ella, pero ese mismo cariño que le tenía me cegaba y me hacía ser un idiota para ver la realidad.

En fin, la iba a dejar en el pasado donde debía estar y que fuera feliz con Brad, aunque este tipo no sabía cómo tratarla, pero ese ya no sería mi problema.

Meredith tenía razón de decirme que debía dejarla de una vez para poder ser feliz, y yo no quería darle oportunidad de nuevo de que llegara a mi vida, me pusiera todas las cosas de cabeza en mi vida y después me decepcionara de nuevo.

Yo solo quería ser feliz y esperaba habérselo dejado claro el día anterior, porque no pensaba perder otra oportunidad para ser feliz para terminar destrozado de nuevo.

Las cosas en mi vida ya estaban bien, ya se estaba acomodando todo.

Tenía a mis buenos amigos, que apoyaron en mis tiempos de oscuridad y depresión, tenía a Cinthia que era mi punto y coma, y a una amiga especial, Amanda.

Todo se estaba resolviendo, seguimos siendo amigos Danielle, Micaela, May y yo, Sallie estaba descartada y Brad no me había vuelto a molestar desde que le golpee en el rostro.

Todo eso me alegraba mucho.

Esperaba que las cosas duraran así de bien aunque fuera un par de meses, o mínimo unas semanas. Quería que la felicidad me durara al menos algo para disfrutarla.

Ya habían sido demasiadas cosas malas como para no aprovechar la felicidad que tenía.

No tendría un final feliz, eso era obvio, de hecho nadie lo tiene, pero lo que hace buena la vida es disfrutar esos pequeños momentos que te hacen reír al menos unos minutos, porque ahí es donde te olvidas de lo malo aunque sea en un corto periodo.

Mientras estaba acostado viendo el techo de mi habitación, todos estos pensamientos pasaban por mi mente. Incluso había pensado en sentarme a hablar con mi madre seriamente sobre nuestra relación que nunca llegábamos a ningún lado, solo discutir, discutir y discutir.

Solamente debíamos hablar y resolver todos nuestros problemas para poder tener una buena conexión de madre a hijo. Solo eso.

Mis ojos se cerraban, mis parpados se volvían pesados, hasta que me rendí y caí en el sueño.

Estaba en el piso del baño, con la navaja en mi antebrazo, haciendo cortes profundos y grandes, sin querer hacerlos y sin poder detenerme, como si mis brazos tuvieran vida propia y no me obedecieran.

La sangre corría por todo mi brazo y caía a gotas en el suelo, rápidamente se formó un gran charco pintado de rojo. Gritaba con gran impotencia, queriéndome detener pero era imposible, mis brazos no respondían y se movían por sí solos.

Me tiré en el suelo, sollozando queriendo pedir ayuda, pero mi voz no se escuchaba, apenas y podía respirar.

Alcanzaba a decir unas palabras cortas.

Amanda, ayúdame, llévame contigo.

Como si ella estuviera ahí y pudiera oírme.

Mis ojos se volvían a cerrar, no quería cerrarlos porque sentía que no iba a volver a despertar.

Entonces que supe que no se podía hacer nada, los cerré y dije.

De repente pude despertar.

El suelo era blando y acojinado, como una almohada de algodón puro, no… ¡una nube!

Estaba parado sobre una nube, suave y cómoda.

-Déjame ayudarte. – dijo una voz dulce y melodiosa que supe reconocer de inmediato.

Amanda estaba enfrente de mí tendiéndome una mano.

La acepté y me levanté.

Tenía aquellas alas blancas y suaves con las que ya la había visto en alguna otra ocasión. Que le quedaban perfectamente, por cierto.

-¿Amanda? – dije.

-¿Quién más? – respondió sonriéndome. – dijiste que te trajera conmigo, y aquí estás.

Fruncí el sueño.

¿En serio había muerto? Eso sería demasiado cliché.

-Eso quiere decir que yo…

-Es un sueño, Alech. – afirmó. – si yo no puedo estar en tu mundo ahora, te traje al mío. – volvió a sonreír.

Volteaba a todos lados, se veía (y se sentía) demasiado real.

Era como si en verdad estuviera viendo el cielo, o el paraíso. Lo que sea.

Suspiré.

-Esto significa que siempre escuchas cuando quiero hablarte. – dije.

-Y veo todo lo que escribes para mí. – respondió.

Sonreí.

-Es tu libreta, ¿recuerdas?

Ahora ella sonrió.

-Ya no me necesitas, Alech. – dijo de repente.

Voltee a verla y fruncí el ceño.

-¿Por qué dices eso? – pregunté.

-Mírate, estás bien ahora. El tiempo malo ya pasó, solo podías verme y sentirme cuando estabas mal. También me escribes cuando estás bien, pero yo solo estaba para ayudarte y ya no necesitas mi ayuda.

Mis ojos se cristalizaron. Sentía culpa de haberla olvidado, aunque no fuera así porque siempre pensaba en ella.

-Nunca te olvidé en ningún momento, Amanda.

Se acercó y puso su mano en mi hombro.

-Tenías razón, soy tu ángel, y todas las veces que te preguntaste si acaso yo sabía de ti, la respuesta es sí, siempre te cuidaba de todo lo malo y aunque aquí no se pueda sentir dolor, yo lo sentía cuando te hacías daño y llorabas.

No resistí y una lágrima se escapó de mis ojos bajando por mi mejilla.

Bajé la vista, y ella me abrazó.

-Todo va a estar bien, si llegas a necesitarme de nuevo, solo escríbeme otra vez. Y por favor no pierdas mi libreta porque es mi manera favorita de saber de ti.

Le correspondí el abrazo, muy fuerte.

-No te olvides de mí. – dije.

-No existe el olvido aquí, tú no te olvides de mí. – respondió.

Sonreí pero ella no se dio cuenta.

-Jamás mientras esté vivo, y cuando muera tampoco.

Se separó un poco, me miró a los ojos y sonrió.

-Cuida a tus amigos, tus familiares, a tu novia y arregla los problemas con tu madre, porque no sabes cuando la veras por última vez.

Tenía razón, no debía desperdiciar la vida de mi madre en discusiones que no llevaban a ningún lado.

-Te prometo que todo irá tan bien como sigue ahora. – dijo.

Le sonreí.

-Gracias, Amanda Todd.

-Supongo que esto es un adiós.

Volvió a caer otra lágrima por mi mejilla pero no dejaba de sonreír.

-Adiós, Alech. – dio un beso a mi mejilla y se alejó.

Después de eso todo se nubló, no podía ver nada, hasta que mi vista se aclaró y estaba en mi habitación.

Sin pensarlo dos veces, me levanté de la cama y salí de la habitación.

Me paré enfrente de la puerta de la habitación de mi madre. Estaba dispuesto a arreglarlo todo.

Toqué la puerta un par de veces.

-¿Mamá?...

Mi encuentro con Amanda Todd ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora