XIII. Kalisha

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Kagome

Miro la pantalla de mi móvil y suspiro. Sango revisa las cuentas de lo que hemos generando este mes. No estoy a gusto con estar encerrada, pero sé que es la mejor opción. Y lo confirmo cuando Kikyo entra agitada y sin mirar a nadie, no hay que ser un sabio para saber qué pasa. Por ello apago mi teléfono y lo guardo en mi bolsillo delantero, mis ojos estudian los movimientos algo torpes de la azabache, su cara roja de la furia. Conozco muy bien esa expresión que adquiere su rostro a medida que van avanzando los minutos, esa mirada, esa postura, esa tensión en su cuerpo: no pudo matarlo.

Nunca la obligaría a que acabara con la vida de alguien que ama, pero siendo el caso de que tuvo la oportunidad de matarlo y no lo hizo me cabrea. Ella sabe que todo este rollo y lío entre pandillas se está dando por causa de ese idiota y ella simplemente no le mete una bala en la cabeza en cuanto lo tiene en frente.

Eso es patético

La veo sentarse y luego mirarme. Hay un titubeo en su mirada que hace que mi postura pase del cabreo a la preocupación. Kikyo muerde su labio inferior antes de soltarlo y dejar salir una suave respiración.

—Tengo dos cosas importantes que contarte—murmura en cuanto mis ojos le amenazan. Sango deja el conteo y se acerca ubicándose a mi lado. Ella es mi mano derecha.

—¿Qué sucede?—ella nos da una rápida mirada.

—Me encontré con Naraku, lo siento, pero una vez más no pude matarlo—bufo, me cruzo de brazos y la miro con molesta.

Ella fue pareja de Naraku, quien es la cabecilla de la pandilla que nos causa tantas molestias, acabar con ese imbécil iba a ser nuestra solución. Nadie posee un cerebro que trabaje tan bien como el de él. Naraku es rápido en las estrategias, sus cálculos son eficaces. Por algo es la cabeza de esa mierda de pandilla. Lo conozco muy bien para saber qué tan peligroso es. Y es muy peligroso solo soltando palabras que podrían hacerte dudar de tu existencia.

Una parte de mi enojo es que ya ella debió superarlo hace tiempo. Siempre hace esto, llorar o apuntarle con un arma y no disparar, Naraku es un infeliz, pero debo admitir que ama a Kikyo. Tanto la ama que la dejó ir sabiendo secretos de él que nadie sabía. Gracias a eso tenemos puntos débiles de Naraku. Algo más allá de lo que yo sabía. Que era mucho.

—Eres una idiota Kikyo, ¿quién demonios es Naraku?—le pregunta Sango molesta—¿es un amigo o enemigo?—la furia en sus ojos marrones es normal para mí, la mayor parte del tiempo Sango parece odiar todo lo que le rodea.

—Un enemigo—murmura Kikyo bajando la cabeza.

—¿Y qué hacemos con el enemigo?—pregunta nuevamente suspirando con fuerza y viéndose molesta.

—Le sacamos información, si no podemos, entonces le damos muerte—responde seria, pero en sus ojos en evidente que quiere llorar, ella es muy sensible.

—Entonces no comprendo por qué diablos Naraku sigue respirando y jodiéndonos los malditos ovarios—aclaro mi garganta para que la participación de Sango baje.

—¿Cuál era la segunda noticia?—pregunto caminando hasta la mesa y tomando una Tablet, uso mi huella digital y luego la clave para poder entrar en ella.

—Le dispararon a Inuyasha y gracias a eso está en el hospital, su situación es crítica—el aparato cae de mis manos al suelo y me giro lentamente a mirarla. Ahora parece más asustada que cuando me contó lo de Naraku.

—¿Qué diablos?—en ese instante entra Ayame agitada y pareciendo un cordero asustado. La miro y cuando se detiene frente a mi le cruzo la cara de una bofetada.

Guerra de pandillasOù les histoires vivent. Découvrez maintenant