23.- De él o de nadie

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— Eslabón maldito... — susurraste esa frase desprendiendo un aura temible, Lisa tuvo que cubrirse para no salir disparada por la inmensidad de ese poder, no era que fueras un ser invencible, sino que era la primera vez que usabas un hatsu y por falta de entrenamiento te estabas saliendo de control.

Eslabón maldito fue el nombre que le pusiste a tu habilidad nen porque, para usarlo, tenías que poner en riesgo la vida de otra persona o la tuya misma. Esa era la razón de usarlo como última alternativa.

— Eres especialista — recordaste el momento en que Kurapika te dijo tu categoría en estado escarlata. — Debes pensar bien en cómo vas a controlar ese poder — fue el consejo que te dió durante tu entrenamiento — tienes un aura destructiva — la advertencia que en aquel momento creías una exageración — eres capaz de desintegrar todo lo que tocas. — la peligrosa arma que cargabas no era apta de usar ni para ti misma y aún así, el momento llegó.

Tu aura roja como la sangre y tus ojos completamente dominados por el poder de tu habilidad te daban un tiempo de 1 minuto, un sólo minuto en el que eras completamente inmortal a cambio de volverte una potente arma de destrucción.

Los soldados de Yumei que aún estaban con vida, incluyendo a quien disparó a Kurapika te atacaron sin parar terminando las municiones de sus diferentes armas de fuego, ninguna de ellas te hacía un sólo rasguño pero tú no necesitabas nada para acabar con ellos, tan sólo tus manos.

— ¡Alto al fuego! — ordenó el uniformado que estaba más cerca de ti, entre humo de los disparos y polvo levantado por todas partes notaron que la potencia de tu aura había desaparecido, que incrédulos fueron al no recordar que también se puede ocultar el aura. — ¿murió?

Acercarse a ti fue un error del que se habría arrepentido de no ser porque era el último. Extendiste tu mano hacía él, un sólo roce de tus dedos fue suficiente. Lo hiciste polvo ante la mirada de todos.

Eres capaz de destruir la materia, desintegrar todo, desaparecerlo de la existencia.


— Mi papá es malo... mató a un hombre... — se ocultó debajo de su cama, el miedo que experimentó al ver a Kim ejecutando a Yumei la hizo cambiar radicalmente la imagen buena que tenía sobre él.

Escuchó que la llamaba del otro lado de la puerta, no tenía ninguna intención de abrir, la imagen de Yumei cayendo al suelo con el cráneo hecho pedazos casi la hizo llorar ahí mismo.

— Princesa, abre la puerta. — ordenó Kim ahora con un tono exigente.

El ama de llaves de la casa se acercó a Kim preguntando si se encontraba bien ya que escuchó el estruendo en el momento que subía por la escalera al segundo piso. Al darse cuenta de que Kim cargaba en su mano el arma, prefirió no haber preguntado anticipadamente.

— Mi señor Kim, por favor, dígame que no va a hacerle daño a su hija. — aquella dama se moría de miedo al ver al dueño de la casa tocando insistentemente la puerta, no hacía caso a sus palabras. — Le suplico que baje esa arma, puede lastimarse, escuchenme por piedad, es su hija, es su niña.

— Ellos quieren quitarmela. — Kim dejó de tocar la puerta y lentamente dirigió su mirada hacia la mujer que se ponía de rodillas rogando que no cometiera una barbaridad, pero los ojos de ese hombre veían al vacío, estaba volviendo a tener esos episodios de ansiedad, de locura. — ¡Si yo no puedo tenerla, no la tendrá nadie!

La exclamación posesiva de Kim fue escuchada también por la niña que temblaba bajo su cama, era la primera vez que escuchaba gritar a su padre de esa manera, parecía otro hombre.

— ¿Qué va a hacer, señor? no sería capaz de hacerlo, ¿verdad? no sería capaz de matarla. — Intentando de calmarlo a toda costa ganaba tiempo para que las demás sirvientas escucharan y llamaran a la policía.

Un segundo disparo acabó con la vida de aquella inocente que nada tenía que ver con el delirio de su amo. Los empleados de la mansión estaban aterrados, una de las sirvientas que abrió la puerta a Yumei momentos atrás encontró el cadáver del ahora ex socio de su amo. ¿quién sería el próximo en morir? si se quedaban ahí, se desataría una masacre.

— Kenya... — volvió Kim a llamar a su hija — ¡ABRE LA MALDITA PUERTA!

Si los gritos pudieran causar un infarto, la niña habría muerto con ese, resonante en sus oídos, no podía quedarse a esperar, su corazón palpitaba acelerado, Kim empezó a patear la puerta rompiéndola a pedazos.

Por gracia divina, Kenya se encontraba en la primera planta de la mansión y aunque la ventana era alta, podía meterse entre los barrotes y saltar al pasto del jardín.

Salió para trepar sobre una silla y subir a la ventana, el sonido de la puerta cayendo al suelo fue lo que más la atormentó, pues al intentar pasar entre los barrotes de hierro, su vestido se atoró con la manija que abría y cerraba la ventana, su padre corrió hacia ella saltando sobre la silla y tomándola del vestido.

— ¿Me vas a dejar abandonado? ¿ya no me quieres? — Kenya estaba tan asustada que ni siquiera respiraba, sólo veía como su padre perdía la cabeza — ¿a dónde irás? ¿a buscar a tu madre? lo escuchaste todo, ¿no es así? — al decir esto, la niña tragó saliva, Kim le hablaba como si ella fuera capaz de entender cómo un adulto cuando lo único que lograba era llenar de miedo a una pequeña de 6 años — entonces anda, lárgate y déjame... volviéndome el hombre malo que has visto, porque si logro meterte a la fuerza — amenazó tirando del vestido, rompiéndolo — voy a hacerte lo mismo que le hacen a los mounstros como tú. — Kenya no entendía lo que significaba eso, pero le dolía escuchar cada palabra, además, estaba resbalando y caer desde ahí en esa posición la lastimaría — ¿Sabes porqué tus ojos se vuelven rojos cuando te emocionas? ¿porqué no tienes amigos? eres muy pequeña para entenderlo pero, tú has vivido encerrada aquí debido a que... el resto del mundo te odia, eres la hija de un mounstro, un demonio de ojos rojos, eso es lo que eres.

— ¡el mounstro eres tú! — al gritar y tirar ella misma de su vestido, terminó de romperlo.

Cayó sobre el césped del jardín a 2 metros de altura pero no sintió dolor, al reincorporarse y empezar a correr se dió cuenta de que las imágenes a su alrededor estaban distintas, todo estaba en color rojo, volteó para ver a su padre quien la observaba con coraje, Kenya no se dió cuenta por su arranque repentino de ira pero al gritar también le había propinado una patada a Kim en el rostro, tan fuerte que su piel sangraba y de su boca escurría un hilo de sangre.

— Te lo dije, eres un mounstro — observaba los ojos rojos de su hija recordándo lo peligrosa que había sido su madre y lo obstinado que fué él al no tomar en cuenta el riesgo que había sido para él tener una Kuruta en casa — nadie va a quererte allá afuera, si no te quedas conmigo, lárgate... — dijo Kim como últimas palabras antes de apuntar a su propia hija con la misma revolver — o muérete.

K.E.N.Y.AWhere stories live. Discover now