27.

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Se sentía un niño en aquella sala de hospital, quizás porque era el mismo que recordaba en su infancia, había detalles que no pasaban desapercibidos, tal como el aire acondicionado que ya había sido reparado, las bancas acolchonadas que ahora sí eran agradables para dormir, ya no eran de metal frío, ya no eran incómodas; la cafetería seguirá estando en el mismo lugar, el espacio de secretarias ahora era más pulcro, con varios captus y flores adornando el alrededor de las computadoras, las cuales que recordaba en su infancia como monstruosas y pesadas, ahora eran planas, apostaría que livianas. Las puertas seguían siendo de diferentes colores según la especialidad, los letreros aún lado de los números seguían siendo niños o adultos en una placa de aluminio.

La luz ya no era amarillenta, ahora era blanca, mucho más cálida, los vidrios no eran opacos, apostaría que alguien repasaba cada rincón quitando la suciedad.

Seguía manteniéndose un sincero y solemne silencio junto a corquilleos a modo de susurros que cesaban segundos después de iniciar, el único sonido que parecía mantenerse sin cesar era el de tecleo, pero no precisamente es de las secretarias.

Se cruzo de brazos, girando su cabeza hacia la televisión colocada en el mismo lugar con las noticias en emisión, claro, con el símbolo de Mute activado.

Recordó cuando era un infante y tuvo que pasar en ese lugar abrazado a su madre, escuchando como Emilie discutía con Gabriel, siendo callada pe esa mujer cascarrabeas que incluso era capaz de regañar a quien lamentaba una pérdida, agradecía que no se encontrará en aquel lugar, pues posiblemente en unos minutos estaría llorando, tan sonoramente que despertaría al bebé que era arrullado por su madre.

Eso trajo a su memoria otro recuerdo, el de Audrey Bourgeois sollozando en alto mientras su madre trataba de abrazarla, como esta formaba con sus manos una protección para que esta no se acercara más. Recordaba vivamente a Chloé llorando porque su madre lo hacía, y como ella salía corriendo tras ser rechazada por su progenitora.

Esa escena que se había repetido tantas veces, de las que no entendía que sucedía por completo y en esos momento no eran claros.

—toma —observó el café humeante que le extendía la azabache —no es bueno que estés aquí —habló —te hará daño, como me lo esta haciendo a mi —recapacito.

—es alguien importante en mi vida —sonrió un poco.

—estará bien —afirmó, aquello no era para él, bueno no de manera directa, era claro que aquellas dos palabras iban dirigidas hacia ella misma.

—Sí, lo estará —respondió, sumiendose de nuevo en su memoria, Marinette tomando un vaso de té mientras lloraba en silencio, negándose a ser abrazada, igual que Audrey Bourgeois.

Marinette en esos momentos no había perdido nada, pero en su mirada, esa decía que lo había hecho, aunque jamás lo admitió, aunque culpo al malestar de Tom.

Relamio sus labios, decidiendo que no era bueno sumirse en aquellos malos recuerdos, le dolía tanto verla llorar y recordarlo era peor.

—Por —Sabine lo observó con duda —quiero decir ¿Por qué no le han dado informes?

—quizás porque cuando vino el doctor, le suplique que no quería saber que pasaba, solo que salvara a Tom —acarició su brazo, observando un punto fijo en el suelo.

—¿Qué le pasó? —Sabine le observó, temerosa, un sincero terror que no había visto en sus ojos.

—un accidente... —su voz se quebró, logrando que el Agreste se moviera regalándole un abrazo —no sé que haré si pierdo a Tom también
—expresó con dolor, notando en ese momento que sus ropajes se encontraban sucios, cosa que también vio el Agreste —santo cielo —río un poco —esto fue tanta sorpresa —musitó —debería cambiarme.

Alguna vez... [Terminada] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora