Luego está la mesa, la misma que tenemos en el departamento, al igual que las sillas. Esto no puede ser posible.

Quiero salir a buscar a Kevin y pedirle una explicación, pero me lo choco en la entrada y me abraza para que no me caiga.

—¿Por qué tienen las mismas cosas que nosotros? —cuestiono confundida. Él se ríe y toma mi rostro entre sus manos.

—Amor, esta casa es nuestra —dice. Lo miro buscando algún rastro de diversión o burla en su voz, pero solo veo emoción.

—¿Ganamos la lotería? —pregunto con lentitud. Suelta una carcajada y me acaricia—. ¡Kevin, no me mientas! ¡Esta no puede ser nuestra casa, apenas tenemos para pagar el departamento de porquería en el que estamos y menos vamos a poder pagar esta mansión!

—Primero, no es una mansión aunque lo parece porque es más grande que el departamento. Segundo, no te miento, es nuestra. La compré hace unas semanas, pero quería que fuese sorpresa y antes tuve que hacer un par de arreglos.

—¿Cómo...? ¿Con qué plata? Ay, Dios, esto debió salir una fortuna.

—Bueno... No tanto. ¿Te acordás cuando dijimos que no queríamos regalos de casamiento? —Asiento con la cabeza—. Me llamaron todos y se negaron a no darnos nada, así que les comenté de esto y todos aceptaron ayudar, por lo que en realidad me salió menos de lo que pensaba. Por otro lado, sabés que tengo varios ahorros porque siempre trabajé, y nunca quise gastar hasta que pasara algo realmente importante.

—No lo puedo creer —murmuro volviendo a mirar alrededor. Los azulejos de la cocina son de un amarillo pastel y se nota que son nuevos porque brillan. Mi batidora está perfectamente colocada en una encimera junto a otros elementos de pastelería—. Kevin... —Mis ojos se llenan de lágrimas. Esto es un sueño, no puede ser real.

—Aceituna, creelo, es nuestra casa. —Vuelve a tomar mi rostro y me besa con suavidad—. Vení, sigamos viendo. ¿Podés subir escaleras? La verdad es que la compré antes de que nos enteráramos del embarazo y justo pasó todo esto, así que desconfío de las escaleras.

—Tranquilo, puedo subir, no pasa nada.

Hace un gesto de duda, pero toma mi mano y comenzamos a subir hasta el segundo piso.

Hay cuatro puertas cerradas y Kevin me invita a abrirlas de a una. La primera es el baño, es gigante, tiene una bañera más parecida a un jacuzzi que a un lugar para bañarse. Mi acompañante comenta que abajo hay un baño mucho más pequeño, pero igual de lindo. Todo es tan blanco y brillante que siento que voy a ensuciar con solo tocar algo.

La segunda habitación está vacía, pero Kevin me dice que estaba pensando en que ese sea el cuarto de los bebés porque es la más amplia y dos cunas entran perfectamente. Estoy de acuerdo, incluso puedo imaginar cómo quedaría todo y me lleno de ilusión.

La tercera puerta conduce a nuestro cuarto. Me quedo con la boca abierta por la sorpresa, es bastante más grande que el departamento, los muebles ya no están tan apretados e incluso hay nuevos. Una ventana da al jardín y las paredes están pintadas de un color verde manzana muy suave que iluminan el ambiente.

—Está hermoso —murmuro, aun observando la habitación. Él sonríe y se acerca a mí.

—Una mujer hermosa como vos merece tener cosas hermosas —responde acariciándome. Me cuelgo de sus hombros y lo beso con lentitud—. Lamentablemente no podemos darle el estreno merecido a la casa, yo quería hacerte el amor en la sala, en la cocina, en el baño, en la habitación vacía y en este cuarto. Incluso en el jardín.

—¿En el jardín? —interrogo entre risas—. Pero si el único jardín que tenemos da a la calle.

—Eso creés vos. —Me guiña un ojo—. Abajo te faltó una puerta y, si miro por esta ventana, no veo calle —contesta sonriendo. Arqueo las cejas—. Vamos al patio, la habitación que te falta por ver también está vacía, así que no te perdés de nada. ¿Podés bajar las escaleras o estás cansada?

—¿Me vas a preguntar lo mismo cada vez que tenga que bajar o subir?

—Probablemente sí. —Se ríe—. Pero es que me preocupa, quiero que estés bien, debería haber pensado en que algún día te embarazarías y no podrías subir y bajar, pero bueno. Hasta debería haberme acordado que una mujer se puede embarazar de más de un bebé, siempre imaginé que iba a tener de a un hijo, pero ahora son dos y...

—Amor, llevame al patio —pido para que deje de divagar. Él me señala como si estuviera en lo cierto, toma mi mano y volvemos a la planta baja con tanta lentitud que me cansa, pero es que él no me suelta y camina como si yo fuese una viejita.

Cuando al fin llegamos abajo, lo sigo por un pequeño pasillo hasta que llegamos a una puerta de vidrio. Él la abre, la sostiene para que pase primero y luego sale detrás de mí.

Abro los ojos impresionada. El jardín es inmenso, hasta podría construirse una pequeña casa en este lugar. El pasto es tan verde que da sensación de aire puro y está recién cortado. En el centro hay una sola planta y distingo que es un limonero. Me río de alegría, ¡siempre quise tener un árbol de esos!

—Por ahora es el único que tenemos, pero con el tiempo vamos a ir sembrando más y más flores. Así como vamos a seguir regando este amor que nos tenemos para que nunca muera, siempre habrá algo nuevo para cuidar, dejar crecer y amar —murmura Kevin abrazándome por detrás—. Así como nuestros bebés.

Cierro los ojos emocionada y sonrío.

—Gracias —contesto con voz ahogada—. Gracias por esta sorpresa, por amarme, por hacerme feliz, por ser tan dulce y perfecto. —Me giro para mirarlo y lo acaricio—. Te amo demasiado y prometo regar todas las flores con vos, aunque a veces discutamos o estemos enojados, nunca dejemos de regar el jardín.

—Yo también lo prometo, aceituna. —Me besa con suavidad—. Ahora podemos plantar un olivo, ¿no? —Suelto una carcajada y asiento con la cabeza.

—Claro, voy a estar encantada de tener a mis familiares aceitunas —replico con tono divertido, provocando la risa de él.

—También quiero un perro, ¿podemos tener uno?

—Obvio, galán, me gustan los perros... Aunque admito que amo a los gatos.

—Bien, entonces podemos tener un perro jugando por allá, un gato durmiendo ahí y un par de pequeños traviesos corriendo por todos lados —comenta señalando diferentes zonas.

—Me parece perfecto —respondo sin dejar de sonreír. Me pongo en puntitas de pie para besarlo y él me toma de la cintura, profundizando el beso.

—Vamos a almorzar algo, amor, ya tengo hambre. Preparo unas milanesas, ¿está bien?

—Genial, ¡qué rico! Te ayudo con el puré.

Mientras estrenamos la cocina, ensuciando y cocinando, Kevin me mira con interés y arqueo las cejas.

—Oli, ¿cuál fue el deseo que pediste a principio de año con las galletas? —cuestiona de repente. Me quedo paralizada por un instante y trago saliva—. No me voy a enojar, decilo. Te pregunto porque siento que se me cumplieron todos.

—Mmm, primero decí los tuyos —propongo. Él hace una mueca dudosa y aprieta los labios.

—Te vas a enojar.

—No me voy a enojar, seguro que el mío es peor.

—Bueno... Pedí una casa nueva, casarme con el amor de mi vida y tener un par de hijos, aunque eso último lo pedí como si fuese un plan a largo plazo, pero al parecer las galletas no entendían sobre tiempo. Y respecto al amor de mi vida, aunque deseaba que fueras vos, quizás dejé al azar la opción de que fuese otra persona.

—No me enojo, es parecido al mío —replico con algo de disgusto, pensé que él ya sabía que yo era el amor de su vida y que yo era la única que dudaba de la relación—. Yo deseé saber si vos eras realmente mi amor verdadero, simplemente eso.

—Entonces lo somos, somos almas gemelas, medias naranjas, amores de nuestras vidas, hilos rojos...

—Bueno, ya entendí —lo interrumpo soltando una carcajada—. Somos todo eso.

—Te amo, mi aceituna dulce. —Me da un beso en los labios y continúa cocinando.

Yo me apoyo en la mesada, me cruzo de brazos y lo miro. Es el hombre más hermoso del mundo, el hombre que más amo en mi vida.

Quizás las galletitas cumplieron nuestros deseos.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Where stories live. Discover now