—Es verdad —responde mirándome a los ojos y acaricia mi mejilla—. Perdón, prometo que no va a volver a suceder. Pasa que estoy nervioso, con esto del casamiento y las ganas que tengo de que sea ya.

—Yo también. —Sonrío—. Falta poquito, solo aguantemos unos días más y ya podremos disfrutar de nuestra luna de miel.

Me abraza y hago una mueca de dolor cuando aplasta mis pechos con su cuerpo. Que horrorosa sensación.

—Qué olfato tenés —comenta, separándose de mí—. Sentiste al instante el olor a quemado.

—Mi nariz ya está adiestrada. —Me río y lavo la bandeja usada mientras él toma agua—. Hace años hago esto y sé muy bien cómo huele una galleta quemada.

—Aceituna, subo de nuevo —avisa al escuchar a Laura llamarlo. Asiento con la cabeza.

En cuanto desaparece, puedo respirar de nuevo. ¿Cómo le digo que ese perfume que se puso es muy fuerte? Casi vomito. Pobrecito, se lo compró hace poco, pero no me gusta mucho. En fin, es a él a quien tiene que gustarle, no a mí. Él es quien lo usa.

Reviso la heladera y robo un durazno. No sé dónde los habrá comprado Kevin, pero están buenísimos. Frescos, dulces, jugosos, ideales para comer sin parar. Y yo pensaba que los duraznos eran feos, ja, de lo que me perdí.

Admito que el otro día le mentí a Kevin. El durazno lo odiaba y la frutilla me encantaba, pero ahora que volví a probar esta fruta... Simplemente estuve equivocada toda mi vida.

Laura baja y me mira como si estuviese loca. Arqueo una ceja.

—¿Vos estás comiendo durazno? —pregunta atónita. Asiento con la cabeza—. ¿Y desde cuándo te gustan?

—Hace una semana —contesto con la boca llena. Hace una mueca pensativa y sonríe.

—Estás embarazada —suelta, provocando que me atragante.

—¿Y vos desde cuándo sos vidente? —interrogo con tono burlón—. Además, es imposible tener síntomas tan rápido. Solamente tengo síndrome premenstrual, faltan tres días para que me venga, por eso estoy así. No te ilusiones.

—Mmm... Oli, trabajo con vos desde que abriste esto. Te conozco, sé que odias los duraznos, que nunca tuviste buen olfato y que casi nunca sentís cuando te está por venir. No te hagas —expresa con expresión perspicaz.

Suspiro, puede que tenga razón, pero en ese caso, ¿cómo pude haber quedado tan rápido? Está bien que lo hicimos durante bastante tiempo este mes y que desde que Kevin sabe que no me cuido más lo hacemos el doble, pero eso fue hace una semana. ¿Cómo voy a tener síntomas si estoy de una semana?

—En caso de que tengas razón, te lo diré. Por el momento solo voy a esperar un atraso y nada más —digo finalmente. Ella esboza una sonrisa triunfal.

—Vine para decirte que Kevin se fue a dejar un paquete que trajo el correo a casa, ahora vuelve.

Asiento con la cabeza y le hago un gesto para que volvamos a subir al local. Es un horario bastante tranquilo, apenas hay un hombre vestido de traje en la otra punta.

—Siento que traté mal a Kevin hace un ratito —confieso posicionándome detrás del mostrador. Frunce el ceño.

—¿Por qué?

—Le dije que si se quiere ir que se vaya, que estoy bien sin él de todas maneras. Me enojé porque quemó las galletitas... —Contengo las ganas de llorar que se formaron en mi garganta y me aclaro la voz.

—Ay, Oli, no te pongas mal. Él estaba de lo más bien, en serio. No creo que le haya afectado mucho tu comentario, ya sabés cómo es él, quizás hasta estaba distraído mientras hablabas. —Suelta una carcajada y sonrío. Es cierto, puede ser que ni siquiera me escuchó y por eso no reaccionó tan mal.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon