Capítulo 36

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Al otro día, al entrar al DHIR, percibí en los funcionarios una mirada de interrogación. Las mujeres en la fila del reloj biométrico me saludaron con seriedad, apenas por cortesía. Hubo una que ni siquiera me dirigió la mirada. En cambio, los hombres me miraron con picardía, sonriendo, como si quisieran felicitarme.

–Gran Tino –me dijo un funcionario, mostrándome un gesto positivo con la mano.

Lo reconocí, era el que caminaba desalineado por el corredor cuando le sugerí que ingresara a la página.

Al entrar a mi oficina, la gorda Carla me recibió con una sonrisa.

–Qué sinvergüenza –dijo–. Te felicito por el talento.

No le contesté, apenas le correspondí con otra sonrisa.

Me llamó la atención que Valentina aún no hubiera llegado. Me senté en mi escritorio y encendí la computadora. Los libros que Ruelas me había dado para estudiar continuaban sobre la mesa. No los leí ni pretendía hacerlo. Revisé el e-mail del sector. No había nada nuevo, apenas anuncios publicitarios, los cuales eliminé.

08.05

¡No te preocupes! Ya vi todo. Estoy bien

Le escribí el mensaje a Doble B, a pesar de saber que estaba durmiendo a esa hora. Desde la noche anterior, no había vuelto a escribirle. Él me mandó capturas de pantalla de las publicaciones de Diana Smirnov. Como era de esperarse, ella había subido fotos de la manifestación. También, había publicado un video del momento en que yo empujé a la gorda, dónde inclusive aparecía mi abuelo rompiendo carteles. El evento tuvo una gran repercusión. Me escracharon en mi perfil particular y llegué a desistir de eliminar las ofensas, eran demasiadas. En Rivera, con seguridad nadie dudaba de que Tino y yo éramos la misma persona. En la página, seguí manteniendo mi postura firme con respecto a eso, no confirmé nada. Los seguidores riverenses prácticamente me habían abandonado, pero como Tino tenía integrantes de otros países, la página se mantuvo en pie y hubo gente pidiendo nuevos contenidos. Confieso que no tenía ganas de publicar nada, andaba en un bajón que no encajaba con mi personalidad.

Ruelas entró a la sala y preguntó por Valentina. Apenas me saludó. Recordé que él era uno de los seguidores de Tino e imaginé que ya debería saber que su gurú de las mujeres era yo. Me causó gracia. ¿Cómo debió sentirse al descubrir que estaba siguiendo mis consejos todo ese tiempo?

Él no habló nada ni pareció molesto, quizá se mostró desentendido para no asumir que le iba mal con las mujeres.

–¿Ya está preparado para las actas? –me preguntó.

–Sí –mentí.

Él tomó mis libros y volvió a su sector.

–Es extraño que Valentina no haya llegado –comentó Carla.

–Quizá venga más tarde –dije, sin creerlo.

En el fondo también me llamó la atención.

–Debe estar con miedo de vos –bromeó la gorda.

–Tampoco tanto –dije.

–¿Tampoco tanto? Yo, en su lugar, no volvería nunca más.

Ella se rio, pero sentí que me reprochaba.

–¿Te parece que fui muy grosero?

Carla me confirmó con la cabeza.

–Nunca te vi de aquella forma – dijo –. Estabas transformado.

Por primera vez, imaginé que pude haber sido injusto con Valentina. Pensé con la cabeza fría que era incompatible que una persona tan delicada tuviera el ingenio demente de Diana Smirnov. Pero, si no era ella, ¿quién era?

La gorda Carla buscó a Valentina en el Facebook y le mandó una solicitud de amistad. Hasta el final de la jornada, no tuvimos noticias de ella. Ni una llamada, ni un mensaje. Simplemente no había ido a trabajar. 

Después de míOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz