Capítulo 17

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Era miércoles. Volví a llegar tarde al DHIR y, para mi desventura, Ruelas me esperaba con impaciencia. Fue Valentina quien me dio la noticia cuando entré a mi sector.

–El ingeniero te está esperando en su oficina.

Ruelas estaba enojado, lo dejó claro. Tenía más cara de hámster que las otras veces. Nada en él era agradable.

–Buen día, Ruelas –dije.

Él no me respondió. Me indicó una silla libre para que me sentara. Le sentí un olor feo al acercarme, parecía sudor, ese que tienen las sábanas cuando nos levantamos. Su cabello estaba oleoso. Me revolvió el estómago. No me quedaban dudas de que no se bañó antes de ir a trabajar.

–Tenés la cara demacrada –dije mientras me senté –. Te tiró la diarrea.

–Estoy bárbaro, gracias –respondió.

Se giró de forma brusca para agarrar una edición de La ciudad, el diario local, que estaba sobre su escritorio. Me la entregó.

–Esto es el colmo de los colmos –dijo.

En la primera página habían publicado una nota titulada "Rivera tendrá más agua" con el subtítulo "Los nuevos reservorios están aptos para funcionar". Una foto de aproximadamente 10 x 15 cm, nos mostraba a Horacio Carrasco, Valentina y yo frente al tanque de agua de Santa Teresa.

Lo miré a Ruelas. No esperaba salir en el diario, pero tampoco me pareció que fuera un absurdo.

–¿Cuál es el problema? –pregunté.

Ruelas puso el dedo sobre el texto que estaba debajo de la foto. Al leerlo, estuve a punto de soltar una carcajada: "El presidente del DHIR Sr. Horacio Carrasco junto al Ing. Civil Diego Ruelas y la pasante Valentina Rojas".

–Falté un día –dijo él– y fue suficiente para que usted tuviera este atrevimiento.

–No fue idea mía. Horacio entró a la oficina...

–El señor Horacio –interrumpió.

–Horacio –repetí– entró a la oficina preguntando por vos. Como no estabas, nos pidió que lo acompañáramos a visitar esos reservorios.

–¿Qué entiende usted de reservorios? No debería hacer aceptado.

–No tuve opción –dije, parándome–. Juanca y Carla son testigos de eso.

Salí de su oficina y entré a la mía. Ruelas me siguió con sus pasos rápidos. Creo que le molestó más que yo condujera la situación.

–Valentina también es testigo –dije, delante de ella.

Juanca y Carla me miraron buscando una explicación, no esperaban ese quilombo a primera hora de la mañana. Ruelas intentó hablar y volví a interrumpirlo.

–Valentina, contale a Ruelas por qué fuimos a revisar los reservorios.

Ella se quedó sin reacción. Se quitó los lentes y los puso sobre la mesa. Percibí que siempre hacía eso cuando estaba nerviosa. Se me dio por fijarme en cómo estaba vestida. Usaba una polera negra con cuello alto y mangas largas por debajo de un chaleco beige de hilo. Tenía un cuerpo razonable pero la forma en cómo lo escondía superaba cualquier expectativa. Me pregunté si no tenía nociones de moda o si apenas no se preocupaba con eso.

–Vamos, Valentina –insistí.

–El señor Horacio lo estaba buscando a usted –contestó ella, mirándolo a Ruelas.

Habló con tanta parsimonia que la gorda Carla, por increíble que parezca, la interrumpió para defenderme.

–Yo fui testigo –le dijo a Ruelas–. El señor Horacio lo obligó a Santi. Dijo que necesitaba que lo acompañaran y que no podía esperar otro día.

–El mejor testigo es el propio Horacio –intervino Juanca–. ¿Por qué no le preguntás a él, Ruelas?

El ingeniero mostró un gesto de desprecio hacia Juanca. Le guiñé al viejo, mi abuelo no se había equivocado cuando dijo que él era un fiel amigo.

–Vamos a ubicarnos –dijo Ruelas. Preparó su postura como si fuera a discursar–. La cuestión acá no es saber quién invitó a quién. Eso no me importa. El problema es que existe una situación que no quiero que vuelva a suceder. ¿Cómo una foto con mi nombre puede tener la cara de otra persona?

–Eso sucede todo el tiempo –dijo Juanca–. Me cansé de ver esos errores en el diario.

–Nunca sucedió conmigo –respondió Ruelas–. Acepto que el diario se haya equivocado y hasta que el propio DHIR haya confundido la información brindada. Pero no puedo aceptar que Santino se haya hecho pasar por mí.

–Eso no es verdad –repetí.

–Esta foto es la prueba. Usted hasta usó mi casco.

Valentina me miró. Parecía que iba abrir la boca para defenderme, pero se quedó callada.

–No importa –siguió Ruelas– que me diga todo eso y que el propio señor Horacio lo haya invitado a acompañarlo. Yo en su lugar me tomaría la responsabilidad de no ir. Usted no es ingeniero, no conoce las leyes hidráulicas y, menos aún, sabe cuáles son las especificaciones básicas de un reservorio. Apenas para recordarles, la ingeniería es una profesión compleja, quizá una de las más difíciles. Valentina puede ser testigo de eso. Fueron noches sin dormir, fines de semanas olvidados y muchas ganas de desistir. No pagué por mi título, lo conquisté. Pero eso no es todo. Me especialicé en Gestión de Recursos Hídricos, después en Sistemas Hidrosanitarios y ahora empecé el master en Recursos Naturales. ¿Por qué digo todo esto? Para que sepan que tengo competencia suficiente para ocupar mi cargo. Sin esfuerzos, jamás lograría mi efectividad en el DHIR y, menos, ser el jefe del Sector de Planeamiento. Entonces, me preguntó: ¿es justo que un asistente de oficina cargue los créditos de mi nombre, más allá de todas las justificaciones que puedan existir?

Tragué mi respuesta. Fue una actitud inteligente.

–Además –siguió Ruelas–, nos estamos refiriendo a la potabilización y distribución de agua de una ciudad. No es un paseo donde voy y me saco una foto. Pudo haber sido divertido, Santino. Pero ¿sabe usted la capacidad de esos reservorios?, ¿a cuántas vidas atenderá?

–Si fueron proyectados por usted –dijo la gorda–, seguramente están aptos para funcionar. No surgirán problemas.

–Eso es obvio –dijo Ruelas–. La última palabra será mía. Lo que me molesta es la falta de respeto de Santino.

–Nadie lee ese diario –me defendió Juanca.

Ruelas lo miró con desprecio.

–No lo leerá usted porque está por jubilarse y no quiere hacer más nada.

Por la cara de Juanca, estuve seguro de que pensó mandarlo a la mierda.

–Para concluir –reiteró el ingeniero–, quiero asegurarme de que este incidente no volverá a suceder. Hablaré con el señor Horacio.

–Disculpe –habló Valentina–. No volveré a realizar visitas sin su consentimiento.

–Usted estudia ingeniería –le respondió Ruelas. Luego me miró–. No quiero que usted se vuelva a hacer pasar por mí.

–Nunca me haría pasar por vos–dije.

En ese momento, recordé lo que me contó Pilar sobre su falta de potencia en la cama. Era la última persona a la cual quisiera parecerme.

–Eso espero–replicó él–. Porque si lo vuelve a hacer, tomaré medidas drásticas. 

Después de míNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ