Capítulo 6

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Era sábado y lo empecé agitado. Yolanda me despertó a los gritos alrededor del mediodía.

–La comida, gurí. Está todo servido.

Ella tenía la costumbre de hacerme eso los sábados. El viejo Lalo sabía que me irritaba que me levantaran a los gritos, pero no se lo recordaba a ella. Yolanda hacía lo que quería con él y, en realidad, con nuestra casa. Los muebles estaban organizados a su manera, las comidas de cada día eran escogidas por ella e inclusive mi abuelo le había dado una copia de las llaves.

Eso siempre fue así. Antes yo hasta temía que mi abuelo terminara casándose con ella. Pero descubrí que no tenía maldad, su poder sobre mi casa se fue dando de forma espontánea y porque nos quería ver bien. De ninguna forma representaba una amenaza. Sumando que, vuelta y media, le satisfacía los deseos sexuales al viejo. Si tuviera que describirlos sin ser subjetivo, diría que ellos eran amigos especiales que tenían un compromiso de trabajo de por medio. Mi abuelo no se oponía a nada y ella tampoco le negaba favores. Cuando yo tenía catorce años el viejo la mandó a mi cuarto durante la noche y, ante mi susto, ella me enseñó a ser hombre. También le debía eso y, aunque me llegaba a dar asco imaginar que me tocara una vez más, tenía una especie de deuda con ella, algo que nunca lo mencionábamos, pero lo recordábamos cada vez que nos mirábamos.

–¿Qué tenemos hoy? –le pregunté a mi abuelo.

–Milanesas de pescado –contestó Yolanda antes que él–. Por lo visto tuvistes una noche salvaje, gurí.

Mi abuelo se rio y me indicó el cuello. Yo estaba sin camiseta, enseguida comprendí que debía tratarse de un chupetón.

–No se les pasa nada –dije.

Yolanda se despidió. No volvería hasta el lunes.

–Contame sobre Pilar –me pidió el viejo Lalo cuando comenzamos a almorzar.

Le conté detalles del sexo, pero profundicé más sobre la historia del ingeniero Ruelas. Lalo se rio durante cinco minutos, casi llegó a ahogarse. Si bien lo conoció poco tiempo, le sentía la misma bronca que yo. En efecto, ¿quién que conoce al ingeniero no le siente ese afecto?

–Contale a Juanca –dijo–, le vas a alegrar el día.

–No sé, abuelo. No le tengo tanta confianza aún.

–¡Qué bobada! Juanca parece serio, pero es peor que nosotros dos.

El almuerzo fue divertido, confieso que el chisme sobre Ruelas fue el mejor que había escuchado en los últimos meses. 

Después de míWhere stories live. Discover now