Capítulo 41

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En el DHIR, Carla me dio lo que le pedí. Valentina vivía en el barrio Rivera Chico, relativamente cerca a la casa de Doble B, pero más próximo a la línea divisoria de las fronteras. Aún ella no me había aceptado y, por lo visto, no tenía intenciones de hacerlo.

Ruelas volvió a solicitarme unos servicios aburridos. Cada vez que me miraba, abría una falsa sonrisa. Tuve la impresión de que se estaba burlando en todo momento, como si el hecho de que yo supiera que él era Diana Smirnov nos hubiera puesto en una situación de complicidad. Doble B continuó monitoreando el fake y me había dicho que estaba inactivo a días. Pensábamos que el ingeniero se había aburrido del juego. O quizá solo estaba esperando que Tino volviera a publicar para volver a atacar, como me lo había propuesto.

–Ruelas –le hablé en una de sus invasiones por sorpresa–. ¿Ya tenés a alguien para ocupar el lugar de Valentina?

–Buena observación –dijo–. Lo voy a publicar en la página del DHIR, solicitando currículos.

–¿Puedo pedirte algo? –pregunté.

–No está en condiciones de pedirme nada. Pero, como soy una persona generosa, escucharé su solicitud.

–Creo que tengo a una persona para ocupar su lugar. Mañana puedo decirle que venga a hablar con vos.

–¿Hombre o mujer?

–Mujer.

Mmm –dijo–, no tuvimos suerte con la última mujer. Pero está bien. Puede decirle que venga a hablar conmigo. En fin, si no me gusta, simplemente no la contratamos.

Y, diciendo eso, salió. La gorda Carla me miró como queriendo averiguar de quién se trataba. No le dije nada. Mi idea era hablar con Valentina para que volviera a trabajar con nosotros. Estaba seguro de que, si le hablaba, lograría convencerla.

***

La casa de Valentina Rojas era simple, tenía una puerta y dos ventanas en la fachada. No puedo decir que era fea ni linda, era normal. Fui en el Fiat Uno. Cuando estacioné frente a la dirección que me pasó Carla, vi la misma camioneta que solía ir a buscarla en el DHIR. Pensé que su novio podría estar allí, pero no podía retroceder. La adrenalina se apoderó de mis movimientos.

Toqué timbre y demoraron en contestar.

–¿Sí? –dijo un muchacho, abriendo la puerta.

Era el que había visto frente al DHIR. No me restaron dudas de que era el novio de Valentina.

–Hola –dije–. Necesito hablar con Valentina. ¿Ella está?

–¿Quién sos?

–Me llamo Santino, trabajo en el DHIR. Tengo un mensaje para ella.

Me sentí ridículo.

–Ella no está –contestó el muchacho–, pero no demorará en llegar. Si querés, podés pasar y esperarla.

Acepté. De pronto, estaba sentado en un sofá de la sala de Valentina. Me cayó la ficha que aquello estaba sucediendo de verdad, no podía volver atrás. ¿Cómo empezaría a hablarle? Con seguridad, ella se sorprendería al verme. ¡Qué idiota! Me martiricé por sentirme de aquella forma. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué tanto miedo de hablarle a una mujer? Los seguidores de Tino se sentirían decepcionados si supieran de eso.

El muchacho empezó a buscar algo en el cajón de un armario; obviamente estaba simulando, para no dejarme solo en la sala. En fin, no me conocía.

–¿Para cuándo el invierno? –largué, para romper el silencio incómodo.

–El frío no quiere llegar –dijo él, riéndose.

Después de míOnde histórias criam vida. Descubra agora