Capítulo 24

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Era martes. No sé cómo logré estar encerrado en el DHIR mientras mi cabeza estaba en la página de Tino y todas las locuras que Doble B me estaba motivando a publicar. Matías me contestó que estaba todo bien conmigo pero que no quería volver a juntarse con Doble B.

En el DHIR, Valentina no me dirigió la mirada en todo el día. Estaba evidentemente enojada conmigo; tenía un genio fuerte. La única mala noticia del día fue que Juanca se jubiló. Mala para mí que me había acostumbrado a su presencia, porque él estaba irradiante. Vino a primera hora apenas para despedirse y desearnos una buena jornada. Fue notorio que, a partir de ese momento, yo estaría asumiendo más responsabilidades al quedarme en su lugar. Era improbable que contrataran a otro asistente de oficina.

–Ahora va a ver lo que es trabajo –fue lo primero que me dijo Ruelas cuando me vio.

Me reí en su cara, más por burla que por querer agradarlo. El ingeniero tenía esa capacidad eterna de nunca caerme bien. Perdí mi paciencia, pensé que necesitaba aprontarle una para vengar un poco mi rencor. La gorda Carla tal vez entendió mi mirada, porque delante de Ruelas se ofreció para ayudarme.

–Contá conmigo, Santi.

–Gracias, Carlita.

–Carlita ya tiene con qué preocuparse –ironizó el ingeniero.

Me entregó la cartilla informativa de una empresa, con varias maquinarias y sus descripciones.

–Fíjese en la página tres –me dijo–. Están las especificaciones de un rodillo compactador. Quiero que elabore un memorial descriptivo para solicitar la compra de uno.

–Nunca hice eso.

–Hoy lo va a hacer, Santino. Busque en los documentos de Juan Carlos, seguramente encontrará un modelo.

Y, al decir eso, se fue. ¿Memorial descriptivo? Ya había escuchado al respecto, pero no tenía la menor idea de cómo eran y mucho menos de cómo empezar uno. Busqué en la computadora que ahora era sólo para mí. Encontré unos modelos, aunque ninguno sobre un rodillo compactador. Valentina sería la única persona capaz de ayudarme. Pensé una vez, luego otra y, al final, decidí que era mejor no hacer nada antes de pedirle ayuda a ella. "Que Ruelas se vaya al carajo", pensé.

En el trascurso de la mañana, Ruelas invadió más de una vez nuestra oficina. Con cada presencia suya, yo simulé estar escribiendo en mi computadora, sin embargo, aproveché cada momento que pude para verificar la popularidad de mi página de Facebook. Fueron increíbles los resultados, Doble B fue un genio. La última vez que había visto, Tino tenía trescientos cuarenta y cuatro integrantes, y diversos comentarios de apoyo a la idea. El primer contenido sobre las mujeres rindió treinta me gusta y tuvo cinco comentarios positivos. Creo que, para empezar, fueron resultados estupendos.

–Quiero que me muestre un avance –pidió Ruelas, ante una invasión sorpresa.

Era increíble cómo ese hombre se movía tan rápido. Ni siquiera lo limitaban su traje, camisa y corbata. Pensé que una buena venganza sería decirle en la cara que lo encontraba parecido a un hámster.

–Mirá, Ruelas –respondí–. No logré hacer nada, no tengo la menor idea de cómo se hace eso.

Él me miró con estupor, tan dramático como si hubiera escuchado una ofensa.

–¿Me lo dice así no más?

"¿Querés que te lo dibuje?", pensé preguntar.

–Usted es un incapaz con referencias –siguió, antes de que yo respondiera.

Valentina y Carla me miraron de inmediato. En sus rostros, más allá de la sorpresa, hubo un matiz de piedad. Eso me hirvió la sangre.

–Mi función es rellenar documentos administrativos –contesté, parándome–. Por lo que me consta, un memorial descriptivo es un documento de ingeniería.

–¿Quiere denunciarme porque lo estoy obligando a hacer un desvío de función? –habló Ruelas, de manera teatral. Luego aplaudió dando una carcajada–. Qué muchacho más inteligente. Para unas cosas, obvio, porque para otras...

Me dieron ganas de darle una trompada.

–¿Cuánto le cuesta imaginar un texto? –siguió él–. Mejor dicho, adaptar un texto. Tan sólo debería agarrar un ejemplo cualquiera y colocarle las especificaciones de esa cartilla. Le cambia el título, la fecha y alguna palabra que sea inadecuada.

–Yo lo puedo hacer, Ruelas –lo interrumpió Valentina.

Podría jurar que lo hizo para humillarme, pero algo en su mirada me indicó que quería ayudarme.

–Está bien –le contestó el ingeniero–. El memorial es suyo –luego me miró a mí–. Pero no crea que usted no va a hacer nada acá dentro.

–Hago lo que quieras –respondí– siempre que sea parte de mi función.

Ruelas se rio intensificando su hocico de hámster, se giró y se fue a su oficina. 

Después de míWhere stories live. Discover now