Capítulo 4

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Saqué el auto del garaje con la mayor tranquilidad del mundo. Ya eran más de las diez, pero no me interesó, porque a las mujeres hay que hacerlas esperar. El vehículo era un Fiat Uno, año 98. Confieso que me gustaría tener una máquina mejor, pero era lo que había. Por suerte tenía una radio y buenos parlantes. Era difícil que lo consiguiera los fines de semana, porque el viejo Lalo no se perdía sus bailes y la recolecta de sus amores. Sin embargo, los demás días, quien usaba el auto era yo.

Me di el lujo de darme una vuelta por la Avenida Sarandí. Como aún era temprano, la calle céntrica tenía poco movimiento. Pilar tenía una casa en las viviendas del cerro Marconi.

22.37

¿Venís?

No le contesté. Subí el volumen de la cumbia que sonaba y volví a mirarme en el espejo retrovisor. Estaba eufórico.

Al estar frente a la casa de Pilar, toqué la bocina del auto. Ella salió enseguida. Es una mujer extremadamente sensual. Tiene alrededor de treinta años y su cabellera negra contrasta con la piel blanca. Siempre me costaba escoger si le miraba primero los pechos o las piernas. Esa noche, vistió un jean ajustado, una blusa roja escotada y un saco blanco de hilo.

–No me gusta que me traten con indiferencia –fue lo primero que dijo cuando subió al auto.

La miré con una sonrisa en el rincón de la boca.

Gurí de mierda –dijo riendo–. Sólo porque sos lindo.

Continué manejando con la misma tranquilidad anterior. Hablamos acerca del DHIR, sobre la ciudad de Rivera y hasta de la noche, siempre de forma distraída; la hice reír todo el tiempo. Por momentos, al operar los cambios, le toqué las piernas y ella me miró con consentimiento. La deseaba y supe que el apetito era mutuo.

Fuimos al mismo motel del día anterior. Era un poco alejado de la ciudad, rumbo al Puerto Seco, y era barato. Escogí el cuarto número tres, como siempre. Las veces que no estaba vacío, buscaba otro con número impar o hasta llegaba a dirigirme a otro motel. No me gustan los números pares.

–Llegamos –dije.

No tuvimos tiempo ni ganas de continuar charlando. Nos besamos con suavidad antes de bajarnos del auto. Sentí que su piel comenzó a calentarse a medida que sus manos buscaron mi pecho. La frené y le sonreí. Podía aguantarme.

Bajamos del auto y yo cerré el portón del garaje. Subimos las escaleras mientras yo la sujetaba desde la cintura. No pensé en más nada, solo quería disfrutar la noche a solas. Al entrar al cuarto, yo le quité el saco. Ella estaba excitada porque hacía cuestión de tocar mi cuerpo. Nos tiramos en la cama y yo disfruté la imagen que vi en el espejo del techo. No creo que ella se haya detenido para mirarla pero, si lo hiciera, también se agradaría. Había una armonía en el encaje de nuestros cuerpos. Sus volúmenes femeninos combinaban con mis músculos y mis tatuajes. Esa idea fue ocupando mi mente a medida que el espejo fue testigo de nuestro deseo. Nos desnudamos poco a poco. No había nada equivocado en su cuerpo. Me detuve a observarla, podría quedarme así mil horas. Me encantó la imagen que vi. Mis movimientos fueron muy lentos. Ella estaba ansiosa, lo mostraban sus labios. Le dije algunas palabras indecentes mientras le quitaba la ropa interior. Ella me pidió que empezara, era todo lo que yo quería escuchar. Pero aún podía aguantarme; seguí besándole con suavidad cada rincón de su cuerpo. Le toqué las piernas con más fuerza. Confieso que es una de las mujeres más sensacionales que he visto. Mis movimientos se balancearon a su ritmo. Le dije al oído que debería irme en aquel momento. Me levanté, simulando que buscaba mi ropa. Ella me miró desde la cama sin entender nada. Le sonreí sin abrir los labios. Ella me pidió que continuara. No tuve más autocontrol para jugar, entonces volví a la cama y lo hicimos como dos salvajes.

Después de míTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon