Capítulo 33

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Al día siguiente, me levanté con mal humor y lo mantuve durante el camino hacia el DHIR. Llegué atrasado otra vez. Al entrar en mi oficina, vi que Valentina ya estaba sentada en su escritorio.

–Hola –dije.

–Buen día, Santi –respondió la gorda Carla.

Valentina estaba concentrada en su computadora, ni siquiera levantó la cara para mirarme. Pensé llamarle la atención, pero me contuve. Me senté en mi mesa y encendí mi computadora.

–¿Otra vez tarde, Santino? –habló Ruelas, entrando por sorpresa.

–Sí –contesté.

Él suspiró de manera agresiva. Se dirigió a Valentina y la felicitó por el dibujo que ella ejecutaba.

–Debería seguir el ejemplo de esta muchacha –me dijo y salió.

Puedo jurar que la vi a Valentina reírse.

–¿Te estás divirtiendo? –le pregunté.

–Perdón –dijo ella, y largó una carcajada al quitarse los lentes–. Me pareció muy cómico lo que dijo Ruelas. Te imaginé usando mi ropa.

No me causó ninguna gracia. Me levanté de golpe y me acerqué a ella. La gorda Carla dejó de mirar su computadora para controlar mis pasos.

–Te debés estar sintiendo poderosa, ¿no? –empecé–. Te aviso que no me intimidás ni un poco.

Ella se levantó.

–¿Estás loco?

–Diana Smirnov –hablé, casi gritando–. Ya sé que sos vos.

–No sé de qué estás hablando.

–¡Qué sonsa! –interrumpí–. Te sale bien ese papel. Lo estuviste interpretando desde que llegaste aquí, a mí nunca me engañaste.

–¡Me estás ofendiendo!

Sus ojos se llenaron de lágrimas.

–No llores –dije–, esa es la actitud de quien quiere esconderse de la verdad. ¿Quién es Valentina Rojas? ¿Sabés?

La gorda nos miró como para decirnos algo, pero se calló.

–Trasmitís una imagen de muchacha perfecta –seguí–, debo reconocer. La estudiosa. La sabelotodo. La concentrada. La dedicada. La ofendida.

Entré en éxtasis, no podía parar. Tomé su agenda de arriba del escritorio y la abrí, ella intentó quitármela a los manotazos.

–La organizada –dije, leyendo sus anotaciones–. "4 de mayo: ideas ingeniero Ruelas"; "12 de mayo: acostarme temprano, película sobre los sueños"; "13 de mayo: estudiar prueba y software nuevo, comprar hilo dental"; "17 de mayo: info sobre licitaciones".

Ella se rindió, se sentó y comenzó a llorar. La gorda Carla se aproximó a ella. No dijo nada pero, por su expresión, sentía pena por Valentina.

–¿Cómo una persona puede ser tan estructurada? –continué–. ¿Por qué tanto orden, si en el fondo no sos así? Sos una maldita pervertida que se aprovecha de una máscara para decirme todo lo que tenés trancado.

Cayeron unos papeles que estaban en su agenda. Levanté el primero que vi. Era un poema, escrito a mano.

Como si nada

Tu mirada, cuando encuentra la mía,

dice sin vueltas que me amas.

Me enloquece, me enamora

pero tan pronto huye, como si nada.

Te escondes en un desdén infinito

como si quisieras ocultar tus deseos;

a veces te aproximas

pero de pronto huyes, como si nada.

Cuando me miras todo cambia,

sonrío y soy feliz.

Cuando no, todo es disonante,

hasta el canto de las hermosas aves.

Por un segundo de tu mirada,

por ese cuerpo que me fascina

y porque nos amamos como si nada,

es que sueño y quiero seguir soñando.

Valentina Rojas

Lo leí en voz alta mientras ella recogió con desespero los demás poemas que cayeron al suelo.

–Una poeta –dije–. Tenemos una romántica en el sector. La mujer perfecta. ¿Hay algo más que no sabemos de vos?

Ella no respondió. Me quitó el poema y empezó a juntar sus pertenencias.

–¿Por qué lo de Diana Smirnov? –le pregunté.

El ingeniero Ruelas entró en ese momento.

–¿Qué está pasando acá?

–Nada –mintió la gorda–. Valentina está un poco descompuesta.

–No mientas –dije yo–. Ella está así porque estamos discutiendo.

Valentina salió corriendo.

–Esto no puedo suceder en mi sector –dijo Ruelas–. Es lamentable su actitud, Santino.

–Andate a la puta que te parió –le grité.

Carla me miró boquiabierta.

–¿Escuché eso? –preguntó Ruelas.

–Me importa un carajo lo que pienses –dije–, y también me importa un carajo este trabajo, así que, si querés, podés despedirme.

Ruelas se rio.

–Si usted piensa que su vocabulario me ofende, está muy equivocado. Apenas siento vergüenza ajena. Debe estar muy desesperado para llegar a este punto. Ahora quiero que se quede, estoy curioso por los próximos capítulos.

Y con esas palabras salió. Perdí el control y junté mis cosas para irme. Carla me frenó.

–No tomes una actitud con la cabeza caliente –dijo–. Te vas a arrepentir.

Decidí escucharla porque ¿con qué cara le diría a Lalo que había renunciado a mi trabajo?

Después de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora