capítulo XLIII

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"La felicidad que se vive, deriva del amor que se da"

Isabel Allende

Divisaron Silky a la distancia y emprendieron galope mientras los tres sonreían ilusionados. Llegaron a la casa y se abrazaron a Jane y a Hudson. Presentaron a Emma, que a pesar de todo lo que había vivido, a pesar del tiempo alejada de su hermana y de lo que conocía, estaba entera, deseando como cualquier niño reír y jugar. 

Aquella noche organizaron una cena familiar, compartieron todos juntos mientras contaban anécdotas de pequeños, o de sus hazañas en la guerra. Las acomodaron  en una habitación que a pesar de tener camas separadas, durmieron juntas y abrazadas como ya lo habían hecho en Burghley. Marianne rebosaba de alegría y felicidad por como Dios había sonreído a su vida. Estaba con su hermana, con el hombre que amaba, bajo su techo y su protección. Tomó el cabello de Emma entre sus dedos e inspiró profundo. La había extrañado tanto que dolía, y tenerla allí a su lado nuevamente era el regalo más hermoso que podría haber recibido. 

Por la mañana, Jane y las muchachas se habían dispuesto a ir a Bath, porque Emma no tenía ni un vestido y Marianne había dejado todo en Burghley, pero de todas formas no quería deber nada a Lady Georgiana ni ver nada de los tristes recuerdos. Antes de subir al carruaje, Henry tomó su mano y entrelazadas caminaron hacia los jardines, entre las rosas de su madre.

—Quiero preguntarle algo señorita...

—¿Sí?

Acarició su mano con cariño y dulzura, siguió con su dedo las líneas y termino besándolas suavemente mientras ella sonreía.

—Marianne Kellet, me honraría enormemente si aceptara ser mi esposa... —ella lo miró con dulzura, con amor y con deseo. Sonrió.

—Sería el sueño más hermoso, ser la esposa de Henry Hawthorne. —él sonrió dulcemente al escuchar aquella declaración de sus labios, que amaba a Henry, al Henry a secas.

Sacó de su bolsillo un anillo muy hermoso y lo puso en su dedo, y aunque le quedaba un tanto suelto, lo giró con delicadeza.

—Era de mi madre... 

—Es hermoso. Gracias. 

— Ahora eres mi prometida Marianne. —Tomó su rostro entre sus manos y la besó en los labios y luego sobre su nariz.

—Ahora eres mi prometido Henry. —sonrieron.

—Te lo juro.

Caminaron hacia el carruaje y le ayudó a subir. Cuando se alejó, Henry se dirigió a las caballerizas.

—¿Dónde piensas ir ahora? ¿no te puedes estar quieto? Quiero comentarte algo que estuve pensando...

—Luego Hudson, ahora voy a pedir la mano de Marianne al señor Kellet. 

Hudson puso los ojos en blanco.

—Por Dios Henry... estate quieto que me vas a matar con tus locuras.

Henry lo palmeó  en la espalda.

—Deja de quejarte... ya estás viejo... —su amigo  puso sus ojos en blanco nuevamente mientras movía su cabeza en negativa. 

—Con tanto trajín tú me estás sacando canas.—dijo mientras Henry montaba.

—¿Hay alguna novedad de Fairfax?

—Por ahora nada concreto pero quiero comentarte algo que he pensado... — asintió y emprendió galope hacia la hacienda Kellet, dejándolo con la palabra en la boca.

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora