Capítulo XXI

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"En sus ojos si me mira, encuentro alivio y dolor, el desvelo y mis sueños... la amistad y el amor"

Antonio Mateo Allende

Marianne subió al carruaje y notó la mirada de su prima que como nunca había sentido antes, le llegó disgustada y claramente filosa. De seguro había notado el baile con Henry que sin disimular en nada, era con la única dama que había bailado, tal cual había hecho ya, sólo que en esta oportunidad no existía la excusa de su vergonzosa presentación, sino el deseo propio de elegirla. Lo lamentó por Anne, porque la quería, pero estaba segura que para ella Henry no era más que un capricho que se había propuesto al saberlo distante y lejano; pero para ella, se había convertido en todo. Sonrió para sí misma y rozó con sus guantes sus labios disimuladamente. Nunca creyó que el amor era así, tan cálido y dulce. Agradeció a Dios que le hubiera dado aquella oportunidad de aunque mil veces se lo había negado, amar por primera vez.

Cuando llegó a su habitación, cerró la puerta tras de sí y se sacó el guante donde había escondido el papel. Lo desenrolló cuidadosamente para encontrar con perfecta caligrafía las palabras que al leerlas sintió su voz diciéndoselas al oído.

Marianne:

No puedo expresar en palabras lo que siento en este momento. Le deseo el más placentero de los descansos, mientras yo sueño con usted. 

Si pudiera mañana, la espero en el riachuelo al caer un poco el sol de la tarde.

Suyo para siempre, Henry.

¿Suyo para siempre? ¿Acaso había algo más hermoso que pudiera decirle que eso? Apretó aquel papel contra su pecho y sonrió. Lo enrolló cuidadosamente mientras lo escondía en su bolsa de viaje donde guardaba aquel vestido remendado al que miró nuevamente y acarició con cierta melancolía.

Betsy golpeó la puerta y Marianne abrió rápido para que ingresara y le ayudara a cambiarse.

—¿Cómo le fue señorita? —Marianne sonrió

—Me fue... no sé ni qué decirte Betsy... Fue lo más hermoso que me ha pasado. —Acercó sus dedos a sus labios.

— ¡¿La besó?! —Marianne asintió con la cabeza. — ¡Señorita!...

—Shh... no digas nada que pueden oírte.

—Y usted que se negaba al amor...

—Es que no creí nunca que pudiera sentirse así.

—Milady, tiene mucha suerte... Permítame que le diga que Lord Henry es guapísimo.

—Guapísimo y es el hombre más dulce y más tierno que puedas imaginarte Betsy. ¿Puedo confiar en ti?

—Sí milady... sabe que sí.

—Mañana vamos a vernos en el riachuelo, y voy a necesitar tu ayuda. —Betsy tapó con su mano su boca y sonrió.

—Señorita tenga mucho cuidado, si alguien la ve a solas con él, podría arruinar su reputación para siempre.

—Lo sé... pero en este momento no me preocupa nada. Es que estoy con él y siento que todo es más simple de lo que parece, y estoy convencida de que puedo confiar en él.

****

Henry se quitó el pañuelo que rodeaba su cuello, tiró el antifaz en el suelo y se acercó a la ventana con una sonrisa que no había podido borrar de su rostro. Cerró sus ojos recordando el tacto de sus labios en los suyos y su corazón volvió acelerarse. Sonrió y se sintió el tonto más tonto del mundo, le había entregado su vida y su corazón en bandeja para que ella hiciera lo que más le parecía. Lo había sorprendido con un beso de respuesta que era más de lo que había podido imaginar. Había sido un necio por creer que ella era como las demás. No lo era, era única y especial. Se recostó en su cama pensando  en su sonrisa, en su cabello suave y en la forma de sus labios que tenían esa línea de arco perfecto, gruesos y dulces. Cerró sus ojos y soñó que la abrazaba.

—Henry...

—Mmm

—¡Henry!

—¿Qué? Deja de gritar Hudson o juro que te daré una lección con el florete que no olvidarás nunca en tu vida.

Corrió el cortinado de la habitación dejando que el sol en todo su esplendor inundara todo y ahuyentara el sueño de los ojos de su amigo.

Hudson largó una carcajada mientras Henry se sentaba en la mesa dispuesto a rasurarse.

—Con el estado que traes no te arriesgues, mira que he dormido todas las horas que mis ojos han deseado, a diferencia de los tuyos que apenas se han cerrado algunas.

—Estos ojitos que ves aquí se han deleitado con la dama más hermosa de todo el mundo.

Hudson largó otra de sus estrepitosas carcajadas haciendo reír a Henry.

—Ah bueno... tenía razón, definitivamente estás perdido.

—Sí amigo. Estoy perdido en unos ojos avellana y en una sonrisa que me ha dejado en jaque más de una vez.

Hudson le dio una palmada, mientras Henry lo miró de soslayo.

—Por cierto Hudson, Jane me ha pedido organizar una reunión con nuestros amigos y conocidos, y he pensado en ello varios días, para concluir que ella sola no podrá hacerlo. — miró a su amigo a los ojos con una sonrisa—  por lo que decidí finalmente que tú eres la persona más indicada para ayudarle a organizarla. Hudson lo miró sorprendido, descubierto y a la vez entusiasmado.

—Henry...

—No digas nada... más bien, pórtate como el hombre que creo que eres y no lo arruines.

—Gracias por la confianza "Lord Henry" —él sabía que a su amigo, su compañero y practicamente su hermano, le había costado horrores pensar en esa posibilidad que él mismo había quitado de su mente como algo muy utópico y lejano. 

—¿Sabes qué descubrí anoche? —Hudson lo miró intrigado. —Descubrí quién es el autor de nuestras misteriosas misivas.

—¿P.C?

—Exacto.

—Habla Henry —dijo con claro entusiasmo y curiosidad.

—Philip Campbell.

—¿Estás seguro? —Henry asintió con un movimiento de cabeza.

—Casi... Anoche pensé en ello y estoy prácticamente convencido, vi sus iniciales escritas en un carnet de baile que inmediatamente me trajeron a la mente las cartas, también lo noté hablando con Fairfax de manera extraña... tú me entiendes. Descontando las veces que ha visitado Burghley —Hudson asintió.

—¿Y por qué tenía esas cartas Fairfax?

—No lo sé... pero sospecho que lo está extorsionando de alguna manera.

—Sería ideal poder comparar las letras para estar totalmente seguros. —Henry asintió.

—Sí... ya veré como me las arreglo para conseguirlo. Por tu parte habla con John Spellman. —Hudson frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Pídele que te haga un listado de todas las Rose de alcurnia que existan en Londres. —Hudson asintió.

—Me encanta cuando piensas Henry... —le dio una palmada y ambos rieron.

Nunca Por AmorWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu