Capítulo XXVIII

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"Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo."

Pablo Neruda

Marianne escuchó los pasos y las voces de Anne y Philip preparándose para partir a Silky House. Se apoyó contra la puerta mientras deseaba salir corriendo de allí gritando, volar a sus brazos y volver a esconderse en su cuello.

—¿Cómo que no va?

—Quiere estar perfecta para la cena con el capitán Fairfax, así que en este instante está descansando. —Anne frunció el ceño incrédula.

—¿Qué?... no puede ser.

—Lo es Anne— interrumpió Philip. —Déjala, ya tomó su decisión.

—Pero es que estoy segura que no puede ser verdad.

—Anne, deja de hacer problemas por todo. Ella ya pensó bien sus posibilidades y deseó tomar la propuesta del capitán, que francamente me parece de lo más acertada, pues es un caballero, militar, capaz, y por lo que oí anoche, la quiere y desea hacerla feliz.

Anne suspiró profundo tratando de entender qué podía haber pensado Marianne al aceptar aquella propuesta, si a leguas se notaba que el capitán le parecía detestable, y teniendo la posibilidad de que Henry Hawthorne pidiera su mano, francamente era una tonta. Hubiera deseado que le pidiera un consejo, y no que se aventurara a desperdiciar su vida al lado de semejante hombre. Pero bien sabía ella, ya lo había escuchado de sus labios infinidad de veces que se casaría con el primer hombre que le prometiera un buen pasar y le diera estabilidad. Tal vez Henry no le había manifestado sus sentimientos aún, tal vez ella misma tenía oportunidad con él, y no la dejaría pasar bajo ningún concepto, aunque lo lamentó por su prima.

— ¿Vienes? —Philip interrumpió sus pensamientos y asintiendo tomó la mano que le ofrecía, subiéndose al carruaje.

Marianne observaba desde el ventanal de su habitación, deseando que todo fuera una pesadilla.

****

Henry estaba parado en la entrada de Silky House junto a Jane que se veía espléndida. El carruaje de Lord Sterlington arribó y lo saludaron con una sonrisa mientas él tomaba la mano de ella y haciendo una reverencia la saludaba. Lord Trent llegó a lomos de su caballo y Los carruajes de las demás damas tras él.

—Lady Dafne —besó su mano mientras la bella dama sonreía con aquel pestañeo que tanto había visto en todos los bailes. Deseó borrarse de allí y repasar en su mente la única razón por la que había aceptado hacer aquella reunión, aquellos ojos avellana con labios sedosos y suaves.

—Querido Henry hace tanto que no vengo por aquí que ya me he olvidado de estas hermosas tierras —George Sterlington sonrió. —Creo que la última vez que vine, tu hermano Charles fue el anfitrión.

—Lo siento por no haberte invitado antes George, pero es que desde que tuve que hacerme cargo del lugar estuvimos haciendo varias remodelaciones y Jane me convenció ahora que las disfrutáramos con nuestros amigos. —Miró al camino brevemente para ver si el carruaje de los Campbell se aproximaba, pero no.

—Vamos a recorrerlas ¿te parece? —con pesar miró a Jane que lo entendía a la perfección.

—Claro. Jane, Hudson, por favor reciban a Lady Anne, Lady Marianne y Lord Philip. —Asintieron mientras él dirigió a los caballeros por el costado de la casa hasta los jardines traseros. Lady Dafne los alcanzó y tomó del brazo a Henry haciendo que maldijera por lo bajo y pensara que cuando Marianne llegara, no se despegaría de su lado para que quedara muy claro ante todos que la única mujer a quien deseaba acompañar y ofrecerle sus cortejos era a ella.

Caminaron por los senderos detrás de la casa, les enseñó los rosales de su madre, la glorieta y las pérgolas, para seguir camino hacia las caballerizas.

Jane y Hudson se quedaron con Lady Amber que llegó a los pocos minutos y se detuvieron en la entrada esperando el carruaje de los Campbell que se divisaba a lo lejos. Los sirvientes les ofrecieron una limonada que aceptaron gustosos, pues la tarde era calurosa.

Cuando el carruaje se detuvo frente a la puerta, un cochero descendió para abrir la puerta y sólo aparecieron Anne y Philip.

—Anne querida, que bueno tenerte en casa. Lord Philip —saludó con una reverencia y besó su mano mientras sonreía. —¿Y Marianne?

—No vendrá —espetó Philip.— Jane dirigió una mirada corta y firme a Hudson que apretó los labios en una línea por lo que significaría a Henry hacer aquella reunión sin el principal motivo de su interés.

—¿Pero por qué?

—Ahh... —suspiró —Jane, cuando te cuente no vas a creerlo. —Tomó su brazo y comenzaron a caminar entre los senderos en busca del grupo que iba con Henry.

—Dime por favor...

—Luego... —hizo una corta mirada en dirección a Lady Amber que se había colgado del brazo de Philip.

Disimuladamente se detuvieron esperando que Philip se adelantara para luego volver a insistir.

—Jane, no te imaginas la locura con la que salió Marianne esta mañana... —ella abrió sus ojos grandes y preocupados.

—¿Qué?, por favor, dime ya que me tienes en ascuas.

—Ayer por la tarde, el capitán Fairfax cenó con nosotros y tuvo, como ya venía soportando yo, el descaro de declararse a Marianne en frente de mi abuela. Yo creí que ella le daría un rotundo no, pues muchas veces afirmó que le desagradaba —Jane asintió, pues ella también lo recordaba. —pues no... nos equivocamos. En este momento debe estar esperando al capitán para darle el sí como respuesta. —el alma se vino a sus pies, y casi como un acto reflejo miró a Henry que caminaba delante y supo que aquello sería el peor de los golpes para su hermano.

—Francamente no puedo creerlo.

—Yo menos. Incluso, lamento que no me pidiera opinión, pues directamente le habría aconsejado que no cometiera semejante locura.

Jane asintió mientras se volvía a Hudson que venía detrás de ellos. Se acercó a él y casi al oído le susurró.

—Se va a casar con otro. —él la miró a los ojos entendiendo todo lo que eso significaba. —No puedo entenderlo, no puedo creer que le haga esto a Henry.

—Tranquila señorita Jane, tal vez hay un error. —ella movió la cabeza en negativa. —No lo creo, y esto va a destrozar a mi hermano. Yo la oí en algún momento hablar de su futuro, y créame que nunca habló de amor. Sí, reconozco que por un momento pensé que Henry la había cambiado, al menos en sus ojos vi algo parecido al amor... evidentemente me equivoqué.

—Entiendo señorita, pero trate de estar tranquila, porque están los invitados. Yo hablaré con él cuando podamos encontrarnos un minuto a solas. —Jane asintió.

—Gracias. Sólo espero que sea antes que se entere por los otros. No sé qué podría pasar...

Nunca Por AmorWhere stories live. Discover now