Capítulo XV

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"Todas las mujeres estamos locas, así que escoge una loca que te haga feliz"

Frida Kahlo

Su corazón se aceleró sólo al verla allí, se veía tan hermosa, tan frágil que deseó correr y abrazarla, volver a sentirla cerca.

Parecía otro Henry, no era el mismo cuando ella estaba cerca. Definitivamente no lo era. Todo lo que sentía le hacía perder la cabeza, estaba en Burghley, en sus jardines e ingresando como un bandido... se estaba volviendo loco. Se acercó a ella por detrás y al constatar que estaba sola, no pudo contenerse.

 Se acercó a ella por detrás y al constatar que estaba sola, no pudo contenerse

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—Marianne... —susurró.

Ella se sobresaltó al oír aquella voz e inmediatamente se volvió a él.

—¡Milord!

—Henry...

—Henry... —él sonrió al escuchar su nombre en sus labios.

—Shhh... hable bajo. Nadie sabe que estoy aquí...

—¿No se anunció? —El movió la cabeza en negativa con una leve sonrisa en los labios y un anhelo que se escapaba por sus ojos. — ¿Qué hace aquí? ¿Está usted loco?

—Probablemente...

Ella sonrió ante aquella confesión, estaba feliz de verlo y notó que sus manos temblaban desde el mismo instante en que lo vio frente a ella. Él devolvió aquella sonrisa y se aproximó. Estiró su mano ofreciéndosela, y ella la tomó casi inmediatamente. Corrieron donde no podían verlos detrás de unos árboles y sin desprenderse de su mano que aún conservaba entre las suyas como un tesoro especial, hablaba casi como un susurro.

—He venido para saber cómo estaba... para asegurarme que se encontraba bien. —Marianne se percató de que todavía sostenía su mano entre las suyas, que no la había soltado y que dibujaba con su dedo pulgar  sobre el dorso de la suya  haciendo pequeños movimientos.

—Me encuentro muy bien, ¿y usted? —Henry asintió. — ¿Ha vuelto a ver alguno de aquellos hombres?

—No... confieso que he estado preocupado, pensando que nos han visto a los dos, y saben que nosotros a ellos y eso me aterroriza, pero no por mí, sino por usted, porque temo en gran manera que algo pudiera sucederle.

Marianne iluminó su rostro ante aquella confesión y Henry se sorprendió a si mismo de pronunciar aquellas palabras, porque aunque eran tan ciertas como el aire que respiraba, no quería mostrarse vulnerable ante ella.

—¿Pasea seguido por este jardín?

—A veces...

—¿Le molestaría que pasara de cuando en cuando? Sólo para cerciorarme de que todo esté bien.

Marianne estiró su boca haciendo aquella sonrisa que desarmó a Henry y él comenzó a reír.

—Shhh... ¿Tiene idea lo que significaría que mi abuela o Lord Campbell lo encontraran aquí conmigo a solas?

—Que tendría que pedir su mano... —continuaba acariciando con su dedo pulgar el dorso de la mano que aún sostenía y la acercó a sus labios besándola  suavemente mientras ella lo miraba, fascinada por la suavidad de su piel acariciando la suya.

—¿No le preocupa? —él la miró a los ojos por unos segundos que parecieron horas.

— ¿Usted que piensa?... —Marianne sonrió. — ¿Mañana a la misma hora?

Asintió, mientras él volvió a besar su mano y se subió a su caballo.

Se quedó observando  mientras él se iba, perdiendo su imagen de vista entre los árboles, e inmediatamente entró a la casa aún conmovida por lo que había vivido segundos atrás.

¿Lord Henry Hawthorne la estaba cortejando? Sí. Así era, o parecía. No lo sabía, pero anhelaba volver a verlo.

Henry galopó contra el viento con una sonrisa de bobo que no podía borrarse.

« "¿Usted que piensa?", ¿qué fue eso?, debe pensar que eres un tonto» se dijo a sí mismo. Ya nada le importaba. Marianne Kellet la reina de las arpías, la más interesada  y calculadora de todas, le había robado el corazón.

****

Marianne entró a su habitación cerrando la puerta detrás de sí, se quedó apoyada en ella mientras cerraba los ojos aún nerviosa por aquel momento de intimidad donde había estado a solas con él, donde había tomado su mano, la había acariciado, le había dicho palabras dulces. Cerró sus ojos apretándolos y deseando volver a encontrarlo.

La posibilidad de que se enamorara finalmente de aquel caballero era cada momento más tangible, y entonces el temor la invadió, "Nunca te cases por amor". Movió la cabeza de un lado a otro. Ahora que estaba en Burghley no quería arruinar todo, no quería equivocarse. No podía. Tan solo de imaginar a Emma nuevamente en casa de su padre, soportando los insultos y los golpes le estrujaba el corazón. ¿Qué haría? Henry era Marqués, estaba segura de que podía mantenerla muy bien, y a la vez, darle amor. ¿Tenía eso algo de malo? Se sentía culpable por pensar así, por en cierta forma hacer a un lado el consejo de su madre, pero ¿realmente la quería o quería aprovecharse de ella, de sus sentimientos? Movió la cabeza de un lado a otro, le parecía casi imposible que de un hombre que era tan maravilloso pudieran surgir sentimientos e intenciones tan dañinas. Aún sentía la tibieza en su mano de la caricia que le había dado.

Golpearon la puerta y se sobresaltó.

—¿Sí?

—Milady la esperan para cenar.

—Sí Betsy enseguida bajo.

Se acercó al tocador y miró su rostro, tenía las mejillas sonrosadas y sus ojos brillaban como los de una niña.

Tenía miedo, mucho, pero el deseo de su corazón de poder verlo de nuevo era mayor.

Alisó su vestido, acomodó un mechón de su cabello y salió de la habitación rumbo a la sala donde la esperaban para cenar

Lord Campbell ocupaba la cabecera de la mesa, a su derecha se sentaba su abuela y a su lado Anne. Frente a Lady Gerogiana, Philip que como las últimas dos noches, se iba a Bath apenas se escondía el sol, la silla a su lado era la de Marianne.

—Tengo muchas ganas de invitar a cenar al capitán Fairfax. Me parece un caballero de lo más educado, atento, e incluso, estoy casi segura que desea instalarse definitivamente en Bath.

Lord Campbell dejó la copa a un lado y posó su mirada en su suegra que hablaba animadamente.

—Sería muy bueno milord que conserváramos las buenas relaciones con él, después de todo tiene un alto cargo en la milicia y siempre favorece que haya una autoridad del lado de los intereses propios.

Lord Campbell asintió con pocas ganas mientras Anne y Marianne se miraron brevemente.

—¿Me daría su consentimiento? —levantó sus ojos fijándolos en el dueño de casa, que dejando de lado los cubiertos y tragando el bocado, asintió. —Muy bien, pronto me pondré con los preparativos. —Miró a los ojos a Philip y esbozó lo que parecía una sonrisa.

La cena continuó más en silencio que ninguna de las anteriores. Marianne debatía sus pensamientos entre el encuentro con Henry y el recuerdo de su madre, produciendo en ella un sentimiento de culpa porque estaba segura que arriesgaba todo lo que había conseguido hasta ese momento, una hogar, estudios para su hermana y la posibilidad de cambiar su futuro. Y aunque Henry cumplía sobradamente sus aspiraciones, el dejo de desconfianza en los hombres  que su madre le había transmitido, siempre estaba presente. 

Nunca Por AmorWhere stories live. Discover now