Capítulo XXXIX

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"Lo escogí a usted porque me di cuenta que valía la pena, valía los riesgos, valía la vida"

Pablo Neruda

Se dejó llevar a lomos de su caballo de vuelta a Silky, pues en medio de la noche densa no podía ver nada, salvo lo que la luna a través de las ramas de los árboles le permitía. Sentía su corazón apretado al igual que sus dientes por la tensión de saberla lejos, sola, desprotegida en medio de aquella oscuridad. Se sintió el hombre más miserable de todos. Rememoraba cada palabra de la doncella, las amenazas de Lady Georgiana, su hermana perdida y la desesperación que debía haber sentido para verse obligada a comprometerse con un hombre detestable como Fairfax. Sintió una profunda tristeza por sus penurias y por no haber estado allí para ayudarle, por no haber sido su sostén, sino el peor de sus verdugos. Recordó cada uno de sus insultos e insinuaciones, recordó aquella mirada luego de pronunciarlos y sus nudillos se pusieron blancos.

«Philip eres un maldito desgraciado» pensó al repasar las miserables razones  por las que Marianne estaba en aquella circunstancia, y trató de imaginar cómo era posible que Lady Georgiana, que se jactaba de gran dama, fuera capaz de tan baja acción.

El caballo comenzó un trote ligero que sacudió sus razonamientos  e inmediatamente la luz de una idea lo atravesó. Buscaría las cartas que habían robado a Fairfax y se las entregaría a Lady Georgiana a cambio del paradero de Emma y así recuperaría a la pequeña como a la mujer que amaba. Cabalgó decidido a Silky House.

Al llegar, entró en la sala casi llevando por delante las puertas y se encontró con Jane y Hudson que lo esperaban con la mayor de las preocupaciones por el largo tiempo de  ausencia y lo avanzado de la noche.

—¡Henry! Por amor a Dios... —Jane se acercó corriendo y se abrazó a su pecho.

—Amigo mío... ¿Qué ha pasado?

Henry cerró los ojos y miró a su hermana y su amigo con una pena y una tristeza mezclada con una profunda preocupación.

—Marianne se ha ido.

—¡¿Qué?! —Jane preguntó incrédula.

—Eso... ha huido, es lo único que pude averiguar en Burghley con una sirvienta... Lady Georgiana no quiere que se sepa por sobradas razones, pues la reputación de Marianne y su matrimonio se arruinarían irremediablemente, por eso les ruego que no salga de estas cuatro paredes.

Jane asintió mientras se volvía hacia la luz de las velas que reposaban en el candelabro, pensativa.

—Marianne definitivamente está loca... ¿Qué será lo que la aqueja para sentirse dispuesta a semejante locura?

Henry asintió y no dijo nada. No podía revelar a su hermana todos los engaños y presiones del capitán, los amoríos de Philip y la desvergüenza de Lady Georgiana para tramar semejante daño contra una pobre niña. Revelarlo implicaría también no poder negociar con ella el intercambio de las cartas por Emma.

—No lo sé Jane... no lo sé y me enloquece.

Su hermana se aproximó a él, lo abrazó y besó su mejilla en un intento de consolarlo.

Hudson miró a su amigo leyendo en sus ojos que había algo más, y cuando Jane se dispuso a dormir, Henry se levantó de aquella silla y corrió a la biblioteca con Hudson por detrás tratando de comprender y escuchar qué era lo que realmente estaba sucediendo.

Abrió la puerta y acercó el candelabro a las estanterías buscando el ejemplar indicado, pero cuando lo halló, en un acto desesperado por tomar las dichosas misivas, encontró que el mismo estaba completamente vacío. Miró incrédulo y desesperado a Hudson que para ese instante no entendía nada.

Henry se desplomó en el sillón completamente desahuciado.

—Amigo mío, ¿quieres calmarte y contarme qué es lo que está sucediendo?

Henry se volvió a poner de pie y caminó hacia otra estantería donde sacó el libro y al abrirlo tomó aquel papel que habían sustraído de casa de Fairfax. Suspiró dejándolo sobre el escritorio y caminó nervioso de un lado a otro, apretando los puños, llevando uno a su boca, apretando su sien.

—¡Henry! —gritó Hudson haciendo que su amigo volviera a concentrarse en él. —¿Qué sucede?

—Lady Georgiana está obligando a Marianne a casarse con Fairfax a costa de tener a su pequeña hermana en algún lugar que se niega a decirle. Estoy convencido que es por la presión del capitán ante las cartas de Philip a la condesa Rose. —Hudson abrió sus ojos como platos. —Ella se ha ido en su búsqueda, sola, esta madrugada. Vine con la ilusión de tomar aquellas cartas y negociar con Lady Georgiana para que me diga el paradero de su hermana y liberar a Marianne de semejante compromiso, pero no están.... ¡No están!

—¿Cómo que no están?

—Las tenía dentro de este libro, en la estantería más alta, y ahora no. —volvió a caminar tratando de ordenar sus pensamientos. —hay un traidor en mi casa. —Giró su rostro y miró fijamente a Hudson que se desesperó por tratar de ordenar en su pensamiento quién podía ser.

—¿Crees que Fairfax está detrás de esto?

—Estoy convencido. Debe haber descubierto de alguna manera que fuimos nosotros, nos ha robado las cartas y luego a intentado matarme. —Se acercó a la ventana y apoyó su frente en el cristal cerrando sus ojos. « ¿Dónde estás mi amor? ¿Dónde?» pensó.

—Tranquilo Henry... pensemos... ¿Dónde puede haber ido Marianne?

—La doncella me aseguró que se dirigía a Marble House.

—¿Marble House? Por Dios Henry... ese camino está destruido y está bastante apartado de Burghley. —Henry asintió con el mayor pesar.

—Hudson te aseguro y tú lo sabes más que nadie, todas las cosas que he soportado en mi vida... Lluvias, frío, golpes,  ausencias, tristeza, disparos y heridas de espada... pero nunca en mi existencia sentí tanto miedo como ahora. —Hudson se aproximó y apoyó su mano sobre su hombro.

—La vamos a encontrar...

—Dios quiera que se encuentre bien.

****

Marianne se sentó al lado del fuego que había prendido con tanto esmero. Se sentía cansada, le dolía todo el cuerpo por las horas que había pasado a lomos del caballo. Con pesar miró el bosque y entendió que no había avanzado mucho, pues al evitar el camino principal,  sabiendo que apenas Lady Georgiana descubriera que no estaba, de seguro la enviaría a buscar; descontando los ladrones y asaltantes, y que era una mujer sola, sin armas ni defensa alguna y aventurándose por el bosque, no había avanzado tanto como esperaba.

Todo se veía oscuro y los ruidos del bosque la mantenían alerta, y aunque sabía que no se acercarían con el fuego encendido, no podía conciliar el sueño que demandaba un colchón mullido, un buen caldo y la seguridad que brindaban cuatro paredes alrededor.

Se recostó sobre la hierba y miró alto entre las ramas de los árboles las estrellas en el cielo despejado. Brillaban y parecían contemplarla. Deseó que él estuviera allí, deseó que la abrazara y protegiera como aquella vez en que los hombres la habían raptado, deseó esconderse en su cuello y enredar sus dedos en su cabello oscuro... «Todo eso son sólo deseos Marie...» se dijo a sí misma. «Concéntrate Marie, concéntrate...» desvió sus pensamientos a Emma y a la necesidad de verla y de saberla bien. No tenía idea si lograría encontrarla, pero cualquier sacrificio valía la pena, valía la vida. Tampoco sabía que haría si eso sucediera, cómo volverían, ni a donde irían. Giró su cuerpo cerca del fuego y centró su mente en las llamas que serpenteaban ondulantes y cálidas, pidió a Dios que la ayudara, que estuviera con ella y que todo saliera bien.    

Nunca Por AmorWhere stories live. Discover now