Capítulo X

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"Cuando los odios andan sueltos, uno ama en defensa propia"

Mario Benedetti

Marianne lo buscó con la mirada por el salón, deseaba agradecerle, o verle, o estar cerca, no lo sabía, pero no había quitado de su mente su presencia.

Henry luego de pasar a la mesa de cartas con los caballeros no volvió aparecer por el salón. Sólo le había bastado ver cómo otros hombres se acercaban a ella a pedirle el siguiente baile, y sintió algo de satisfacción, mezclado con una punzada en su estómago que se determinó a sí mismo no averiguar de qué se trataba. Inmediatamente se alejó, las arpías se acercaron a ella de seguro a comentarle de su herencia, de su título y de todo lo que a ellas como buenas brujas les interesaba, y no debía olvidar que Marianne Kellet después de todo, era una de ellas. Se percató de que a partir de aquel mismísimo instante, todos sus acercamientos a él serían como los demás, interesados. No sabía si lo que lo invadía era desprecio o temor, pero supo que luego de tenerla tan cerca, de ver su rostro y sus ojos, sus labios que se veían tan suaves, sus manos que aún permanecían algo ásperas, y aquel perfume que se había metido en su cuerpo, no debía acercarse a ella nunca más.

Jane se acercó a Marianne y le ofreció un vaso de limonada.

—¡Qué bueno verla de nuevo Marianne!, y sobretodo qué bueno es verla tan bonita y elegante.

—Muchas gracias Milady.

—Oh no... no me llames así. Puedes decirme simplemente Jane.

—Gracias. —Caminaron fuera del salón, para tomar aire y refrescarse.

—¿Y a qué se debe semejante cambio?

—Lady Georgiana y Lord Campbell han tenido la buena voluntad de ayudarme, y se los agradeceré infinitamente. —Jane quito credibilidad a aquellas palabras, porque conocía a Lady Georgiana y sabía que no era una mujer caritativa, ni mucho menos capaz de incluir a alguien a su grupo social tan selecto. Algo había allí que no alcanzaba a dilucidar. Anne le había dicho en alguna oportunidad que Marianne era una campesina que vivía en los alrededores de Burghley y que se conocían de pequeñas, pero de ahí a meterla a su casa había una distancia muy grande, y aunque era su amiga, sabía que Anne tampoco era capaz de aceptar a cualquiera.

Su curiosidad fue en aumento, sobre todo al ver que su hermano había posado sus ojos en ella. Nunca dejaría que le rompiera el corazón, y recordaba su manera de pensar como así también conocía perfectamente las ilusiones de Henry. No dejaría que ella le hiciera daño.

—Muy bien, me alegro de oírlo, y en mí puede encontrar una amiga, una persona de confianza, se lo aseguro.

—Muchas gracias Jane, aprecio mucho su buena voluntad hacia mí y sobretodo, la posibilidad de tener una amiga.

—Claro que sí.

La presencia de Fairfax las interrumpió.

—Me alegra señorita que el incidente del baile haya quedado en el pasado.

—Muchas gracias capitán.

—No me lo agradezca, más bien, si es posible, ¿podría concederme el siguiente baile?

Marianne tragó apenada, Fairfax era capitán de la milicia, un hombre bastante mayor que ella y permitirle un segundo baile en la misma noche sería demostrar que había un interés más allá de la amistad. Por un segundo recordó las palabras de su madre, y pensó que tal vez debía aceptar, pero unos ojos azules se presentaron en su mente inquietándola y se sintió abrumada, o al menos eso se dijo a sí misma, que había tenido demasiado baile para una noche.

Nunca Por AmorWhere stories live. Discover now