Capítulo XXIX

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"Ambos se iban dejando traicionar por los recuerdos, ablandándose sin quererlo, queriéndose sin decirlo, y terminaban muriéndose por el suelo"

Gabriel García Márquez

Henry saludó amablemente a Anne, Philip y Amber que ya los habían alcanzado, con una reverencia mientras miraba sobre sus hombros esperando divisar la delicada imagen de la única mujer que le importaba en el mundo. Arrugó su ceño por un mínimo instante mientras Jane miró a Hudson con súplica.

—¿Lady Marianne?

—No vendrá. —acotó Philip con su sonrisa en los labios y rápidamente palmeó a Henry. —Ven a mostrarme ese purasangre negro que te he visto montar. —él aún con el ceño apretado, trató de estirar sus labios en una mueca de sonrisa y asintió volviéndose al establo, pero en su corazón la preocupación de lo que hubiera podido sucederle lo asaltó.

—Muy bien, ¿qué les parece si aprovechamos la hermosa tarde y damos un paseo a caballo? —acotó Jane ante las miradas sonrientes y expectantes de las mujeres que asintieron entusiasmadas. —A ponerse el traje de montar y enseguida nos encontramos aquí. Vamos a la casa para enseñarles sus habitaciones.

Lady Dafne revoleó los ojos hacia Henry que se encontraba más lejos, lamentando con sumo pesar que no las acompañara.

Hudson alcanzó a Henry.

—¡Henry! —lo hizo volverse a él. —¿Podría hablar contigo?

—En este instante no puedo Hudson, espera que volvamos y me dices...

Hudson asintió con pesar lamentando por su amigo, que sabía quedaría destrozado al conocer que la mujer a la que había entregado su corazón por primera vez, lo había traicionado despiadadamente y se había estado aprovechando de sus sentimientos con intenciones bajas.

—¿Vienes? —gritó Henry y apuró el paso.

****

Marianne se preparó para recibir al capitán, y mientras Betsy la vestía y la peinaba, sus ojos estaban perdidos en la nada, pensando en su hermana y en la suerte que se empeñaba en dar vuelta su vida trastornándolo todo.

Pensó en su padre, borracho y violento, pero que mostraba lo que era y cómo era a los cuatro vientos, pero Lady Georgiana le había enseñado en carne propia que lo malo no siempre se ve como tal, sino a veces se disfraza de cosas hermosas que anhelamos para luego clavarnos el puñal en donde más nos duele.

—Milady, ¿puedo preguntarle algo? —Betsy la interrumpió en sus pensamientos.

—Hoy no amiga... —ella miro el reflejo de la dama que se había convertido en su amiga y entendió que algo malo estaba sucediendo, pero asintió. Sus ojos se veían tristes y ausentes.

—Ya está lista milady.

Marianne se puso de pie y alisó su vestido.

—Se ve muy hermosa. —Marianne hizo sólo una breve sonrisa y apretó las manos de Betsy.

—Marianne, sólo Marianne.

Marlow golpeó la puerta.

—Milady, Lady Georgiana y el capitán Fairfax la esperan en la sala.

Marianne tragó saliva y sintió su cuerpo que comenzaba a temblar.

—Enseguida bajo. Gracias Marlow.

—Señorita Marianne ¿qué está sucediendo?

—Todo está bien, no te preocupes. —dijo con pesar y anhelando que su amiga le ayudara a escapar de aquella jaula, mientras el rostro de Em la invadía y junto a él, el temor por lo que pudiera sucederle.

Nunca Por AmorWhere stories live. Discover now