Capítulo V

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"Mi estrategia es que un día cualquiera, no sé cómo ni sé con qué pretexto, por fin me necesites"

Mario Benedetti

Hudson y Henry montaban sus caballos mientras esperaban la salida de Fairfax. Henry miró por el catalejo mientras su caballo se movía inquieto y resoplaba. Sentir la adrenalina nuevamente después de unos meses de sosiego y zozobra le resultaba de lo más atrayente. Definitivamente extrañaba su vida, la de Henry, la propia.

Bajó el catalejo y se apoyó en su caballo a esperar.

—¿Crees que tu amigo lo conoce? ¿Qué está involucrado?

—No lo sé... lo dudo. Hace mucho que no coincido con él pero no entiendo qué interés ni conexiones puede tener con la milicia y mucho menos con los franceses.

—La experiencia me dicta que no nos confiemos.

—Por supuesto que no. De seguro Lord Henry le hará una visita a Burghley House. —sonrió con ironía mientras sus ojos divisaron a lo lejos algo entre los árboles.

Se incorporó en el caballo y aguzó la mirada tratando de ver de qué se trataba, pero al no poder terminar de convencerse, le hizo señas a Hudson que no abandonara el puesto y se acercó.

Bajó del caballo y tomó aquello escondido entre los arbustos pegados al tronco de aquel árbol. Cuando lo tuvo entre sus manos, notó que era una bolsa de viaje, cuando lo iba abrir, lo interrumpieron.

—Señor, haga el favor de devolverme mis pertenencias. —Aquella voz lo sorprendió y al volverse a ella, la imagen de esa mujer sorprendió sus ojos. Era muy hermosa, con su cabello dorado y lleno de delicados bucles sueltos alrededor de su rostro, que tenía las facciones más bellas que había contemplado en su vida, sus ojos marrones, claros, brillantes e inmutables. Parpadeó y extendió su mano enguantada hacia ella.

Tomó la bolsa prácticamente arrancándosela de las manos y él la observaba claramente sorprendido, mientras ella abrió sus ojos e hizo un movimiento con sus manos para que él se apartara mientras erguía su postura. Después de todo era una mujer sola en medio del bosque con un desconocido que no tenía la apariencia de ser un caballero sino todo lo contrario. En aquella décima de segundo se decidió a seguir aquella falsa de gran dama.

—¿Tendría el favor de ofrecerme unas disculpas y apartarse de mi camino? —dijo aplicando a su voz la mayor firmeza que pudo.

—¿Y usted es?

—¿Cómo se atreve a preguntarme? Más bien dígame que hace usted husmeando en mis tierras...

Henry la miró fijamente mientras su mente iba a mil por hora tratando de dilucidar quién era aquella mujer. De seguro no era de la familia, pues conocía a Philip y recordaba a Anne bastante bien como para saber que no se trataba de ella. El vestido que llevaba la joven tenía corte elegante, pero se notaba a la lejanía lo gastado y remendado que estaba. Definitivamente no parecía dueña de la casa ni de aquellas tierras, pero hablaba con un tono y modales elegantes, haciendo posturas de grandeza aunque su apariencia dijera lo contrario, lo que la hacía ver adorable y produjo un deseo en él de seguir escuchándola, descifrándola, algo que no le costaba demasiado debido a los tantos años haciéndose pasar por otros y recabando toda la información que le fuera posible.

Marianne le sostuvo aquella mirada fija sin siquiera pestañear, mientras rogaba a Dios que no notara su nerviosismo y que le quitara aquellos ojos azules de los suyos, que por cierto eran los más oscuros y brillantes que alguna vez había visto, y rodeados de aquel cabello castaño suelto, más largo de lo que se acostumbraba, la inquietaban, definitivamente lo hacían.

—Mis disculpas Milady... —se inclinó hacia ella mientras tomaba su mano para hacer una reverencia, al hacerlo noto lo ásperas que se veían y al mirarlas brevemente con atención, no escapó de sus ojos aquel hollín. Marianne quitó su mano apenas pudo, y enderezó su espalda creyéndose triunfante por su ardid. —¿Sería posible que me dijera su nombre?

Irguió su cuerpo y levantó la cabeza como tantas veces le había visto hacer a Anne cuando se dirigía a alguien de la servidumbre y sin pensarlo contestó lo primero que vino a su mente.

—Qué atrevimiento el suyo de dirigirse a mí en estas circunstancias donde lo creo francamente un intruso que se niega a revelar qué hace en mis tierras, pero se atreve a dirigirme la palabra e incluso a cuestionarme. —Henry la miró y contuvo la sonrisa que apretaba sus labios, definitivamente no era parte de la familia Campbell aunque hiciera su mayor esfuerzo por disimularlo. —Y si me permite, voy a proseguir mi camino. —agregó finalmente mientras él extendió su brazo haciendo una reverencia y permitiéndole el paso. La vio alejarse mientras Hudson se acercaba.

—Fairfax ya salió de la casa, tomó el camino a Bath. ¿Y la dama?

—No lo sé... Averígualo. —Le dio unas palmadas a su amigo en el hombro y subió a su caballo. Hudson se quedó perplejo ante aquel pedido, sonrió mientras montaba y los dos volvían a Silky House.

Marianne caminó con determinación sintiendo los ojos azules de aquel hombre sobre su espalda y le quemaban. Se perdió entre los árboles y cuando estuvo segura de que no podían verla se apoyó contra el tronco de uno y se tocó la mejilla que se sentía cálida lo que provocó una sonrisa, mientras en su mente retumbaron como cinco platillos las palabras de su madre "Nunca te cases por amor". Aquella sonrisa se desdibujó de su rostro, jamás dejaría que uno de esos pensamientos anidara en ella, y mucho menos que la distrajeran de su cometido. Suspiró y prosiguió el camino a casa mientras repasaba el rostro de su abuela que le recordaba tanto al de su misma madre. Deseó que la quisiera, que le demostrara afecto como lo hacía con Anne, imaginó su vida siendo una nieta amada, cuidada, protegida. Anheló un cariño, un abrazo y alguna palabra como se suponía que una abuela pudiera propinar a alguien de su misma sangre.

****

Anne ingresó a la elegante sala y se acercó a su abuela a quién besó en la mejilla.

—Quisiera disculparme sinceramente por imponerte la presencia de Marianne. Sé que te disgusta, pero créeme que no ha sido mi intención ni la de ella, desconocíamos que te encontrabas en esta parte de la casa. Te ruego por favor, que no impidas a mi prima volver a la casa. —Lady Georgiana escuchó atentamente las disculpas de su nieta, y sintió cómo su orgullo dolía al mencionarla como prima, es que aquella chiquilla distaba tanto en educación, modales, belleza y alcurnia respecto a Anne que le resultaba casi imposible pensar que llevaba su sangre. Y aunque a primera vista le pareció bastante bonita como para el capitán, de seguro necesitaría bastante ayuda para pulirla y mejorarla, porque en aquellas condiciones, Fairfax se negaría de pleno aceptarla, lo sabía de momento que había tenido el descaro de pretender a Anne. Finalmente levantó su mano en señal de aceptación de aquellas disculpas, dejó el bordado, se puso de pie acercándose al ventanal y mirando hacia fuera por el mismo, apretó los dientes tratando de contener cualquier señal de desagrado que pudiera transparentarse.

—Querida, aunque te cueste creerlo, verla aquí me ha recordado a mi querida Amelia... creo que me he equivocado todo este tiempo, y sería bueno conocer al fin aquella muchachita.

Anne abrió sus ojos claramente sorprendida y esbozó una sonrisa por la alegría que traería a Marianne aquella oportunidad.

—No imaginas  la alegría que ha producido en mí tus palabras, con gusto se lo haré saber para presentártela la próxima semana.

—No... creo que preferiría que fuese lo antes posible, tal vez pasado mañana.

Anne asintió sorprendida gratamente por la respuesta de su abuela e inmediatamente tomó la pluma y papel para escribir el mensaje a su queridísima prima.

Nunca Por AmorWhere stories live. Discover now