Capítulo XXIV

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"Ninguna persona merece tus lágrimas, y quien se las merezca no te hará llorar"

Gabriel García Márquez

La mesa con el desayuno estaba servida mientras Jane y Henry comían, Hudson ingresó y haciendo una corta reverencia a Jane, se acercó a Henry y le extendió un papel que él al instante tomó. Hudson lo retuvo brevemente para mostrarle a su amigo que era algo importante.

Se levantó y se dirigió al estudio con Hudson detrás de sí mientras Jane fruncía el ceño pensando en qué se traían entre manos los dos.

Se aproximó a la ventana y mientras leía, él procedió a explicarle.

-Ha llegado esta mañana, no hay señales de él desde hace un tiempo.

-¿Qué podrá ser?, es extraño que nadie sepa nada, porque por más que esté en alguna misión, al menos en la casa tendrían que saber dar información de su paradero, por lo menos a ti, que lo conocemos hace tanto. -Hudson levantó los hombros y enarcó las cejas.

-No lo sé, pero estaba pensando que tal vez sea mejor ir personalmente.

-Está bien, pero procura volver antes de la reunión, no quisiera quedarme solo con las locuras de Jane, aunque tengo la leve sospecha que no ha salido todo eso de su cabecita.

Su amigo sonrió mientras se volvía para salir del estudio.

-Si no llegaras a encontrar a John, busca a Paul Sanders. ¿Sabes dónde encontrarlo? -él asintió y se apremió a preparar todo para el viaje.

****

Preparó el carruaje y partió a Londres en busca de John Spellman para avanzar en la investigación que tenía que ver con Campbell y Fairfax.

El viaje se le hizo pesado y largo, más aún con el traqueteo de las ruedas del carruaje en cada pozo del camino, haciendo que su cuerpo le doliera por todos lados. Prefería mil veces viajar en barco meses y meses que moverse en aquellos carruajes que se parecían más a una tortura en aquellos viajes interminables.

Apenas llegó a Londres, se dirigió a la casa de los Hawthorne que a pesar de no ser tan grande como Silky House, era lo suficientemente cómoda y espaciosa para que la familia pasara allí las temporadas sociales. Tomó un descanso y estiró los músculos que para ese instante estaban acalambrados por los baches del camino. Luego de comer algo, salió a la calle para dirigirse a casa de Spellman. Caminó a paso rápido al notar que alguien lo seguía a la distancia, se ocultó detrás de unos arbustos del parque y luego cruzó rápidamente entre los carruajes para que no lo viera aquel hombre. Se detuvo detrás de él, oculto por una pared del callejón y blanqueó los ojos. Aquel hombre miraba para todos lados tratando de localizarlo y lo hizo pensar en que definitivamente, sea quien sea, le faltaba práctica para seguir los pasos de alguien sin ser visto.

Se volvió sobre sus pies y retomó el camino a casa de John.

Cuando llegó, golpeó en la entrada mientras Simmons, su mayordomo, abría la puerta.

-¡Hudson!

-Hey, Simmons ¿cómo has estado?

-Pues... aquí, en la espera aún. No perdemos las esperanzas. -Hudson frunció el ceño ante las palabras.

-¿Qué tan grave es la situación?

-Dos meses sin saber nada de él. -Hudson abrió sus ojos como platos.

-¡Dos meses! -Simmons asintió.

-Temo a esta altura que algo le haya sucedido.

-Lo siento mucho. Desearía poder ayudar, y Henry igual, pero lamentablemente estamos con otra cuestión entre manos que queremos liquidar lo antes posible.

-Entiendo. Pero dime, ¿qué necesitaban?

-Algo de información que pensamos podría suministrarnos.

-¿Quieres contarme?

-No te preocupes -le dio una palmada en la espalda -iré a ver a Paul.

Simmons asintió y se despidieron al tiempo que Hudson volvió a la casa para tomar el carruaje e ir a casa de Sanders.

Cuando entró, pudo nuevamente ver aquel hombre apoyando el hombro contra la pared de una casa vecina y entendió que iba a necesitar ayuda para poder llegar.

****

Marianne se levantó rápido del sillón e interceptó a Marlow antes que llegara a ella.

-¿Hay alguna para mí?

-Si milady, de su hermana. -le extendió el papel y ella lo tomó rápidamente mientras se aproximaba a la ventana para poder leer.

Querida Marianne:

¡Qué alegría recibir noticias tuyas! Estoy muy bien, y feliz. Gracias a tu esfuerzo y a comportarte como es debido, es que sigo aquí aprendiendo tantas cosas que quiero enseñarte. No sé cuándo podré volver a Burghley pero sin duda espero que sea pronto.

¿Quieres hacerme el favor de contarme quien es el afortunado que se ha ganado tu corazón? Ten cuidado Marianne, hay hombres que sólo buscan aprovecharse de la inocencia de las mujeres. Cuídate y mi consejo es que recuerdes cada día que necesitamos estar en Burghley para progresar, para salir del infierno de dónde venimos.

Te ama.

Emma

Marianne releyó la carta no una vez más sino dos.

-Marie, ¿Sucede algo con Emma?

-No, está muy feliz, dice que aprendió muchas cosas que luego me enseñará, ¿puedes creerlo? -sonrió mientras Anne bebió un sorbo de té y abrió los ojos levantando las cejas.

- Debería enseñarte a no ser una traidora. -hizo una sonrisa falsa para acompañar aquellas ásperas palabras.

-Anne... no digas eso... -Se acercó y abrazó a su prima.

-Está bien... voy a tener que conformarme con Lord Sterlington.

-¿Conformarte? Es un duque, es guapo, es agradable y francamente creo que te ha mirado mucho en el baile de máscaras, por no decir que te ha invitado a bailar todas las veces que te ha visto.

Anne sonrió asintiendo.

-Es verdad... -levantó la mano y le extendió a Marianne un papel con el lacre ya roto.

-¿Y eso? -Anne sonrió.

-Una invitación que presiento que te va a encantar.

Marianne tomó el papel rápidamente y leyó aquel papel que venía de Silky House invitándolas a la reunión. Sonrió ampliamente.

-Hay que preparar las cosas... al menos pasaremos una noche allí.

En aquel instante en que no podía borrar la sonrisa de su rostro imaginó los paseos que podría dar con Henry, los juegos, la cena, el dormir bajo el mismo techo que el hombre que amaba, conocer su espacio, el lugar donde creció, la casa que ama. Una ansiedad increíble asaltó su corazón que se desesperó porque los días pasaran.

-Muchachas -La voz de Lady Georgiana interrumpió sus pensamientos y anhelos. -Mañana viene el capitán Fairfax. Espero que se comporten adecuadamente y sean capaces de recibirlo como es debido.

-Pero mi padre no estará presente...

-¿Desde cuándo cuestionas mis decisiones Anne?

-Mis disculpas abuela.

Miró a los ojos a Marianne con claro fastidio y los puso en blanco, ella sonrió al mismo tiempo que levantó sus cejas sabiendo que sería otra noche de huir de los encantos de aquel hombre que ya se le antojaba pesado como el plomo.

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora