Capítulo XXX

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"Es espantoso el ruido de un corazón cuando se rompe"

Mathias Malzieu

Luego de la cena donde llenaban los silencios de comentarios vacíos y sin sentido, apelando al supuesto buen gusto o mal gusto de la aristocracia respecto a ciertos temas, cuando la hora fue avanzando, Fairfax habló.

—Lady Marianne, ¿ha pensado en mi propuesta? ¿será que tiene ya una respuesta?

Lady Georgiana miró a Marianne a través de la luz de las velas que reposaban sobre los candelabros y en sus ojos dejó ver el filo de la amenaza que ella sintió no sobre sí misma, sino sobre Emma.

—Claro que sí... no me ha costado nada decidirme. —Fairfax sonrió. —Será un honor aceptar su propuesta de matrimonio capitán. —Ni ella creía que aquella declaración pudiera salir de su garganta y escaparse entre sus labios que respondían solo a su mente, pues su corazón para ese instante estaba recubierto y silenciado con pesadas piedras, para así atreverse a traicionarlo con aquellas palabras que se oían sucias y mentirosas. Sintió vergüenza de sí misma y de lo que estaba haciendo.

—¡Que felicidad! Hay que hacer una fiesta de compromiso, pues en este mismo momento estamos solos lamentablemente, pero capitán, usted se merece una celebración, pues mi amada nieta es un flor bella y preciosa.—Marianne miró a su abuela nuevamente incrédula de su falsedad, de todos sus engaños y de su crueldad.

«Em, ¿dónde estás pequeña? ¿dónde?» pensó para sí misma y bajó la mirada tratando de que no se escaparan las lágrimas.

Fairfax asintió complacido y tomó la mano de Marianne besándola.

—Muy bien, es hora de que me vaya. —se puso de pie e hizo una reverencia a Lady Georgiana y luego a Marianne. —Tengo unos compromisos importantes en Southampton, pero apenas pueda regresar, vendré a visitarla para organizar el compromiso y poner fecha para la boda. —Marianne asintió tratando de reproducir aquella mueca de sonrisa que había enseñado hacer a sus labios y que ya sabían reproducir a la perfección. —Que se me antoja que sea lo antes posible. —sonrió mirándola con unos ojos brillantes que delataban sus intenciones, haciéndole sentir  un escalofrío atravesar su cuerpo de punta a punta.

Ambas acompañaron al capitán fuera de la casa donde volvió a tomar la mano de quién era ahora su prometida, la besó y acarició. Montó en su caballo y salió de Burghley galopando.

—Lo has hecho perfecto Marianne.— dijo su abuela apoyando su mano en su antebrazo y guiándola dentro de la casa.

Henry sintió que su respiración se detuvo cuando entre los arbustos que rodeaban el jardín, allí donde había estado apostado esperando quien sabe cuántas horas o minutos o siglos, pues todo le daba igual, vio a Fairfax salir de la casa y besar la mano de Marianne. Su corazón se detuvo al unísono que su aliento y se sentó en el suelo tratando de recuperar la fuerza de sus piernas acalambradas.

Tomó su cabeza entre sus manos y el arma que aún cargaba en ella y exhaló fuerte tratando de soltar aquel sollozo que amenazaba terminar con su hombría. Miró las diminutas ramas a sus pies y allí, con un esfuerzo sobre humano derramó una lágrima. Sólo una que rápidamente secó con la manga de su camisa y el borde de su levita.

Se sintió tan imbécil por no hacer caso a su mente, a sus oídos y a sus recuerdos que en ese instante le susurraban a su corazón: «te enamoraste de la arpía carroñera más grande que existe en la tierra »

Tragó aquella piedra que sentía atorada en su garganta y se puso de pie buscando su caballo.

Acomodó el arma en la montura y se subió de un salto rumbo al pueblo, donde bebió hasta que dejó de sentir aquel dolor y sus pensamientos estaban tan diluidos que no podían recordar sus ojos, sus palabras, sus labios suaves, sus manos, su piel, y aquella falsa sonrisa.

Nunca Por AmorWhere stories live. Discover now