Capítulo 22 | Ciudad Remache

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JUDAS

Esa mañana salieron un par de horas antes de que saliera el sol. Judas sabía que ya no faltaba mucho para llegar a Ciudad remache. Ya había esperado tal resistencia por parte del Yermo. Y sospechaba que los vehículos motorizados habían sido lo que habían llamado la atención de los moradores de las dunas. Ya se había enfrentado a ellos cuando estaba bajo el mando de ese bastardo de Fernando Reyes.

Pero los moradores no se atreverían a atacar a los Reyes, y pobre de aquel que lo hiciese. Los reyes los rastrearían e incendiarían sus campamentos y esclavizarían a sus mujeres mientras ejecutaban a todos los hombres. Judas abrió la ventana y respiro el aire nocturno, era helado. Pero pronto se volvería caliente e insoportable. Miró el contador geiger. Estaba extrañamente bajo los niveles de radiación. Más bajos que el promedio y eso era un problema, pues usualmente cuando bajaban los niveles de radiación eso significaría que una tormenta radioactiva se aproximaba. Judas esperaba llegar a ciudad Remache antes de que la tormenta llegara.

Y por suerte no tardaron mucho en llegar.

Desde antes de llegar a los muros de concreto de la ciudad. Podían ver las grandes fachadas de los edificios. Láminas de acero puestas una sobre otra tratando de remendar las estructuras del viejo mundo. En los techos había grandes paneles solares que aprovechaban al máximo el poder del sol, así mismo sobre los pesados muros había grandes hélices que generaban energía. Y sobre el portón principal estaba escrito con pedazos de espectaculares del viejo mundo "Ciudad Remache".

--Detente aquí—Le dijo Judas al conductor. El hombre empezó a desacelerar su vehículo frente a los enormes portones de la ciudad. Desde lo alto hombres vestidos con ropas sucias miraban a los hombres. Los otros vehículos también descendieron. Un hombre bajó por una trampilla hacia el suelo. Estaba armado.

--¿Qué sucederá ahora? —preguntó la teniente Erika Gallen. Judas le miró de reojo la mujer sujetaba firmemente su arma, como si ya supiese lo que iba a pasar.

--No lo sé—respondió Judas.

--¿Quién son y de dónde vienen? —preguntó el guardia, tenía una voz rasposa, con una toz seca, su cara era bronceada y parecía cuero curtido.

--Somos...--trató de decir Judas, pero fue interrumpido por la teniente Gallen.

--Somos el departamento de policía de Ashton. Venimos en búsqueda de un hombre. Se hace llamar El Brayan.—respondió la teniente Gallen.

--El Brayan, no hay alguien así aquí. —respondió el hombre. —Ustedes no parecen saqueadores, ni moradores de las dunas, pero tampoco parecen ser militares. Y vienen bien armados. No, parecen más una amenaza. Regresen por donde han venido

--Por favor—dijo Judas. No pueden dejarnos a fuera. Una tormenta se acerca, si nos dejan a fuera, terminaremos en Irradiados. Seremos una plaga aquí afuera.

--¿Cómo sé que alguno de ustedes no está infectado ya? —preguntó el guardia.

--No lo estamos—respondió la teniente Gallen.

--Judas me ha dicho que ustedes son una ciudad de chatarreros., y resulta que tenemos chatarra con nosotros con que comerciar. —dijo la teniente Gallen. —Dejadnos pasar y les daremos la chatarra con gusto. Podrán continuar parchando su ciudad amurallada.

El guardia sacó de su bolso del pantalón un pequeño espejo y empezó a mandar señales de luz con él a lo alto de la muralla. Después en una de las torres una luz deslumbraba mandaba un mensaje en código de vuelta al guardia. Entonces se escuchó un estruendo de un motor y los pesados portones de hierro de la ciudad comenzaron a abrirse poco a poco.

--Podéis entrar, pero tendrán que hablar con el gran jefe—respondió el guardia. —Vamos pues que no hay tiempo que perder. Algo más, no pueden llevar armas dentro de la ciudad. Tendrán que dejarlos en las cajuelas de los vehículos.

--¡Definitivamente no! —respondió la teniente Gallen.

--Es la condición de entrada a la ciudad.

--¿Cómo sabremos que no será una trampa? —respondió la teniente Gallen.

--No lo saben. —dijo el guardia.

--Teniente, está bien. Es una regla en esta ciudad. Si nos volvemos amigos de este "Gran Jefe" estaremos bien.

La teniente Gallen se quedó pensando por un momento y luego afirmó con la cabeza. Pronto los vehículos comenzaron a rodar hacia el interior de la ciudad. Al pasar los portones vieron una inmensidad de puestos comerciales. Y gente vestida en harapos que comerciaban entre ellos. sin embargo, la ciudad estaba en un terrible estado. La arena había hecho destrozos dentro de la ciudad. Montículos de arena obstaculizaban la entrada de varios edificios que muchos de ellos habían quedado solo en los esqueletos de acero que se oxidaban a la luz del sol. Grandes pedazos de lonas hondeaban al viento. Y que servían para cubrir las calles de los dañinos rayos del sol.

Y los mercados eran una mezcolanza de distintos olores y colores. Había hombres vestidos en cuero que vendían crías de rata gigante. Otros tantos gastrónomos de oficio cocinaban palomas de dos cabezas y perros sin pelo. Grandes lagartos y serpientes. Arañas gigantes y aves monstruosas.

Hombres y mujeres en girones de tela comerciaban con artículos del viejo mundo, computadoras y pedazos de motores. Aceite para máquinas y piezas de androides. En otros lados vendían comidas malolientes y asquerosas. Que los ciudadanos parecían devorar como si fuese todo un manjar Judas sentía la libertad. Finalmente llegaron a una gran cúpula. De metal azulado. el techo abovedado de algún edificio que la arena había devorado. Y dos hombretones gigantes que vestían con armaduras hechas de retazos de metal y pesadas alabardas hechas con metal mal cortado custodiaban la entrada. Los autos se detuvieron frente aquel lugar. a la espalda de los recién llegados había una columna de curiosos que querían saber más sobre los policías de Ashton. El guardia se acercó a los hombretones pare que les dejaran pasar.

--Vamos, que el Gran jefe aguarda—respondió el guardia.

--Quedaos aquí y defended el perímetro—respondió la teniente Gallen y después pasó a darle su metralleta a uno de los guardias que custodiaba la entrada a la gran cúpula.

Judas entonces vio una sombra aérea. Que se ponía sobre el adorno en la punta del techo abovedado, sobre lo que parecía ser la estatua de una mujer de metal ya corriéndose por el tiempo y el descuido, aquel pajarraco dorado que graznaba. 

Días de Anarquía: Año 7Where stories live. Discover now