Intriga.

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El bosque de principios de otoño estaba salpicado de tonos anaranjados y dorados. Las hojas cubrían la senda de tierra, casi invisible entre las raíces y los troncos caídos de los antiguos árboles, y hacían que cada paso de la compañía resonara de manera atronadora en el silencio sepulcral.

El viaje por el bosque con todas aquellas personas a la zaga había sido duro. Hubo gente, la mayoría parejas con niños pequeños, que dio la vuelta para volver a su antigua vida, antes siquiera de que llevaran una semana de marcha. No era algo que hubiera sorprendido a Elizabeth. No todos podían soportar los sonidos extraños del bosque, a pesar de que ella les había prometido protección. También era complicado soportar las temperaturas nocturnas, cada vez más frías, o las rachas de lluvia que los calaban a todos hasta los huesos. Elizabeth podía entenderlo, sobre todo después de haber visto a las madres que se quitaban las capas y se resignaban a pasar frío a cambio de que sus hijos no lo sufrieran, después de haber oído llorar a los bebés durante horas seguidas. Sin embargo, también creía que si aquellas personas no habían aguantado las penalidades del viaje, tampoco merecían la felicidad que llegaría después. ¿Acaso el pueblo egipcio no había seguido a Moisés durante años por el desierto a cambio de la libertad y los tiempos de bonanza que vendrían? Elizabeth no era creyente, pero después de una semana rodeada de gente cristiana era normal que hubiera acabado escuchando dos o tres historias bíblicas.

Elizabeth no comentaba lo absurdos que le parecían aquellos pasajes de la Biblia. No era quien para poner en duda las creencias de la gente. Al fin y al cabo, nadie que no la hubiera visto en acción se creería que ella era capaz de convertir en piedra a la gente. Además, su madre siempre le había inculcado que debía escuchar con prudencia, sin reírse de las ideas y opiniones de la gente y, a pesar de que en el fondo le molestara, aquellas lecciones se habían quedado dentro de ella.

La relación de Victoria y Elizabeth siempre había sido gélida. Quizá aquello le había resultado molesto, o incluso doloroso, cuando era niña, pero ya lo tenía asumido, y aquella frialdad maternal ya le era natural. Por eso, Elizabeth se sorprendió cuando Victoria se empeñó en caminar junto a ella durante todo el viaje. Elizabeth trató de volver a la cómoda distancia a la que estaban acostumbradas, pero Victoria fue capaz de seguir sus pasos por mucho que ella aceleró la marcha. Sin embargo, no pareció interesada en entablar ninguna conversación. De hecho, se mantuvo callada todo el tiempo.

La única que mantuvo las distancias fue Martha, probablemente incapaz de olvidar que su hermana mayor había asesinado el mismo día a su padre y a su prometido. A Elizabeth no le importó. Tarde o temprano se daría cuenta de todo lo que estaba haciendo por ella. Y aunque nunca se diera cuenta, no importaba. Llevaba toda su vida siendo la mala del cuento.

Cuando apenas faltaban dos días para llegar al poblado, su madre abrió por fin la boca. Estaban pasando por un trecho algo difícil. Se encontraban en una zona rocosa, donde abundaban las piedras sueltas, y las recientes lluvias no ayudaban a que la caminata fuera más fácil. Por eso, Elizabeth casi resbaló cuando su madre habló:―

―Todo esto es por Martha, ¿no es cierto?

Elizabeth apartó una rama del camino y dirigió una breve mirada hacía su madre. Las dos semanas de marcha habían conseguido que se le rasgara el vestido y se le enredara la melena, pero por lo demás seguía siendo tan regia como siempre. Ni siquiera desentonaba entre la maleza. Parecía alguna diosa olvidada de la naturaleza.

―No sé a qué te refieres.

Su madre hizo un ruido extraño, a medio camino entre una risita y un suspiro.

―¿Quizá al asesinato de tu padre, o al de su prometido? ¿A qué nos hayas arrastrado hasta aquí?

―No te obligué a venir ‒respondió, irritada―. Puedes dar media vuelta y marcharte. O tal vez prefieres un final más definitivo.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Where stories live. Discover now