Deber.

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Avanzaba en silencio por el bosque, atento a los sonidos de fondo.

En cuanto Elizabeth hubo salido por la puerta, Patíbulo se marchó también. Aprovechando el revuelo de la sala se dirigió derecho a la salida.

-Pagarás por esto, verdugo –dijo una voz, antes de que pudiera poner una sola bota fuera de la casa.

No le hizo falta girarse para saber que se trataba del arrogante francés.

Se detuvo un segundo en el quicio de la puerta. El aire le agitó el cabello y le trajo el olor dulzón del otoño.

-Yo hago pagar –respondió. Y no fue una amenaza ni una frase vacía. Fue la verdad.

El bosque le dio paz. Al fin y al cabo se había criado junto a uno. Todos y cada uno de los ruidos que escuchaba le eran familiares. Distinguía el suave susurró de la piel del zorro contra las hojas de los arbustos, los pasos firmes de los ciervos que partían las ramitas, el murmullo de la brisa que pasaba entre las ramas de los árboles. Era como una gran orquesta que a la que él no quería perturbar, y por ello avanzaba con cuidado de no importunar aquella perfecta armonía.

Cuando fue al bosque profundo a buscar a la bruja de aire con Prudence, se sintió perdido durante unas horas. Escuchaba el rumor de la floresta y no podía evitar girar la cabeza a un lado y al otro, buscando el origen del sonido que escuchaba, preguntándose si no sería acaso un enemigo. Pronto se dio cuenta de que eran los mismo ruidos que había en el bosque cercano a su casa, solo que amplificados, claro.

Pero la verdad, no hacía falta ser un Robin Hood de los bosques para saber que aquel grito que acababa de destrozar la calma del lugar no formaba parte del repertorio habitual de sonidos de la floresta.

No había sido un grito urgente, de terror, así que no apretó demasiado el paso. Había sido más bien una exclamación de sorpresa inofensiva, pero aun así decidió acercarse a husmear qué había pasado.

Cómo si tuviera algo mejor que hacer.

El grito le llevo hasta un lugar conocido. Ante él se abría el claro en el que se encontraban las ruinas de la antigua mansión Williams. Patíbulo paseó entre los grandes trozos de pared destrozados, las grietas en la tierra, los árboles arrancados de cuajo, los muebles rotos y abandonados.

Cuando giró la esquina de lo que una vez había sido el pasillo que llevaba al cuarto de Elizabeth se encontró a una muchacha que rebuscaba entre las ruinas. Aunque ella se encontraba de espaldas, no hubiera podido confundir aquella melena azabache con la de ninguna otra mujer.

-Prudence –dijo. Sonó como si la estuviera reprendiendo por algo, y aunque aquella no hubiera sido su intención, al ver lo rápido que ella se había dado la vuelta supo que no andaba muy desencaminado al hacerlo-. ¿Qué estás haciendo?

Ella se llevó las manos a la espalda, como una niña pillada en falta. Sin embargo, no lo hizo lo bastante rápido. Patíbulo vio los cortes que tenía Prue en las manos y no le hizo falta preguntar para saber que llevaba un buen rato intentando encontrar algo entre los cascotes.

-¿Alexander? –Preguntó. Había una nota de alarma en su voz.

-¿Qué estás haciendo? –Repitió él, acercándose a ella.

-Me he caído –Patíbulo se metió las manos en los bolsillos y golpeó una piedrecilla con la punta de la bota, dándole tiempo-. Estaba paseando y llegué aquí y me he caído.

Él miro a su alrededor. La habitación de Elizabeth se encontraba prácticamente en medio de la mansión. Nadie podría haber llegado hasta allí dando un inocente paseo, no sin rodear y trepar por lo que quedaba de la casa.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Onde histórias criam vida. Descubra agora