Convalecencia.

593 85 16
                                    

Patíbulo cerró el diario de golpe y lo dejó caer sobre una pequeña mesa de madera que había en el cuarto cuando escuchó los lamentos que provenían de la habitación continua.

Se pasó las manos por el pelo, cansado, mientras se ponía de pie. No llevaba la cuenta de los días que se habían sucedido uno tras otro desde la batalla de las brujas. Cada paso que daba hacía la fuente de los lamentos le recordaba que su cuerpo todavía seguía dolorido, entumecido. Tras la lucha, ni siquiera había podido descansar. Tuvo que cargarse a Prudence, inconsciente, al hombro, y a Wilda al otro. La pequeña bruja de agua había protestado, pero Patíbulo sabía la verdad: las numerosas heridas de la bruja de fuego y toda la energía que había utilizado para convocar a su elemento le habían pasado factura; probablemente era incapaz de andar, aunque no quisiera admitirlo.

-¿A dónde te las llevas?

Patíbulo se había girado para mirar a Alfred en aquel momento. Estaba magullado y cojeaba, pero aquello no le importo. Alfred había tratado de traicionarlo, y eso era algo que Patíbulo no olvidaría fácilmente.

-A casa –había contestado, antes de girarse y proseguir la marcha.

-¿A casa? ¿Pero y la bruja de aire?

Patíbulo no pudo evitar girarse de nuevo.

-Puede que no te hayas dado cuenta, pero Prudence está inconsciente y tu hermana no está en condiciones de ponerse a matar brujas.

Alfred había asentido, después de echar un vistazo a ambas muchachas. Le pidió que lo llevara con él. A Patíbulo le dieron ganas de reírse por lo absurdo de su petición. ¿Cómo podía ser tan estúpido como para pensar que diría que sí?

Pero entonces la escuchó:

-Cazador... Por favor...

Los labios de Wilda apenas se movieron cuando ella susurró aquello. Patíbulo se quedó en silencio unos instantes. Debería dejar que Alfred se pudriera en aquel bosque, por su traición, pero al fin y al cabo, ¿es que no le había traicionado para tratar de salvar a Prudence?

Además, se dijo, se lo debes a Wilda. Ha peleado hasta el límite de sus fuerzas.

-De acuerdo –resolvió, al fin-. Puedes venir. Si logras mantener mi paso, claro.

Y con esas palabras echó a andar. Cierto era que no se había esforzado por dejarlo atrás y que incluso había aminorado la velocidad en algunos momentos, pero nadie tenía por qué saber aquello. Alfred le había seguido en silencio, renqueando, sin una sola queja.

Cuando llegaron a Beads Valley, a la casa de Patíbulo, Alfred se dejó caer en el recibidor y no se levantó durante algunas horas. Patíbulo lo dejó allí, en el suelo, mientras cargaba con las dos chicas escaleras arriba, hacia las habitaciones.

Había decidido acomodarlas en su propio cuarto mientras adecentaba el de invitados, que llevaba años olvidado y lleno de capas y capas de polvo. Cuando hubo terminado y las hubo trasladado, se dedicó a lavarles y vendarles las heridas. Las de Prudence tenían un carácter más grave, y Patíbulo tuvo que apretar los dientes con rabia para no ponerse a golpear cosas al verlas. ¿Cómo se le había ocurrido llevarlas a aquella misión que por poco no había terminado en suicidio?

Solo cuando le dio el visto bueno a los vendajes y al estado de las dos mujeres decidió ir a buscar a Alfred. Él se había levantado con esfuerzo, había subido las escaleras como si aquello fuera un infierno y se había derrumbado en un taburete de madera junto a la cama.

Desde aquel día, Patíbulo había estado velando por ambas, ignorando su propio dolor. Por las noches se tumbaba en su cama, mirando al techo, hasta que el cansancio lo vencía, y volvía a levantarse todos los días al amanecer. Revisaba a las dos convalecientes, preparaba algo de comer, y entrenaba con las armas de la biblioteca hasta que los músculos de sus brazos gritaban de dolor. El resto de su tiempo lo dedicaba a ir de un lado a otro por la casa para tratar de atender a las dos muchachas lo mejor posible.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz