Despertar.

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No abrió los ojos en seguida. 

Los mantuvo cerrados, tratando de recordar lo que había soñado. Las sensaciones de su pesadilla aún se resistían a abandonarla, igual que el perfume se resiste a abandonar una habitación. Hizo esfuerzos por tratar de distinguir las imágenes borrosas que todavía se mantenían en su memoria. Oscuridad, hierro y sangre fue todo lo que pudo recordar.

Sin embargo no abrió los ojos todavía, pues se dio cuenta de algo: no estaba en su casa, en su cuarto. Lo supo cuando notó que los rayos del sol provenían de su derecha, y no desde detrás de ella. 

Se mantuvo en silencio y con los ojos cerrados, esperando. Escuchó ruidos provenientes de alguna parte. Un piso inferior, tal vez. Cuando comprendió que no estaba sola, trato de distinguir las voces que llegaban hasta ella, sin éxito. Se encontraban demasiado lejos, demasiado diluidas en el aire. Fue incapaz de encontrar un timbre, un detalle que le permitiera distinguir al dueño de las mismas.

Escuchó pasos cerca de ella, así que no se movió. Se mantuvo exactamente que cuando había despertado: con el rostro mirando al techo, el cabello al rededor de la cara y las mantas sobre su cuerpo. 

-¿Qué le parece, doctor? -dijo una voz. Era una voz salvaje, pero encarcelada, de mujer joven. 

-Dile a tu señora que todo continúa como siempre -respondió el doctor. Tenía ese tono de voz impersonal que caracteriza a todos los doctores.

-¿Despertará? -Preguntó de nuevo la mujer, con impaciencia.

-Quién sabe. Depende de ella. Podría despertar ahora mismo, o podría dormir durante años. 

-Será mejor que eso no llegue a oídos de mi señora -replicó la voz de mujer, y sin más ceremonias, ambos se marcharon de la habitación.

¿Cuánto tiempo llevo dormida?

Cuando estuvo segura de que los dueños de aquellas voces no volverían a entrar, abrió los ojos.

Lo primero que vio fueron las vigas del techo. Eran enormes, de madera. En la mansión de su familia, las vigas no estaban a la vista. 

Decidió que lo primero era averiguar dónde estaba y qué hacía allí. Los recuerdos pugnaban por hacerse camino en su mente, pero no terminaban de lograrlo. Molesta, porque era como tratar de agarrar con las manos un rayo de luz, lo dejo estar. Los recuerdos volverían cuando tuvieran que volver, pero hasta entonces no iba a quedarse quieta.

Se incorporó lentamente, sin prisa. Las sabanas tampoco eran las que ella solía tener en su cuarto, suaves de seda. Eran más ásperas, aunque no hasta el punto de resultar molestas. El pelo dorado le cayó ante la cara cuando se inclinó para destaparse. Descubrió que llevaba puesto un recatado camisón blanco que le llegaba hasta los tobillos.

Apoyó el pie derecho en el suelo, disfrutando de la frialdad de la piedra, y luego apoyó el izquierdo. Se levantó con cautela, y una vez en pie se quedó unos segundos quieta. Si era verdad lo que aquel médico había dicho, llevaría varios días dormida, y no quería caerse porque sus músculos no le respondieran. Sin embargo, comprobó que sus extremidades la obedecían correctamente, así que decidió caminar hasta la ventana, para tratar de averiguar donde estaba. 

Un bosque poco profundo rodeaba la casa. Los árboles se levantaban junto a las paredes como si pretendieran esconderla. Añoró ver la extensión de árboles frutales y de flores que se veía cuando se asomaba a la ventana de su cuarto, en la mansión, pero tampoco le dio más vueltas.

Quizá se debió a lo mucho que añoraba la mansión, su hogar, pero se abrió paso hasta su memoria la imagen de la mansión haciéndose pedazos al rededor de su familia.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Where stories live. Discover now