Confianza.

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Cuando Prue era pequeña, solía sentarse con sus amigas en la playa, junto a las mujeres mayores que esperaban a sus maridos. Las mujeres se turnaban para buscar cosas de valor en la arena, cangrejos en las rocas, bonitas conchas con las que luego harían collares entre las olas.

Las amigas de Prue siempre suplicaban a las mujeres que les contaran historias de sirenas, monstruos y marineros. Cuando el sol se empezaba a esconder, las mujeres las mandaban a casa. Prue y sus amigas obedecían, no sin antes comentar las leyendas, hablar de que se casarían con algún marinero y que le pedirían que les dejaran ir en sus barcos para poder ver con sus propios ojos todas aquellas maravillas.

Prue siempre se sumaba a aquellas conversaciones con falso entusiasmo. En el fondo, se resistía a creer en todo aquello. Una parte de ella se sentía apenada por la facilidad con la que sus compañeras se creían aquellas estupideces.

Y, sin embargo, una bruja acababa de echarle las cartas del tarot. La última carta que había sido descubierta era la muerte. Y, a pesar de todas las veces en las que Prue había sido reticente en cuanto a creer en magia, monstruos y criaturas míticas, al ver aquella carta había sentido una opresión difícil de ignorar en el pecho.

Se había quedado atontada al escuchar el nombre de la fatídica carta sin poder apartar la vista de los labios de Patíbulo. Sentía las miradas del resto de los presentes sobre ella, pero aun así se vio incapaz de reaccionar. Loretta dijo algo que no escuchó, y Wilda apoyó una de sus manos sobre el brazo de Prue, pero esta continuó sintiéndose pérdida, extraña y asustada.

Vio a Patíbulo levantarse de la silla y apoyar las manos sobre la mesa. Mantuvo una breve conversación con Loretta, que no fue capaz de asimilar, y entonces la miró. Prue se perdió en la mirada ónice de Patíbulo, en sus ojos negros que lo absorbían todo y no reflejaban nada.

Si la muerte tuviera un rostro humano, probablemente sería el de Alexander.

-¡Prudence! -La voz aterciopelada de Patíbulo se abrió paso entre su conciencia neblinosa.

Prue la miró y después se fijó en el rostro de Loretta, que parecía genuinamente preocupada.

-Prudence -dijo la madre de Wilda-, niña. No debes preocuparte. La muerte no sólo significa el fin de la vida. Significa cambio.

Prue reaccionó. Apretó los dientes y se colocó un mechón de pelo azabache detrás de la oreja.

-¿Cuántas probabilidades hay de eso? ¿De qué la carta hable de cambio y no de muerte?

Loretta desvió la mirada. Prue sintió una nueva punzada en el pecho. Patíbulo gruñó y se enderezó.

-El futuro no es inamovible, ¿no es cierto? Podemos cambiarlo.

Loretta no respondió. Patíbulo golpeó la mesa con las manos, enfadado.

-¿Nos dice que se avecina una tragedia y luego simplemente se calla?

-Escucha, hijo -respondió la madre de Wilda finalmente, recogiendo las cartas que aún estaban diseminadas por la mesa con cuidado-. Hay ciertos acontecimientos en la vida que son prácticamente inmutables. La carta de la muerte no es una que toque así, a la ligera.

-He oído suficiente -dijo el verdugo apretando los dientes. Miró a Prue todavía con el ceño fruncido y le hizo un gesto con la cabeza-. Puedo creer en magia y brujas, pero me niego a creer que el futuro sea inamovible y que tengamos que sentarnos mientras unas cartas lo dictan. Vámonos Prudence. Tenemos trabajo que hacer.

Prue se quedó con la boca abierta. Estaban en la morada de dos brujas, y aun así se atrevía a hablar con Loretta de esa manera. De todos modos, obedeció. Lo que menos le apetecía en ese momento era quedarse sola en aquel lugar. A pesar de que nadie diría que Patíbulo era una persona agradable, Prue sospechaba que sería más agradable que dos brujas enfadadas.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora