Arrepentimiento.

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Patíbulo conocía el miedo. Lo había visto infinitas veces en los ojos de los condenados que se enfrentaban al cadalso. Lo había visto reflejado en sus propios ojos cuando se miraba al espejo y se preguntaba cómo iba a sobrevivir un día más sin su familia, lo había visto en los ojos de Prudence cuando se enfrentaron a las brujas, y lo había visto en los ojos de las propias brujas cuando se dieron cuenta de que el cazador iba a acabar con sus vidas.

Patíbulo conocía el miedo. El miedo había sido su amigo durante muchos años, pero ya no. Patíbulo ya no sentía miedo. Sentía una emoción diferente y, en su opinión, preocupante, cuando se enfrentaba a algún enemigo.

Trataba de auto-convencerse de que no era adrenalina eso que recorría sus venas cada vez que lanzaba un puñetazo, cada vez que empuñaba un arma, cada vez que esquivaba un ataque.

Sin embargo, por mucho que tratara de mentirse a sí mismo, la parte oscura de su alma sabía la verdad: estaba hecho para la guerra, para derramar sangre y, en el fondo, eso le encantaba.

Quizá fue por eso por lo que no se contentó con intimidar a Phillipe. Se levantó de la mesa y extendió la mano, igual que las sombras extienden su oscuridad al anochecer.

-¿Qué pasa, señorito Lenoir? –El sarcasmo inundó su lengua como veneno-. ¿No se siente capaz?

Las mejillas de Phillipe se tiñeron de un rojo violento, y Patíbulo ensanchó la sonrisa.

-Alexander –la voz de Victoria sonó casi alarmada-. Creo que no es momento ni lugar.

Patíbulo se giró hacia ella, que continuaba sentada junto a su hija. Juntas, se notaban más las diferencias que las similitudes que compartían. La belleza de Victoria, que era simplemente fría, palidecía cerca de la de Elizabeth, que era cruel y hacía que todo pareciera menos hermoso junto a ella.

Patíbulo no había leído muchos libros de damas y caballeros, pero su hermana sí, y por ello sabía que una belleza tan pura como la de Elizabeth debería estar reservada a una joven de corazón tierno y amor por la paz.

El corazón de Elizabeth estaba comenzando a pudrirse, y la sonrisa que tenía en la cara dejaba claro que disfrutaría de ver a toda su familia arder.

Puede que fuera aquella revelación, el sentimiento de que Elizabeth era la persona más peligrosa de la sala, incluso más que él, pero de pronto toda la adrenalina y sus ganas de pelea se esfumaron y fueron sustituidas por un hondo desasosiego.

Volvió a sentarse sin apartar los ojos de su prometida. Su prometida. Sintió como se le erizaba la piel. ¿Cómo había sido capaz de prometerse con alguien como ella?

Reprimió la sensación de peligro que lo embargaba y le pedía que fuera a por el arma más cercana. Elizabeth era una muchacha, al fin y al cabo. Devastadoramente hermosa, terriblemente cruel, pero una muchacha. ¿Cómo iba a competir ella contra él, que era casi una máquina de guerra?

No seas ridículo, pensó. Como Elizabeth no sea en realidad un dragón o un demonio no tiene ninguna oportunidad contra ti, ¿verdad?

-¿Veis?, sabía que no era más que un bravucón intentando hacerse valer.

Patíbulo desvió la mirada hacia Phillipe, que había adoptado una posición lánguida sobre la silla, como si no le temiera. Un truco inútil. Sabía reconocer a su viejo amigo en los ojos de la gente. Aprendió la primera vez que rebanó una cabeza con un hacha.

Cogió el cuchillo que tenía más cerca, jugueteó con él y lo lanzó al aire mientras pensaba en lo que debía hacer. ¿Le daba una lección? ¿Lo ignoraba?

-No entiendo, Lady Victoria, por qué no me casáis a mí con Elizabeth. –Patíbulo recogió el cuchillo mientras caía. Volvió a lanzarlo-. Al fin y al cabo, ¿no sería mejor que la protegiera un hombre de verdad? –Patíbulo escuchó la risa baja, amenazante de Elizabeth. Recogió el cuchillo de nuevo y lo lanzó por tercera vez-. Ella es más importante que Martha, ¿qué necesidad hay de protegerla?

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Where stories live. Discover now