028.

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Yo miraba a todas partes menos a él, y no era para menos. No sabía cómo había llegado aquí o cómo había descubierto que hoy era el día de mi graduación. Tenía muchas preguntas, pero estaba segura de que decirlas en voz alta no sería muy buena idea.

Estaba asustada, pero a la vez estaba tranquila de que fuese Jesse y no cualquier otro preso que no conocía. Aunque a Jesse solo lo conocía físicamente hablando y de las pocas cosas que me había contado que ni siquiera estaba segura de que eran ciertas.

Lo vi de reojo moverse para sacar un cigarro que a los pocos segundos encendió y empezó a fumar como si todo esto fuese completamente normal, lo que hizo que le temiera más.

Yo me sentía segura con él cuando estaba encerrado, no ahora que tenía plena libertad para hacer lo que le diera la gana conmigo. Él era el doble de fuerte que yo y sabía que si me descuidaba me podría hacer daño. Aunque no estaba segura de si me podía herir después de todo.

—Vamos, cálmate nena —me cogió de la mano que tenía en mi regazo para luego soltarla—. ¿Quieres uno?

Lo miré y vi que me estaba ofreciendo un cigarrillo. Él tenía el suyo entre sus labios sujeto sin mucho esfuerzo mientras me sonreía ligeramente. Estuvimos así cerca de un minuto antes de yo coger el cigarro de sus dedos y ponérmelo entre los labios igual que él y poner la palma de mi mano hacia arriba indicándole en silencio que me diera el mechero para encenderlo.

En vez de hacer como esperaba, me sujetó la barbilla delicadamente y me giró la cara para mirarle de frente. Guio la llama hacia el final del cigarro y, sin dejar de mirarnos, di la primera calada. Después me soltó y se volvió para mirar por el parabrisas, sacándose su cigarro de los labios y expulsando el humo, aún con esa sonrisa.

Todo esto estaba siendo estresante para mí. No tenía ni idea de lo que tenía pensado hacer conmigo ni por qué. Y, definitivamente, esto no estaba saliendo tal y como yo lo había planeado.

Tenía tantísimas preguntas que si no paraba ahora me iba a volver loca.

—Por cierto —habló él—, ¿no me saludas, preciosa?

No sabía a qué se refería, así que expulsé el humo del tabaco antes de responderle. Pero cuando volví la cara para mirarle, no esperaba tenerlo tan cerca.

Sus ojos brillaban con diversión a pesar de la oscuridad en la que estábamos sumidos y se me quedó enganchada la respiración en la garganta cuando me di cuenta de lo bien que olía a tabaco y gel. Tenía los labios entreabiertos y, para colmo, no podía dejar de mirar los suyos tan apetitosos.

Él se había terminado ya su cigarro y descansaba sobre un cenicero en el salpicadero del coche. Con una mano, me quitó el mío de los dedos y lo dejó allí también y luego con ambas manos me cogió sendas mejillas y me dio un beso que me quitó el aliento. Era demandante y firme y no tardó en apartarme el pelo de la cara y el cuello para tener completo acceso a mi piel.

Yo ya estaba jadeando y agarrándole de las muñecas para que fuera más despacio. Casi se me olvidaba de que estábamos en un coche frente al instituto y que cualquiera podría venir en cualquier momento. Incluido un profesor.

En vez de parar, él se frenó, pero aún me daba besos húmedos por el cuello, la clavícula y el escote. Allá donde el vestido le permitía.

Yo seguía respirando pesadamente con la cabeza ligeramente echada hacia atrás mirando el techo del coche. De vez en cuando un escalofrío me recorría entera de arriba a abajo, pero nada que no pudiese aguantar.

—Vámonos de aquí —le dije sin poder controlarme. No podía creerme que, después de todo el miedo que había sentido, un calentón me nublara el juicio y le pidiera que me llevara a otro sitio con menos gente. Definitivamente había perdido la cabeza por culpa de Jesse.

No estaba segura de si lo había llegado a escuchar o no, porque él seguía con sus besos y sin soltarme. Su respiración, al igual que la mía, estaba casi apaciguada, pero no parecía tener intenciones de moverse de ahí.

—He venido aquí en cuanto me han dicho que tengo la condicional —murmuró contra mi piel.

Yo no creía haber oído bien, pero cuando razoné lo que dijo fruncí el ceño. No me era nada lógico lo que había dicho.

—P-pero —dije en apenas un murmullo. Él me interrumpió, adelantándose.

—¿El juicio? Ya, yo también me lo pregunté —se rio—. Al parecer mi buen comportamiento, a pesar del... incidente con las llaves, ha hecho que me dieran la libertad condicional y pospusieron el juicio a la semana que viene. Y también dijeron algo de compensar la paliza que me dieron tan gratuitamente.

Yo no daba crédito a lo que oía. Mi padre tenía que estar cabreado por eso. Y si supiera lo que estaba haciendo con él en estos momentos lo decapitaría delante de mis narices.

Esta vez sí que fui consciente de lo que dije, y no me arrepentía.

—Vámonos los dos de aquí, Jesse.

Por fin se movió. Levantó el rostro del hueco de mi cuello y me miraba divertido.

—¿Estás borracha o ha sido el cigarro que te he dado lo que te ha puesto así?

Yo me sonrojé. Odiaba que se riera de mí de esa manera.

—Lo digo en serio —le expliqué intentando apartarme de él, cosa que no funcionó—. Mi padre estará buscándote por toda la ciudad en cuanto se entere de que te han dado la condicional —seguí diciéndole—. Te tiene ese odio irracional y no sé por qué. Querrá arrancarte la cabeza él mismo.

Él me miraba confundido.

—¿Tu padre? —repitió.

—Sí, Jesse, escúchame —insistí.

—¿Cómo sé yo que no has sido tú quien le dio el chivatazo? Fue él el que me pegó después de todo. ¿Cómo sabes que fue él si yo solo te dije que habían sido los guardias? —afirmó convencido.

Me quedé seria en cuestión de segundos mientras lo miraba fijamente.

—No puedes hablar en serio —empecé—, ¿no pensarás que he sido yo? —le pregunté—. Dime, ¿qué gano yo diciéndole algo? Además, fue él el que confesó que te había pegado cuando le reproché lo que te hizo —me defendí. No tenía ningún derecho a culparme cuando yo solo lo había estado ayudando—. Yo te creí desde el principio, Jesse Stevenson —terminé, mirándole a los ojos.

Él apartó la mirada de mí y suspiró.

Juraría que en esos momentos tuve miedo de que se alejara de mí. A pesar de todas las ocasiones en las que me había intentado convencer a mí misma de que era yo la que llevaba las riendas de esto, sabía que en el fondo era mentira. Siempre fue él el que tenía en su terreno y el control. Y ahora lo sabía.

Así que, en un intento por hacerle ver que yo solo quería el bien para él, me senté en su regazo cuidadosamente para no pegarme con el volante y así encima de él le miré a la cara. A pesar de que la giró para no mirarme.

Hice algo que había aprendido que me gustaba hacer y le cogí de la barbilla clavándole ligeramente las uñas en las mejillas y le obligué a que me mirara.

Él gruñó en respuesta mientras sus manos se aferraban a mis caderas como si no hubiera un mañana.

—¿Crees que si hubiera sido yo la soplona, estaría aquí encima de ti pidiéndote que me folles y no huyendo? ¿Eh? —le pregunté.

Eso fue todo lo que necesitó para convencerse de que no había sido yo.

—Hablas mucho, Scarlett Faye —y estampó sus labios con los míos dejándome sin respiración.

#1 Explicit. © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora