021.

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Después de casi dos semanas me aventuré a pasarme por prisión. El ambiente parecía estar calmado y todas las teorías que días atrás tenía, me parecían cada vez más obsoletas e insostenibles. Ni siquiera tenía pruebas.

Aunque a pesar de todas las excusas que me ponía, sabía la razón por la que venía a ver a Jesse. No era solo para seguir interesándome por el trasfondo de su historial, sino también por el anhelo físico que sentía por él. Jamás se me olvidaba lo que provocaba en mí su mero tacto, ni el sabor de su piel o sus labios. Era una necesidad que me consumía y contra la que no podía luchar, aunque quisiera.

Sabía que esto era peligroso e indecente. Que si alguien de mi familia se enteraba no me lo perdonarían en la vida. Pero la realidad era que no me importaba. Todo dejaba de importarme en el momento en el que estaba en sus brazos. En esos momentos tan nuestros, yo era completamente suya.

No me era indiferente el hecho de que una parte de mí quería creer en la inocencia de Jesse para albergar esperanzas de que algún día podría salir de aquel nido de ratas y podríamos hacer lo que quisiéramos, cuándo y dónde quisiéramos.

Cuando entré, los nervios y las ganas aumentaron, casi haciéndome temblar. La anticipación y el saber que lo tenía cerca no hacían sino incrementar mi deseo.

Lo buscaba con la mirada, esperando encontrarme con esos ojos que me hipnotizaban haciéndome caer bajo su hechizo propio.

Entonces lo vi, estaban abriendo las celdas y la suya era casi de las últimas.

—Scarlet, llegas pronto —me di la vuelta para ver a mi padre, que me había sorprendido.

Dándole una sonrisa falsa, me interesé por él.

—¿No tendrías que estar en casa descansando? —pregunté con preocupación. El hecho de que estuviera aquí no podría ser nada bueno. ¿Había pasado algo?

Él suspiró como respuesta.

—Lo sé, hija. Pero hace unos días ocurrió un imprevisto y ahora tengo doble turno, por seguridad, ya sabes.

Fruncí el ceño. ¿De qué hablaba?

—¿Qué imprevisto? —pregunté cautelosa.

—Oh, bueno, nada que no hubiera pasado antes. Un preso de los más peligrosos se hizo con las llaves maestras del recinto y... hubo que tomar medidas —terminó encogiéndose de hombros.

Yo entré en pánico. El único que se había hecho con esas famosas llaves fue Jesse. ¿Significaba eso lo que yo estaba pensando?

—¿Qué medidas, papá? —pregunté con falsa inocencia. Sólo quería confirmar mis sospechas.

Él miró al suelo, evitando mi mirada.

—Sólo le dimos una lección, hija —se excusó él. Para mí eso no tenía perdón. Jesse no se quería escapar, eso lo sabía. Y él más bien que yo.

—Es gracioso, papá —empecé, sin importarme que luego me castigara a mí por lo que estaba a punto de decirle— que vayas predicando fuera de aquí cómo hay que saber perdonar y que la justicia se imparte sola, pero luego en cuanto tienes oportunidad te dedicas a dar palizas a hombres que ya están cumpliendo una condena.

Y me di la vuelta alejándome de él. Me daba repulsión su actitud. ¿Cómo podía fingir tan bien ese lado suyo fuera de aquí? Yo lo tenía por alguien dulce, por alguien honesto. No por un abusón.

Estaba temblando de la impotencia, quería desahogarme con alguien. Pero no sería aquí.

Estaba buscando la salida, me sentía cohibida y mal. Pero de lo despistada que iba pensando, no me di cuenta hasta que me choqué con alguien.

—Lo siento —dije algo distraída, necesitaba salir de aquí como fuera.

—¿Y esas prisas, muñeca? —la voz profunda de Jesse me hizo parar y darme la vuelta para mirarle. Seguía teniendo marcas y cicatrices en su bonito rostro y ahí ya no pude más.

—Lo siento —le repetí esta vez, pero era más sincero que el primero que había dicho y mucho más dolido. Sentía que los ojos se me llenaban de lágrimas e hice un intento por parpadear para que se fueran, pero a diferencia de eso cayeron por mis mejillas, haciéndolas mucho más obvias para él ahora, que me miraba con los ojos abiertos.

—¿De qué hablas? —preguntó esta vez con las cejas fruncidas mientras me miraba. Lo veía mover nervioso las muñecas porque aún tenía las esposas puestas, ya que siempre era yo la que le soltaba las manos con el truco de la horquilla del pelo. Pero esta vez con mi padre aquí no podía arriesgarme. No quería arriesgarme—. Scarlet, ¿qué pasa? —insistió.

Yo lo miraba apenada, sintiéndome todo lo mal que me había sentido en mi vida.

—Siento mucho haberte hecho esto, Jesse —le susurré para que no se me quebrara la voz y lentamente rocé mis dedos índice y corazón por una de las cicatrices en su mejilla izquierda.

Y sin darle oportunidad a que me respondiera, salí de allí. Podía sentir su mirada clavada en mi espalda. Tal vez preguntándose qué acababa de pasar.

#1 Explicit. © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora