025.

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No me tomó mucho tiempo convencer a Michael para que nos llevara a su casa. El hecho de que fuera mi vecino no cambiaba nada sobre lo que tenía pensado hacer con él. De todas formas, mi madre pensaba que era un chico decente que respetaba las normas de su religión, pero yo estaba a punto de hacerle descubrir que Dios era mujer.

Iba dándole pistas sobre lo que iba a ocurrir ahí dentro tocándole las piernas mientras conducía, la cara interna de los muslos y por cómo reaccionaba, estaba a punto de explotar.

Lo veía nervioso por su forma de actuar; movía los ojos de un lado a otro y tragaba saliva continuamente. Todas las señales de que era virgen estaban ahí. Le sudaban las manos y se tiraba del cuello de la camisa continuamente. Y cuando estuvimos frente a su puerta el tintineo de las llaves en sus manos era tal que parecía una campana.

Como vi que no atinaba a meter la llave en la cerradura —sin poder evitar reírme por el doble sentido de la frase— le quité las llaves de la mano y abrí yo misma la puerta.

Su casa estaba decorada como la de mi difunta abuela y era evidente que allí vivía una persona mayor. El olor a viejo era innegable. Además de las cortinas tan opacas. Y todo tan... chapado a la antigua.

Me di la vuelta para encararlo, antes de arrepentirme de haber ido allí, y me acerqué a él en dos simples pasos.

Estaba allí pegado a la puerta, como si quisiera salir corriendo.

Sin él esperarlo, con mi dedo índice enganché el cuello de su camisa y tiré de él hacia mí. Tal vez con demasiada fuerza, o porque él hizo resistencia echándose hacia atrás, el primer botón de la prenda saltó, revelando un pecho bastante trabajado y de aspecto cuidado.

—Y-yo —empezó a tartamudear de nuevo y yo no pude evitar interrumpirlo esta vez.

—Ni lo pienses —estaba decidida. No había vuelta atrás.

Me puse de puntillas apoyándome en sus hombros para besarlo. Al principio fui benevolente y suave con él para que tomara confianza, pero pronto estuvimos profundizando el beso. Yo necesitaba más.

Estábamos sin respiración y las manos de Michael ya estaban por todo mi cuerpo. Aprendía rápido y eso me gustaba. Aunque a veces se pasaba apretando.

Y de repente se apartó.

—Vamos arriba —enunció esta vez sin trabarse. Eso era ya un milagro. Estaba sorprendida, en el buen sentido, porque creía que me diría que no podía y que estaba arrepintiéndose. Y resultaba que tenía más ganas de esto que yo.

Tiró de mi mano hacia la parte superior de la casa y me llevó a la habitación del final del pasillo y cerró la puerta detrás de él. Después se sentó en la cama.

Yo aproveché para colarme entre sus piernas y me fui desabrochando la camisa botón a botón, desvelando el sujetador tan bonito que me había puesto aquel día, conjuntado con las braguitas. Pero eso era algo que él aún no sabía.

Me miraba extasiado, como si fuese una criatura de otro mundo. Yo solo esperaba que no se corriera en los pantalones antes de empezar la verdadera diversión.

Lo empujé del pecho para que se tumbara en la cama y obedeció. Me gustaba el hecho de que fuera tan dócil y sumiso, me gustaba mandar a mí. Y siempre mandaba yo.

—Vas a disfrutar como nunca en tu vida, guapo —le susurré contra sus labios.

Parecía que hiperventilaba y sabía que, en realidad, le gustaba todo esto. Para él era prohibido, y supuestamente para mí también, pero eso solo lo hacía más excitante. Aunque no tanto como lo era con Jesse. Esto se sentía como una simple travesura, pero con Jesse... me sentía como una delincuente.

#1 Explicit. © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora