018.

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El momento en el que llegué a prisión decidí que no iría a ver a Jesse.

Necesitaba pensar con claridad en todo lo sucedido desde el momento en el que lo conocí hasta ahora. Y sabía que con él me iba a ser imposible. Además, no sabría siquiera que había venido. Estaba decidida a evitarlo a todo coste y les había pedido a los guardias que me dijeran dónde estaba la oficina de mi padre para poder quedarme allí. Estaría segura y nadie me nublaría la mente. Y por nadie me refería a Jesse. Además, podría investigar tranquila.

Cuando entré al recinto, intenté evitar las zonas más comunes por las que siempre rondaba, y me adentré en el pasillo de las celdas que se encontraban vacías.

Era la única forma de acceder a las oficinas, por lo que sabía. Y hasta ahora me iba todo bien, porque nadie había notado mi presencia.

Una vez que llegué a donde estaban las salas esperé en la puerta, tal y como me había dicho el guarda de la entrada que hiciera, a que llegase uno de sus compañeros —y por ende uno de los compañeros a mi padre— para que me abriesen ya que al parecer no cualquiera tenía la posibilidad de llevarse las llaves, a no ser que fueras parte del personal. Medidas de seguridad, suponía.

Esperé durante, al menos, cinco minutos que se me hicieron eternos. Pero finalmente, mientras me daba una vuelta intentando ver algo interesante por las cristaleras de cada una de las oficinas, escuché ecos de unos pasos que cada vez sonaban más cerca, por lo que supuse, con certeza, que ya venía alguien a abrirme la puerta.

Sin apartar la mirada de los enormes archivadores que había visto encima de la mesa, mientras escuchaba el tintineo de las llaves y la cerradura cediendo, abriéndose, di un paso atrás sin pensarlo y me choqué con algo —o más bien alguien— bastante grande. Y al darme la vuelta no daba crédito a lo que veían mis ojos.

—No confundiría el olor de tu perfume ni aunque dejaras de venir durante meses, preciosa —tragué saliva al darme cuenta de lo que significaban sus palabras—. Sabía que eras tú, pero no te veía. Pero ahora entiendo por qué —dio un corto paso hacia mí, ya que la distancia que nos separaba no era mucha, y yo estaba absorta en su mirada y en su voz y no podía moverme—: me estabas evitando, ¿no es así, preciosa? —preguntó mientras su mano libre se posaba en mi mejilla, haciendo que me entraran miles de escalofríos y me pusiera la piel de gallina. La forma en la que mi cuerpo reaccionaba a él me daba miedo.

—Y-yo —empecé a tartamudear, sin dejar de mirarle fijamente, no pudiendo parpadear apenas, lo que le hizo reír— no te estoy evitando, s-solo necesito tiempo —me esforcé en terminar la frase sin arrojarme a sus brazos. Era enorme el magnetismo que sentía hacia él, lo que me enfadaba y me encantaba al mismo tiempo. Pero por esto precisamente había venido aquí. Para pensar.

Él me sonreía de lado mientras recorría mi rostro con su mirada, como memorizándolo. Lo que me ponía aun más nerviosa, si podía.

—Tiempo, ¿huh? —preguntó suavemente, su mano apenas se movía de mi mejilla. De vez en cuando solo movía el pulgar contra mi labio inferior, frotándolo mientras veía cómo se mordía el labio, como si estuviera conteniéndose las ganas de besarme. O tal vez eso era lo que yo quería creer.

—S-sí —carraspeé, disimulando el hecho de que no pudiera dejar de tartamudear—. Tiempo —pude decir más firme esta vez.

—¿Para? —preguntó escuetamente, mientras daba un paso hacia mí haciéndome de retroceder y chocar mi espalda contra el marco de la puerta, lo que significaba que no podía escapar de él. Aunque me dejara ir, yo no querría.

Su mano, entonces, se movió por el lateral de mi cuello, bajo mi oreja, hasta mi nuca, apartándome el pelo de la cara. Cada vez me costaba más respirar de solo pensar que me iba a besar o seguir tocando. Eso era una mínima parte de todo lo que él provocaba en mí.

#1 Explicit. © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora