026.

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Estaba más nerviosa que nunca. No sabía qué era lo que me iba a encontrar, pero si de algo estaba segura era que no sería nada bueno. No podía dejar de imaginarme escenas y conversaciones con Jesse en las que cada una me decía algo distinto y pasaban cosas completamente diferentes.

No quería hacerle ver que me hacía débil, a pesar de que él lo sabía. Sería darle más poder sobre mí del que ya tenía.

Aquella tarde llegué un poco más tarde y, por ende, ya estaría fuera de la celda. Solo tenía que descubrir dónde.

No me costó encontrarlo, o más bien, él me encontró a mí.

Me miraba mientras estaba dejado de caer en el marco de la puerta que daba la entrada a la biblioteca. Era de los primeros sitios donde había optado por mirar y tenía que admitir que tuve mucha suerte o yo era bastante predecible.

—La próxima vez que me llames podríamos tener sexo telefónico, preciosa —me dijo como quien habla del tiempo—. Tienes una voz muy... excitante —me sonrió fríamente. Y no sabía si estaba hablando en serio o solo quería llegar a algún otro sitio. De todas formas, no pude evitar sonrojarme y agachar la cabeza. El recuerdo que yo tenía de sus ojos era una cosa, pero verlos en ese momento era mucho más de lo que podía aguantar.

No me acostumbraba a todo esto. Ni lo podría estar nunca.

Pero hubo un cambio de planes aquel día.

Uno de los guardas me llamó para decirme que aquel día tendría que ayudar con la cena y que estaría ayudando a las cocineras a repartirla.

Todos los presos se pusieron en fila con sus respectivas bandejas pasando. Cada uno soltaba un comentario diferente, algunos pasándose de la raya con las obscenidades.

—Me pregunto si podría pasar directamente al postre.

Estaba tan absorta echando comida en bandejas que no me había dado cuenta de que era el turno de Jesse. Cuando levanté la mirada vi a Jesse sonriéndome y supe que tramaba algo, pero no estaba ni remotamente cerca de lo que él tenía pensado.

—Esperaba poder adelantarme al postre —me sentí intimidada por la forma tan descarada que tenía de hablarme sucio delante de las cocineras y toda esta gente. También noté la manera en la que pasaban ellas de comentarios así, tal vez acostumbradas a las groserías que les podrían llegar a decir a lo largo de un día. Pero eso no hizo que me sintiera más cómoda.

Cuando ya habíamos servido a todos, me pidieron que limpiara yo porque ellas habían acabado su turno ya. Eran solo las seis y media de la tarde.

Asqueada mientras limpiaba, ni siquiera me di cuenta de que habían entrado en la cocina ya que estaba tan ocupada en concentrarme para no vomitar que me era casi imposible. A pesar de tener guantes puestos, era lo que tenía ser una niña de mami y papi, que no había tocado nada sucio en mi vida.

—¿Puedo tomarme ya el postre? —casi se me cayó la bandeja al suelo cuando lo escuché. Ni siquiera pude verle la cara porque él se había pegado a mi espalda tanto que ni moverme podía.

Me cogió de las muñecas, haciéndome soltar las bandejas y el estropajo con el que estaba limpiando y él mismo me quitó los guantes de las manos. Yo no podía casi respirar.

—¿Qué estás haciendo? Nos van a pillar —le susurré alarmada.

Cierra esa sucia boquita tuya y ven aquí —gruñó en mi cuello entre mordiscos y besos húmedos.

No era capaz de controlar mi propio cuerpo. Eché a un lado mi cabeza para darle mejor acceso y apoyé ambas manos al lado del fregadero para no caerme. Jesse me tenía sujeta con un brazo alrededor de mí, bajo mis pechos. Mientras con una mano me frotaba sobre mis bragas con la otra se agarraba a uno de mis pechos.

Dejé caer mi cabeza en su hombro mientras él seguía mordiendo, besando y soltando alguna que otra obscenidad sobre lo mucho que me deseaba y las ganas que tenía de estar dentro de mí.

Me costaba respirar, tenía las pulsaciones a un ritmo acelerado y el hecho de que nos pudieran pillar aquí en cualquier momento hacía de todo esto mucho más excitante.

Temblaba bajo su tacto. No pensaba con claridad, pero si algo tenía claro era que, si aquí era capaz de hacerme esto, no quería imaginarme lo que podría llegar a hacer conmigo si él estuviera fuera de aquí.

—Fuera de este nido de ratas te haría mía en todo sitio público que pudiera —aclaró, segundos antes de provocarme un orgasmo que me dejó con las piernas temblando como un flan. Di gracias a que me tenía sujeta o me tendría que recoger del suelo.

—Espero que estés lista, porque yo ya no puedo aguantar más —comenzó mientras lo escuché bajarse la cremallera del uniforme—. Me vuelves loco.

Sin previo aviso, estaba empujando en mi interior. No me acostumbraba a la manera en la que me llenaba, cada vez era más intensa que la anterior y no sabía cuánto más podría aguantar.

Tenía los ojos en blanco, y a pesar de tener la boca abierta de mí no salía ningún ruido. Se me había cortado la respiración y solo podía de vez en cuando suspirar.

—Deja de apretar, preciosa —me dijo entre jadeos. Como si fuera algo que yo misma pudiera evitar. No con él, al menos—. ¿Te tocaba el niño pijo como lo hago yo? ¿Hizo que te corrieras como lo hago yo? Espero que te despidieras bien de él.

No llegué a razonar bien sus palabras. Simplemente decía que sí o simplemente ni decía nada. En este estado me tenía tan vulnerable. Él tenía el control sobre mí. Y ambos lo sabíamos.

#1 Explicit. © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora