Encendí el auto antes de que mencionara una sola palabra más y arranqué en dirección a su casa. Ella no había vuelto a decir nada más, el camino fue en completo silencio, nada se escuchaba aparte de las canciones que sonaban en la radio. Luego de varios minutos aparqué afuera de su casa.

—¿Y qué hay de Alec?

Me encogí de hombros.

—No me dijo nada durante todo este tiempo, no esperaba que lo hiciera ahora.

Me miró con una sonrisa alicaída.

—No cometas una tontería, ¿sí? Las cosas van a mejorar.

Besó mi mejilla y bajó del auto. Le sonreí de vuelta y arranqué hacia mi casa.


Habían pasado ya varias horas desde que había llegado, mis padres estaban en el trabajo y Franny había salido a ver a su sobrina enferma. La casa, como al principio, estaba completamente sola. No se escuchaba el sonido de la televisión, ni las cuerdas de la guitarra en el toque armonioso que Jayden provocaba, ni nada. Silencio absoluto.

Mi celular vibró a mi lado, la pantalla se iluminó con un mensaje y apenas lo leí, mi corazón latió desenfrenado y no pude evitar notar que no había cambiado su apodo desde que lo agregué como contacto.

Pesadilla:

Kelsey.

Esa era su forma de avisarme que seguía con vida, un simple "Kelsey". No sé por qué me sorprende.

No se te vayan a acabar las palabras.

Su respuesta apareció casi al instante.

¿En dónde estás?

En mi casa, ¿por qué?

Necesito que salgas de ahí.

¿Qué?

¿Por qué?

Porque no es seguro.

Miré la pantalla con el ceño fruncido.

¿De qué estás hablando?

Apenas envié el mensaje el timbre me hizo saber que había alguien afuera de la casa. Sentí mi celular vibrar en cuanto lo dejé en la cama, pero no volví a mirar la pantalla.

En contra del buen juicio de cualquier persona racional bajé las escaleras hasta el primer piso y me encaminé hacia la puerta ignorando por completo lo que Jayden había dicho hace un minuto. Miré por la pantalla al lado de la puerta, fruncí el ceño e ignorando el remolino en mi estómago que me erizaba la piel, abrí la puerta.

Me miraba con los ojos llenos de furor y el semblante endurecido, jamás lo había visto así. Inmediatamente me di cuenta de que había cometido un error cuando el remolino se convirtió en un escalofrío que recorrió mi espina dorsal.

—¿Qué haces aquí?

—Tenemos que hablar —dijo con exabrupto y sin más entró a la casa.

—No hay nada de que hablar, Alec —me giré a mirarlo.

Su cabeza se giró tan rápido que por un momento pensé que se había roto los ligamentos que le impedían romperse el cuello.

—¿Ah, no? Porque a mí me parece que sí. Tenemos mucho de que hablar. ¿No insistías tanto por una explicación? Bien, te traje tu jodida explicación.

CustodioWhere stories live. Discover now