Capítulo XV

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Jueves 17 de marzo del 2016

—¿Tiene veintiún años? —exclamó Skyler sorprendida del otro lado de la línea.

—Veinte, cumple veintiuno en agosto —repetí.

—¿Y toca la guitarra?

—No lo he escuchado, pero se supone que sí.

—Cielos, cada vez me gusta más —suspiró para después reír junto conmigo—. Pero ya, en serio, ¿qué más sabes de él?

—Que es un cretino, egocéntrico, arrogante e insoportable.

—Wow, wow, wow, alto —me detuvo—. Creí que habías dicho que habían entablado una conversación decente y que no había sido tan malo.

—Así fue. Y luego volvió a ser el mismo mandón y de vuelta a la realidad.

—¿Y qué pasó después? ¿En dónde está?

—No lo sé, sólo se fue y no lo escuché entrar de nuevo. Ni si quiera creo que esté ahora en la casa.

El timbre en la planta baja sonó.

—¿No vas a abrir?

Chasqueé la lengua.

Voy a esperar, él siempre abre.

Varios segundos más tarde el timbre sonó por segunda vez.

No creo que esté en tu casa —rió Skyler.

Creo que no. Te llamo luego —hablé presurosa y colgué.

Bajé las escaleras tan rápido como pude y abrí la puerta para encontrarme unos impacientes ojos azules que se acababan de fijar en mí y me miraban incriminantes.

—¡Sean! —exclamé. No pude evitar la sorpresa al verlo parado en la puerta de la casa. No era común que nos visitara dos veces al mes— ¿Qué haces aquí?

—Vivo aquí —obvió—. Y, ¿me vas a dejar pasar o te vas a quedar ahí todo el día como si hubieras visto un fantasma?

La risa de Sean fue interrumpida por alguien que se aclaró la garganta a mis espaldas. Ahora sí mis ojos iban a salirse de sus órbitas.

Me giré a mirarlo, su rostro se veía apagado y cansado, tenía un ligero color oscuro debajo de sus expectantes ojos azules y su cabello estaba desaliñado.

Y aún así lucía increíble.

—¿Quién es él? —preguntó Sean con recelo mientras bajaba las maletas que sostenía en las manos.

Me acerqué a Jayden con pasos cautelosos.

—Creí que no estabas en casa —susurré lo más próximo que pude a su oído.

—Pues aquí estoy —imitó mi tono de voz y se inclinó hacia abajo para facilitarlo.

—¿A qué hora llegaste? —exasperé.

—Por la mañana, tranquilízate, ¿quieres?

Su tono de voz era suave y calmado, lucía despreocupado, tranquilo.

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