Percy aceptó quedarse aquella noche conmigo y así partiríamos hacia la capital a la mañana siguiente. Mis padres se sintieron realmente aliviados de saber que volvería a mi vida ordinaria. Nacho me ordenó que lo llamara si "alguno de mis pretendientes" me molestaba y él iría a "hacerlos llorar el doble de lo que yo lloré". Debía de admitir que esa fue una amenaza bastante adorable.

Aquella noche le conté a Percy todo lo que había pasado desde San Valentín. Las dos estábamos sentadas en la galería trasera del hotel, con mis mascotas a nuestros pies y las luciérnagas centellando en el jardín. El verano se negaba a irse aún.

—Así que Elliott descubrió que tiene un hijo —dijo cuando terminé la historia.

—Sí, y él nunca lo supo —respondí.

—A esa chica, Mey... Lo que le hicieron es horrible. Digo, no dejarle elegir sobre su propio cuerpo o futuro —dijo posando distraídamente una mano sobre su vientre, un gesto que la vi hacer solo un par de veces—. Admiro su decisión, no todas somos lo suficientemente valientes.

—Lo siento. No quise traerte malos recuerdos —contesté al notar la expresión de melancolía de mi amiga.

Por lo que sabía, Perséfone había nacido en una favela de Sao Paulo. Su madre había sido una prostituta y adicta. Percy llegó a vender y a consumir drogas para sobrevivir a aquella vida, y quien sabe a cuántos horrores más se vio sometida. Desgraciadamente, a los quince años Percy quedó embarazada. Ella nunca me contó cómo sucedió, suponía que eso debía ser algo de lo que quería olvidarse completamente o que ni siquiera recordaba. Aterrada, ella aceptó la propuesta del proxeneta de su madre de abortar en una clínica clandestina. Y casi murió allí.

Durante mucho tiempo Percy estuvo perdida, sin saber qué hacer. Con la ayuda de una ONG abandonó su adicción y logró terminar la secundaria. Cuando madre falleció en un accidente vehicular, ella cobró un modesto seguro. Fue entonces cuando decidió venir a Argentina para comenzar de nuevo. Pero ella aún llevaba aquella cicatriz en su interior, en su cuerpo, en su incapacidad por volver a ser madre.

La Percy que yo había conocido era completamente distinta a la que había sido por mucho tiempo.

—No te preocupes, boba —dijo con una sonrisa antes de que su mirada se perdiera en el cielo. Aquí había más estrellas que en la capital—. Sé que hice muchas cosas de las que me arrepiento y otras de las que no. No tuve muchas opciones. Tuve que aprender a ser egoísta para poder sobrevivir.

—Nunca... ¿Nunca pensaste en los "y si..."? —pregunté tímidamente.

—Quizás... No lo sé —respondió con calma—. Pero quiero pensar que hice lo correcto. En ese entonces, yo solo era una niña atrapada en un mundo de pesadillas. No hubiera podido ser más que eso. No se puede cambiar el pasado. Vine a Argentina escapando de esa yo niña y esas pesadillas. Vine porque sabía que lo único que podía cambiar era mi futuro, para no tener que arrepentirme de nada, nunca más.

—Entiendo.

—Y entonces te conocí y vos eras tan inocente, tan distinta a mí, pensé —dijo, pellizcando mi mejilla al ver que me ofendía—. Eras pura luz. Y vos no me juzgaste. Me ayudaste a ver que siempre podíamos cambiar, siempre podíamos ser mejor.

—Yo no hice todo eso —murmuré cabizbaja, acariciando el pelaje de mi hurón.

—Por supuesto que sí —replicó—. Esa es la esencia de Celestina. Es por eso que te pedí que hicieras el programa en primer lugar.

—Creo que ya nos pusimos un poco sentimentales —intenté bromear, ocultando mis ganas de llorar.

—Con vos todo es sentimental, Cele —respondió ella con una sonrisa.

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