Capítulo 29: Alojamiento extravagante

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Dejé de caminar cuando vi apostado en una gran ventana un cartel que decía: "Alquilo habitación"

Me quedé parada frente al edificio viejo y despintado decidiendo si preguntaba o no.

Al final me decidí y toqué timbre.

Me atendió una anciana en silla de ruedas.

Tenía puesto un largo vestido de color negro y un delantal blanco.

El cabello plateado en forma de trenza le caía hacia un costado por encima de su hombro derecho.

Tenía varias arrugas en la cara, que revelaban que era mujer de más de ochenta años.

Ni bien abrió la puerta se puso los anteojos que llevaba colgados en el cuello.

—¿Sí? —Dijo con cierta desconfianza.

— Vengo por el cartel de afuera.

—¿Usted quiere alquilar una habitación?

Me encogí de hombros.

—Sígame —Me dijo—Y cierre la puerta cuando entre.

Sentí un pequeño escalofrío al entrar.

Cientas de fotos en blanco y negro decoraban el pasillo de la entrada.

Después había otra gran puerta que comunicaba al comedor de la casa.

Me espanté cuando entré y sentí que mis pasos rechinaban en ese viejo piso de madera.

La sala era enorme.

Había varios muebles de roble antiguo, una gran mesa en el medio con varias sillas, y en un rincón apartado, un viejo piano polvoriento.

Yo seguía a la anciana en silla de ruedas mientras observaba el aspecto lúgubre de la casa.

—Esta es su habitación —Me dijo abriendo con llave una de todas las puertas que rodeaban la inmensa sala.

Entré y con cierto temor eché un vistazo.

No había mucha luz.

Sólo había un pequeño ventiluz encima de la cama.

—¿Cuántos días se va a quedar?

Presentía que no muchos.

—Mm no lo sé —No quise ofenderla diciéndole que no acababa de llegar y ya me quería ir —Sólo un par de noches.

—Dos noches son cien dólares —Dijo la anciana con su evidente mal humor.

—De acuerdo —Le dije sacando de mi monedero el dinero—Sólo voy a quedarme por dos noches.

No creía que fuese a soportar más de eso en un lugar que me generaba tanta desconfianza.

—El desayuno se sirve a las ocho, el almuerzo a las doce, y la cena a las nueve. Sea puntual —Aclaró guardándose el billete en el bolsillo del delantal.

—No se preocupe —Le dije—Tengo que trabajar, no voy a estar en todo el día. Tal vez sólo esté para el desayuno.

Asintió con los ojos cerrados.

—Estas son las llaves —Me alcanzó—La de afuera y la de su habitación.

Después la extraña anciana se fue.

Me pareció bastante raro que no me dijese como se llamaba, pero luego me di cuenta que todo allí era inusual, y no le di importancia.

Entré en el cuarto y acomodé mis cosas.

El día que me OvidasteWhere stories live. Discover now