Capítulo 28: Nuevo comienzo

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—¿Cuántos días se va a quedar? —Me preguntó el gerente del Hotel.

—Sólo esta noche.

Mientras el gerente anotaba, eché un vistazo al lugar.

Era un Hotel pequeño, con dos o tres mesas en la cafetería y una estrecha escalera que subía a los cuartos de arriba.

—Esta es su llave —Me alcanzó por encima del mostrador.

Miré el número del cuarto.

—Es arriba —Me dijo.

Asentí con la cabeza y subí la escalera.

Busqué la puerta número cinco, y cuando la encontré introduje la llave para entrar.

Abrí la puerta y encendí la luz.

Lo primero que me fijé es que tenía una gran ventana que daba a la calle.

Estaba en el segundo piso, así que las voces de los que pasaban caminando y el ruido de los autos se escuchaba bastante fuerte.

Encima de la cama habían dejado una toalla con un jabón.

Era una habitación pequeña pero sería sólo por una noche.

En la mañana buscaría trabajo, y estaba segura que en una ciudad tan grande no tardaría mucho en encontrarlo.

Al día siguiente me desperté bastante temprano.

Bajé a desayunar con mi valija en la mano y me senté en la única mesa disponible.

Después me serví un café.

Afuera hacía frío, y parecía que iba a llover.

Las hojas amarillas del otoño, decoraban por todas partes las amplias calles de San Francisco.

El viento del sudeste las arrancaba de los árboles, haciendo que remolinearan por el aire, y que pegaran en la vidriera del Hotel.

Cuando terminé el café me puse mi sobretodo amarillo y salí afuera.

Al salir pisé el colchón de hojas secas amontonadas en la puerta.

Me fascinaba pisarlas para sentirlas crujir.

Empecé a caminar por la vereda mientras observaba cada detalle de la hermosa ciudad.

Las calles eran en subida y bajada, y las casas eran altas, todas particularmente parecidas.

Encontré varios bares abiertos, donde aproveché para ofrecerme como camarera, pero todos me dijeron exactamente lo mismo, qué cualquier cosa me llamarían.

Ya era cerca del mediodía y seguía caminando intentando encontrar trabajo.

Cuando se hicieron las dos de la tarde me senté en una pequeña cafetería italiana para tomar algo.

Allí me quedé un rato, disfrutando de mi café caliente y de unos deliciosos brownies de chocolate.

Mientras estaba allí encendí el celular. Estaba segura que tendría varias llamadas de mi madre.

Enseguida pude cerciorar que no estaba equivocada. Así que la llamé.

Después de varios tonos atendió.

—Hija —Sonó preocupadísima, y sabía que no era para menos—¿Dónde estás? Con tú padre te hemos estado llamando toda la mañana.

—Lo sé mamá, tenía el celular apagado.

—¿Pero por qué no nos llamaste para decirnos dónde estás?

El día que me OvidasteWhere stories live. Discover now