Capítulo 25: Confesión

20 3 0
                                    


Abrí los ojos como plato cuando Amanda me confesó que se había puesto de novio.

—Dime quién es —Le supliqué.

—Es.... —Se tapó la cara—es...es Eric.

Me quedé completamente inmóvil.

Amanda se destapó apenas un ojo, y con cierta timidez observaba cuál había sido mi reacción ante su confesión.

—¿Es un chiste? —Fue lo único que pude decir.

—¡Claro qué no!

Una parte de mí se había alegrado con la noticia y la otra todavía no lo podía creer.

—¿No estás feliz? —Amanda me preguntó dudosa.

—Estoy sorprendida. Nunca me hubiera imaginado que tú y Eric tendrían una relación. Nunca me dijiste que él te gustaba.

—Lo sé —Hizo la boca hacia un costado—Pero pasó. Y soy la chica más feliz del mundo.

De pronto me alegré por ella. Se la veía tan feliz.

—¡No sabes cuánto me alegra qué mi mejor amiga sea la novia de mi hermano! —Le dije desde lo más profundo de mi alma.

—¿De verdad? —Dijo un tanto temerosa.

—No voy a negar que no lo imaginaba, pero me encanta que seas mi cuñada—Enseguida se le cristalizaron los ojos—Pero cuéntame, ¿cómo sucedió?

—¿Recuerdas aquel día que no viviste a trabajar porque estabas enferma?

—Sí, eso fue hace un mes atrás.

—Ajá. Ese día temprano a la mañana, Eric volvía de trabajar y me encontró cerca de mi casa cuando venía al Bar. Se ofreció a traerme y a partir de ahí empezó todo.

—¿Y por qué no quería que nadie lo supiera? Sigo sin entender.

—Él pensó que era mejor si nadie lo sabía, al menos mientras nos conocíamos bien.

—Pero si ustedes ya se conocían —Contradije.

—No en plan romántico.

—Tienes razón.

Después me acerqué y le di un fuerte abrazo.

—Te quiero y que estés de novio con mi hermano es la mejor noticia que he escuchado en todo este tiempo.

—Gracias —Me seguía abrazando—Te quiero.




Llegué a mi casa pasada las doce de la noche.

Parada en la puerta mientras intentaba embocar la llave en la oscuridad empecé a oír gritos provenientes del comedor.

Parecían las voces de Eric y Austin.

Volteé los ojos cuando entré y los vi mirando el partido de Los Lakers.

Las luces estaban apagadas. La sala estaba apenas iluminada por la luz del televisor.

Me acerqué y les di un beso.

—Hola Brooks —Me dijo Austin—Siéntate con nosotros.

Crucé los brazos.

—No me gusta el básquet —Dije.

—Lo sé. —Me respondió poniendo las manos detrás de la cabeza—Por eso nunca me voy a casar contigo.

Le sonreí.

Hacía un tiempo que Austin y yo nos llevábamos bien.

Al menos sus bromas ya no me ponían de mal humor y podía permanecer más de diez segundos a su lado.

—¿Quieres tomar un vaso de cerveza? —Me ofreció Eric.

Negué con la cabeza.

—El día que tomes alcohol te convertirás automáticamente en mí mejor amiga Brooks—Soltó Austin sin quitar la vista del partido.

Solté una carcajada y me senté en el sillón junto a Eric.

—Tengo qué hablar contigo —Le susurré en el oído.

—Cuando termine el partido —Dijo sin chance a nada.

Miré la pantalla para saber los minutos exactos que tenía que esperar para poder hablar con él.

Sólo faltaban tres minutos.

Cuando el partido finalizó los dos se pusieron a festejar el triunfo de su equipo gritando por toda la sala.

—Tengo que irme —Dijo Austin después—Debo empezar a cobrar todas las apuestas qué gané. Adiós —Saludó con la mano desde la puerta y se fue.

—¿Y tú de qué querías hablarme? —Me dijo mientras encendía la luz.

—¿No tienes nada para contarme? —Cerró los ojos y arrugó la nariz.

—¿Lo sabes?

—Amanda me lo contó.

—Iba a decírtelo, —Se atajó— pero no encontré el momento.

Le hice un gesto indicándole que todo estaba bien. Después le di un fuerte abrazo.

—Me encanta que sean novios —Le dije con una sonrisa de oreja a oreja—Además, me gusta ver a mi amiga así de feliz, se nota que está enamorada.

—Yo también soy muy feliz —Reconoció—Amanda me tiene loco de la cabeza.

—¿La quieres? —Me animé a preguntar.

Sus ojos se iluminaron al instante con un brillo especial. Ese brillo que sólo aparece en los ojos de aquellas personas que están perdidamente enamoradas.

Entonces, antes de qué el mismo me lo dijera, comprendí que sí, que la amaba, y eso me hizo enormemente feliz.

—Sí, estoy enamorado —Confesó después.

Lo miré con ternura.

—Te quiero —Le dije—Sé que van a ser muy felices.

Entré en mi cuarto y me senté en la cama.

Miré de reojo un par de veces la carta apoyada sobre la mesita de luz.

Pensé en leerla, pero al final decidí guardarla en el cajón para no tener que verla cada vez que estaba en mi habitación.

Tenía varias fotos con Ray colgadas en las paredes del cuarto, más otras cientas de fotos en mi celular, pero ninguna me provocaba la nostalgia que me provocaba esa carta.

Tal vez porque era una carta de despedida, de hecho era la carta más triste que había leído en mi vida.

Tenía tantas ganas de volver a ser feliz con él. De abrazarlo, de decirle que lo amaba.

No podía dejar de imaginármelo viniendo y diciéndome que ya se acordaba de todo.

Soñaba con volver a verlo. Con volver a ver esa chispa que brotaba en sus ojos cuando me miraba. Era como un chispazo de fuego que se encendía de repente cuando nuestras miradas se chocaban.

Añoraba cada momento a su lado, aunque a veces, prefería no pensar tanto en lo que ya no tenía, para no seguir lastimándome con su ausencia.


El día que me OvidasteTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon