Capítulo 11: ¡Qué nunca se pierda el amor!

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—Hija... ¡te lo dije! —indicó mi papá emocionado—. Sabía que ese muchacho estaba enamorado de ti.

—Pues yo no entiendo nada —disintió Eric—. ¿Cómo qué son novios? ¿Por qué Ray no me lo dijo?

—Te lo estoy diciendo yo —dije con ironía.

Eric derribó su ancha espalda contra el respaldo de la silla y bufó despeinándose el flequillo.

—¿Qué pasa? —pregunté con indiferencia.

—Nada, es sólo que no sabía que estabas enamorada de Ray, y... me has tomado por sorpresa, eso es todo —aclaró algo sensible, pero a la vez enojado.

—Perdón, —dije alzando las manos explicativa—No creí que te interesara tanto mi vida. Además —continué—No querías que te burlaras de mí.

Eric se levantó de la mesa y se paso las manos por el pelo. Parecía que iba a irse, cuando volteó la cabeza y me derrumbó con su gélida mirada azul, como si estuviera afectado por lo que le había dicho.

—Sabes que no soy así —acentuó—. Es cierto que a veces bromeo, pero no juego con los sentimientos de las personas, y menos con los de mi hermana, porque te respeto, pero por sobre todo, te quiero.

Dicho esto se colgó su mochila al hombro, y se fue.

Me desboroné en la silla, y sentí de repente un vacío inquebrantable, como si hubiese perdido a mi hermano para siempre, aunque sabía que no era así.

—Princesa —, dijo mi padre acariciando mi espalda, mientras mi madre me peinaba el cabello con sus suaves y delicadas manos—sabes que te amo, pero creo que esta vez no has sido justa con tu hermano.

—Si hija —, agregó mi madre sentándose a mi lado, y apoyó su mano tibia sobre la mía helada—Eric te quiere, y reconozco que a veces me hace enojar con sus bobadas, pero él nunca se burlaría de tus sentimientos.

Mis padres tenían razón. ¡Cuánto los amaba!

Eran los padres más geniales del mundo, los más comprensivos y amorosos, con sus defectos, claro, pero aún así, los mejores.

—Gracias —, dije y los abracé a los dos juntos—. ¡Los amo!

—Y nosotros a ti —respondieron ellos al mismo tiempo.

Después subí a mi habitación, y descalza me senté en la cama para ponerme las botas. Agarré mis libros y me fui.

Estaba impaciente por ver a Ray, y también por pedirle perdón a Eric.

Llegué al instituto, y estacioné el coche. Eric ya había llegado, ahí estaba su camioneta, en el lugar de siempre. También el auto de Ray.

—¡Hola! —me sorprendió Amanda con un abrazo por la espalda.

Me di vuelta y la besé en la mejilla, estaba helada, completamente pálida.

—¡Hola! —Respondí, y cada letra se congeló en el aire— ¿Estás bien? Estás congelada.

—Ethan... —su voz se cortó y se vaporizó al instante.

—¿Ethan? —pregunté.

Amanda se tomó un momento antes de contestar. Se bajó un poco el chal con la mano, y estornudó tres veces seguidas.

—Sí, él tiene la culpa —acusó fatigada, como si los estornudos la hubiesen dejado sin aliento para hablar—, por no ponerle calefacción a su auto.

El día que me OvidasteWhere stories live. Discover now