Capítulo 8:

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Narra ______:

Un policía y un detective se acercaba hacía la recepción,  merodeaban el lugar con la mirada. Quería gritar y pedir ayuda,  pero antes de completar la idea José me miró de manera amenazante. Tiro de mi brazo dando la vuelta sobre el pasillo derecho, a sólo unos metros más abrió la puerta del baño de mujeres,  el cual era para una sola persona. Me obligó a entrar a horcajadas, en seguida aseguró la entrada  y acercó su oído a la puerta. Di dos pasos hacia atrás chocando con el lavamanos. De inmediato él dio la vuelta y me acorrarlo contra la pared. 

-Guarda silencio -me dijo. Su mirada estaba impregnada de agresividad,  pero al mismo tiempo noté el temor que se hacía grande en sus ojos. Asentí con la cabeza.-Harás lo que yo te pida, o te juro que no dudaré en matarte -me apretó el hombro con tanta fuerza haciendo que mi piel ardiera. Me quedé petrificada, sólo veía cada uno de sus movimientos, dio un vistazo por una pequeña ranura que había en la pared, miró un momento para luego retroceder. Al segundo alguien llamó a la puerta.

-Di que está ocupado -susurró en mi oído. Me quedé en silencio, no quería hacerlo. -Hazlo -dijo sometiendome de nuevo contra el concreto,  sentí la fría y filosa hoja de una navaja sobre mi cuello

-Está... está ocupado. -finalmente pronuncié,  una lágrima corrió por mi piel.

Pasó alrededor de un minuto,  pero parecía un eternidad. José se agachó para mirar por debajo de la puerta. Al levantase me miró de nuevo. 

-No hagas nada,  sólo camina. -dijo abriendo la puerta. Obedecí gracias al miedo. Mire atrás,  pero ya no estaban los dos hombres. Mi antebrazo era estrangulado entre sus manos. Salimos hasta  el estacionamiento,  a empujones me hizo subir a la camioneta. 

-Por favor -comencé llorar.

-Callate -me empujó hacía los asientos traseros, puso cinta en mi boca, ató mis manos y pies y por último obstruyo mi vista con una manta amarrada alrededor de mi cabeza. Ni siquiera podía defenderme.  Sabía que si hacia un movimiento en falso no duraría ni dos segundos en clavarme la navaja que llevaba con él. Los vidrios estaban polarizados,  nadie podía verme. El miedo me estaba derrotando. Jamás había estado tan asustada,  frustrada y desesperada al mismo tiempo. A cada segundo pensaba en mi familia, como si ese fuera mi último instante. José salió los más rápido que pudo del estacionamiento,  todas las esperanzas que tuve de ser rescatada se esfumaron.

Aproximadamente 45 minutos después me encontraba subiendo unas escaleras a tientas. José,  me ayudaba a subir y no caer, pero aún así no podía ver nada. Sólo hasta llegar a la horrible habitación me desvendo los ojos. Mientras ataba mis pies a la cama, noté su mirada dura. Al verlo me causaba pavor, pero al mismo tiempo me sentía más segura con él que con otra de las otras personas que se paraban en esa habitación. En ningún momento me hablo,  ni siquiera me miró. Al terminar de llenar mi cuerpo con cinta adhesiva y lazos salió del cuarto lo más rápido que pudo.

En cuanto él desapareció lágrimas corrieron por mis mejillas,  desde el día que había llegado ahí se volvió una costumbre. No sabia que es lo que me había pasado exactamente,  ni cuantos días estuve en el hospital. Ya no tenía noción del tiempo.

Según mis cálculos habían pasado dos días desde que volví del hospital,  pero no estaba segura. El cuarto no tenía ni una ventana,  sólo un horrible baño y la puerta que cerraban con seguro cada día. Aún no sabía porque me amarraban, no había forma de que escapara.  José entraba una vez por día  a darme medicamento,  desconocía la razón por la que lo tomaba,  nadie me había dado explicaciones,  pero lo más lógico era que lo necesitaba después de la paliza de la que fui víctima el día de, de... mi secuestro. Pensar en ello dolía. De la misma forma, un segundo hombre entraba a la habitación  de vez en cuando para arrojarme  algo que comer, literalmente,  en ocasiones el alimento se salía del trasto y se regaba por la cama,  como podía me las arreglaba para comerlo. Sólo una vez al día me daban esa mierda vieja y casi podrida. No se podía llamar comida.

Todo el tiempo lloraba, miraba al techo y rezaba porque mi familia me encontrará. Era tan ilusa para creer que saldría de aquello.

Suspire con fuerza y recordé mi vida en el colegio. Lo tenía todo, pensé cuando conocí a Marlene, mi mejor amiga. Ambas estábamos en el mismo grupo, día a día éramos más unidas,  reíamos a carcajadas y platicábamos todo el tiempo, al grado de que los profesores nos corrían de sus clases por la bulla que ocasionabamos. También estábamos en la práctica de porristas; yo era la capitana y ella la subcapitana. Gracias a eso conocí a Javier,  mi ... bueno, ex novio. No es que fuera un sexy porrista, sino que él era el mariscal de campo. Coincidíamos en los entrenamientos, partidos,  fiestas. Todo parecía arreglado para juntarnos y ser "la pareja perfecta". Así nos llamaban en la escuela, pero eso ya no sería más,  incluso aún que no estuviera aquí,  él se había alejado y ni una buena razón me dio. Yo aún lo quería y odiaba estar ahí,  atrapada sin poder hacer nada para recuperarlo, ni siquiera mi libertad recuperaría. En ese instante me pregunté si todos ellos pensaban en mi de la misma forma que yo lo hacía. Mi madre, mi padre, mis amigos.

Oí la puerta abrirse,  por instinto puse mis sentidos en alerta,  todo el tiempo tenía miedo a que me hicieran daño. Mi cuerpo se relajo un poco al ver a José entrar con un vaso con agua y el medicamento que me suministraba desde hace días. Dejó las cosas sobre un pequeña mesa de noche para poder desatar mis manos. Cuando mis muñecas estuvieron libres me dio el vaso con agua y una pastilla de color blanco. Mis manos temblaban al sujetar ambas cosas, casi nunca miraba  a José a la cara,  pero por lo contrario el lo hacía todo el tiempo, nunca despegaba la mirada de mi. Al terminar le devolví el vaso vacío. Nadie decía nada, yo sólo me tomaba la medicina,  él se paraba al lado de la cama y me miraba hasta que terminará,  amarraba mis manos de nuevo y se marchaba,  de esa forma era todas las veces. Cuando ya se disponía a atar mis muñecas de nuevo dije:

-Por favor, déjalas así. -tenía miedo de que mis propias palabras me quitarán la vida.  Él no respondió nada- la soga me ha cortado la piel -mi voz temblaba. Se puso en cuclillas al lado de la cama y tomó una de mis muñecas entre sus manos, pasó su pulgar por las líneas rojas que marcaban mi piel. Me atreví a mirarlo, sólo por un par de segundos.  Nuestras miradas se habían cruzado,  tenía los ojos tiernos,  pero estos eran disfrazados por maldad.  Devolví la mirada a mis manos. José suspiro,  se levantó y se marchó de la habitación,  dejando mis manos  libres. La piel me quemaba,  pero no estaba segura si era por el amarre o por el contacto que José había hecho.

Lectores mios, muchas gracias por sus votos y comentarios,  en serio me motivan a seguir con esta novela. MUCHAS GRACIAS POR EL APOYO. Un beso♡

Trust Me| Jos Canela Y Tú|Where stories live. Discover now