Imperius

304 50 6
                                    

Mulciber, bueno, el supuesto Mulciber dio dos pasos y se colocó justo al frente de Ted, mirándole de reojo. Todo el cuerpo del chico despertaba inquietud, su mirada debía estar aterrorizada. El fugitivo le hizo una llave sin rechistar y Ted se quedó paralizado como antes. Entonces, el criminal relajó un poco los hombros aunque no se podía decir lo mismo de sus ojos.
– Eres mi rehén– le anunció, su voz era realmente ronca, como si no hubiera bebido agua durante días.

Ted sintió como su boca seguía lobre y decidió hacerse el tonto, para confirmar la identidad de su agresor.
– ¿Y tú quién eres?
– Mulciber– bingo–. Y ahora...– agitó la varita que tenía consigo.

La conciencia de Ted se volvió nublada, sabía y no sabía a la vez lo que estaba haciendo. Su cuerpo se movía de forma automática, obedeciendo a algo más. La existencia del verdadero Edawrd Remus Lupin era prácticamente transparente. Supuso que los días pasaban, pero no adivina con exactitud cuántos. Su visión estaba reducida hasta la nariz, como si no fuera del todo necesaria. Ted sentía miedo pero no conseguía expresarlo, se sentía dentro de una esfera de cristal, incapacido e inútil.

Veía de vez en cuando la cara de Mulciber, que cuanto más pensaba en ella, más terror le daba. Sus intentos eran desesperantes y por mucho que se ordenara a sí mismo, notaba como sacaba la varita para conjurar. En alguno de aquellos horrorosos días, vio como nevaba en donde se encontraba. Se fijaba en cada minúsculo copo de nieve. Entonces, se desplomó en el suelo. Sintió frío pero ya no reaccionaba, en su mirada no se distiguía vida de muerte. Al percibir un vaivén, dedujo que algún alma cándida le había rescatado.

Al volver a recuperar en conocimiento, estaba sobre una camilla. Notó como cientos de escalofríos recorrían su espalda pero él se alegraba de controlarse. No habían pasado unos meros cinco minutos cuando alguien entró. Distinguió el tupido pelo de un ser querido, Harry, y a la enfermera del colegio, Madame Pomfrey. Por consiguiente, entraron la directora, el profesor Longbottom y Alph.
– Te encontró el camarero de Cabeza de Puerco, en Hogsmeade– le contó la directora–, después de diez días desaparecido. Bueno, me reportaron sobre un joven haciendo maleficios por la zona. Ahora, justifica, por favor.

Hasta Madame Ponfrey, quien era intratable con los temas del descanso parecía mantener el silencio de sus palabras. Ted comenzó explicándoles cómo llegó hasta el patio, su extravío coincidía a la perfección con la versión de Alph. Después, detalló su encuentro con Mulciber, especificando sus rasgos. También les contó sobre la agonía que sintió mas tarde.
– Ha sido la maldición Imperius– murmuró Harry–. Por favor, directora, me llevo a mi ahijado a pedirle perdón a sus padres.
– Potter– le contestó la profesora McGonagall–, no ha sido tu culpa...
– Él está a mi cargo, debo serle responsable, a él y a sus padres– jamás había visto Ted a su padrino tan arrepentido–. Y Ted, te juro que atraparé a ese malnacido.
– ¡Potter!– saltó Madame Pomfrey–. ¡Esos modales!

Tal y como prometió Harry, Ted pasó una semana fuera del colegio, recuperándose y visitando a sus difuntos padres. Su padrino rezó horas pidiendoles perdón a sus padres. En el instante dado,  Ted le puso una mano sobre un hombro y le dijo:

– Harry, no es culpa tuya– la mirada de Harry decía que no le incumbía–. De parte de mis padres– añadió–... y  de la mía.

Teddy Lupin: ¿Quiénes eran los Merodeadores?Where stories live. Discover now