Teddy Lupin: ¿Quiénes eran los Merodeadores?

Navidades

Por fin, llegaron las vacaciones de Navidad. A Ted se le hiceron eternos los últimos días de clase, alargándose y estirandose como un chicle. Dejando eso ya de lado, estaba a punto de llegar a la casa de los Potter. Su padrino le habia prometido visitar a su abuela materna por Año Nuevo, algo que Ted esperaba con mucha ilusión. Por su primer día de descanso, acompañó a la señora Potter y al pequeño Albus al callejón Diagon a visitar la señora Hendrickson.
– Los hijos de la señora Hendrickson son de tu curso, Teddy, seguro que os llevareis bien– informó Ginerva.

En un café cercano a la calle principal, estaban sentados una madre con sus dos hijos de la edad de Ted. La madre estaba tranquolamente bebiendo té, ignorando la pelea en curso de los gemelos. La señora Potter entró en el café y saludó a la dama y a sus hijos. Ted apretó la mano de los dos y pidió permiso para salir a la calle, pues a ninguno de los tres les parecía muy divertido el restaurante. Dejando a Albus con su madre, los tres caminaron havia Sortilegios Weasley. Dentro del local habían maquinitas de todo tipo, aptos para los traviesos. Entonces, Ted se acordó del Mapa de los Merodeadores y corrió a buscar al señor Weasley.
– Señor Weasley– le llamó–, señor Wealey.

El pelirrojo estaba adormilado, el joven trató de despertarlo, en algo que tardó al menos diez minutos y con ayuda de uno de los gemelos, Night. Al fin, Fred Weasley se despertó y atendió a sus jóvenes clientes:
– ¿Qué es lo que necesitais que sea tan difícil que tuvierais que levantarme?– espetó malhumorado.
– Lo siento, señor Weasley, pero quisiera saber si esto es un invento patentado por usted.

Ted sacó de su mochila el Mapa del Merodeador. Al Weasley le brillaron los ojos al ver el rollo, que era insignificante para su actual dueño. Ted espero a que el señor siguiera explicando pero en vez de ello dijo:
– Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas– tras escuchar eso, el mapa se abrió elegantemente.

En el mapa se apreciaba todos los pasillos y aulas del colegio Hogwarts, con cartelitos con nombres de personas. Entonces, el Weasley volvió a hablar:
– Travesura realizada– después de pronunciar la última letra, el mapa se cerró automáticamente–. Supongo que ya sabes cómo se usa y para qué sirve. Ahora– instó alzando la voz–, déjame seguir durmiendo.

Ted salió de la tienda acompañado por un gemelo y un gran nuevo utensilio. Pasearon hasta una placita, allí se dieron cuenta de la ausencia del otro gemelo. Night buscó desesperadamente a su hermano, caminando e inspeccionando cada una de las calles. Ted le preguntó mientras que lo buscaban:
– ¿Cómo es que tu no te pierdes en ninguno lado y él sí?– se percató.
– Somos el caso de los gemelos que no se parecen en nada. También es por eso que estamos en las casas enfrentadas.
– Es verdad– se dió cuenta Ted–. Un Slytherin y un Gryffindor. Un segundo, tu eras Clare, ¿no?

Night puso los ojos en blanco y deseó que su único parecido con su gemelo no fuera el aspecto. Tardaron un tiempo más en encontrar a Clare, el gemelo de Gryffindor, quien se había quedado delante de la tienda de mascotas. A la hora de irse, Ted se despidio de los dos, volviéndolos a confundir, aunque a ellos parecían divertirse con eso.

La Navidad y los regalos fueron ambos eventos conmemorables. Ted había recibido por correo el búho que el profesor Longbottom le había prometido, una escoba para jugar al Quidditch (aunque por el momento no podria estrenarla) y también una pluma nueva.

Para el Año Nuevo, volvió a habitar en su cuarto en el ático de la casa de los Tonks. Pasó el resto de las vacaciones entre la tranquilidad de la pequeña y cómoda casa rural de su abuela Andrómeda. Dos días antes de la vuelta a clase, Ted recordó que todavía debía hacer los magníficos deberes que ciertos profesores le habían mandado. Sin más remedio, tuvo que hacerlos mientras llegaba otra vez a Londres en el coche de Harry y también en el tren otra vez de vuelta a Hogwarts. Su curso volvió a su flujo natural