CAPITULO 31. ALEX Y EL CINE

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Me desperté muy perezosa. Como si todo fuera a cámara lenta. Ayer pasó la fiesta y hoy había quedado con Alex. La verdad era que tenía miedo. Si intentaba besarme y me apartaba heriría sus sentimientos. Me levanté de la cama y me dirigí al cuarto de baño.

-¿Marta?-preguntó Re adormilada- menuda fiesta la de anoche. Gracias por invitarnos a mí y a Dylan. Te debo una.

-Era lo menos que podía hacer-sonreí tristemente.

Me arreglé  y desayuné pensando en qué hacer.

-Re… me voy al cementerio.

-¿Qué? ¿Estás segura?

-Sí, creo que ya es hora.

Cogí mi móvil, algo de dinero y unas flores y me fui al cementerio. Pasé un largo camino con piedras hasta la fila donde estaba enterrado Carlos. Me arrodillé junto a su lápida y puse las flores al lado en un pequeño jarrón.

-¿Cómo va por ahí arriba cielo? Por aquí bien… Han pasado unos meses desde que te fuiste y Alex y yo hemos quedado esta tarde… Dame fuerzas para hacer lo correcto por favor…-miré la hora- es tarde y me tengo que ir pero vendré pronto, ¿vale? Te quiero.

Me levanté y me fui a casa. Me puse algo más formal al rato de comer y me arreglé un poco más. Quería estar presentable y por lo menos parecer algo feliz. Aunque lo intenté y eso era imposible. Bajé a la calle y evité pasar por el sitio donde pasó el accidente unos meses atrás. Rodeé unas cuantas manzanas y al fin llegué al cine, donde me esperaba Alex sonriendo de esa manera tan peculiar. Le saludé y después de que él pagara las entradas, entramos a la zona de comida donde me cogí unos nachos con queso para compartirlos con él. Entramos a la sala y nos sentamos en nuestros asientos. Al cabo de unos anuncios la película empezó. Miraba la pantalla sin mirar realmente la película. Sólo pensado en algo todo el tiempo. De vez en cuando comentaba alguna cosa con Alex pero nada más. El tiempo pasó lento y por fin salimos de allí. Me acompañó al portal de mi casa y allí estuvimos hablando un tiempo hasta que se me fue acercando más y más. Me acerqué yo también pero entonces una imagen de Carlos sonriendo tiernamente se me cruzó por la cabeza, y después el accidente. Caí al suelo de rodillas y empecé a llorar.

-¡No puedo hacerlo!

No podía hacerlo en aquel momento y no sabía si podría volverlo a hacer.

Mudanza a MadridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora